El conocido de turno, que se las
da de fisonomista, me pregunta: “¿A que no sabes a quién se
parece el nuevo delegado del Gobierno?”.
-Pues no...
-Es el vivo retrato de Palomo Linares.
-Si lo dices tú...
Y a partir de ahí comenzamos a pegar la hebra en relación
con el protocolo que se produce cada vez que toma posesión
de su cargo un delegado del Gobierno. Hablamos de las
visitas al edificio de la plaza de los Reyes y de cómo los
visitantes les cuentan a los periodistas la impresión que
les ha causado, en este caso, José Fernández Chacón.
Mi interlocutor, que suele estar tanto de cuanto acontece en
la ciudad, presume de saber de buena tinta que Fernández es
reflexivo, comedido, y reservado hasta límites
insospechados. Vamos, que en muchos momentos parece miembro
de la cofradía de los lacónicos.
Lo que tú me quieres decir es que el utrerano en nada se
parece a esos andaluces que con su carácter jovial tratan de
deleitar a cuantas personas le van presentando. Lo cual no
significa que vaya a ser una copia de Jerónimo Nieto:
aquel delegado revestido de tristeza infinita y contagiosa.
Porque de ser así, apaga y vámonos.
Mi conocido me echa en cara que yo aproveche cualquier
resquicio para tratar mal al abulense Nieto. Y que tiene la
impresión de que éste se me atragantó cuando cometió la
torpeza de reunirse cada semana con tres o cuatro paisanos
surgidos del frío, que le contaban la vida de Ceuta y de sus
ciudadanos, a beneficio de intendencia. Haciendo uso y abuso
de lo que se conoce por el cuento del alfajor.
Puede ser... Pero has de saber que algo desagradable debí
ver yo en el comportamiento de Nieto cuando terminé por
ignorarlo. Una postura rara en mí. Que nunca me he
distinguido por criticar acerbamente a los delegados del
Gobierno, cuando se les acusaba de cometer errores. Más bien
todo lo contrario: siempre he estado dispuesto a
favorecerlos, dentro de mi modestia, porque comprendo que
esta ciudad los sigue viendo como virreyes. En el peor
sentido de la palabra.
En cambio, Manolo, no sé que le viste a Jenaro
García-Arreciado para hacerle el artículo más de una
vez. Ya que ni siquiera te relacionabas con él. Bueno, la
verdad por delante, tú nunca has sido muy dado a frecuentar
ni a los delegados ni a los políticos en general. De hecho,
cuando sales a relucir en alguna conversación, te tachan de
ser muy tuyo..., ya me entiendes.
De García-Arreciado me agradaba su temperamento sanguíneo.
Cuando creía que le estaban tocando los huevos, que no eran
pocas veces, salía en tromba a defenderse con violencia. El
onubense, en esos minutos de ira, decía lo que sentía y se
hacía tirabuzones con la diplomacia y las buenas maneras.
Era auténtico. Y, por lo tanto, carecía de peligro en cuanto
se le pasaban los diez minutos coléricos. No me sorprende,
pues, que el Gobierno haya enviado a una persona
diametralmente opuesta. Capaz de rivalizar en buenas maneras
con Juan Vivas. Un delegado que dé los buenos días con
lacónicas palabras y que haga de los silencios sonoros un
arma letal. Un lidiador. Tiene tipo de torero.
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