Faltan cinco días para que se
cumpla un año del segundo triunfo sonado en las urnas de
Juan Vivas. Un presidente que puede permanecer en el
cargo tanto tiempo como lo desee. Y cuyo mayor adversario
es, sin duda, que un día comience a cercarle el tedio y la
desilusión vaya comiéndole el terreno de los estímulos. Lo
cual suele ocurrir cuando se gana algo con tanta facilidad.
Ahora bien, si Vivas es capaz de pensar como el poeta que
destaca el aburrimiento como signo de inteligencia, a buen
seguro que lo usará como una forma de descanso que no le
impida seguir destacando por esa laboriosidad que todos le
reconocen. Ya que de él han dicho siempre que es afanoso,
diligente, hacendoso... En suma: trabajador infatigable a
quien gusta pasar muchas horas en su despacho. Espacio que
me atrevería a destacar que se ha convertido, con el paso de
los años, en su rincón de seguridad.
Sería absurdo, sin embargo, creer que Vivas se lleva al
huerto a la gente por haber ganado fama de ser un buen
currelante. En absoluto. Su éxito radica en que está en
posesión de una serie de cualidades que le otorga una
condición que ha sabido calar hondamente entre los ceutíes.
Una condición que él ha ido explotando, por qué no decirlo,
a medida que su inicial timidez iba siendo superada por la
experiencia y por la fuerza interior que le proporcionaba el
sentirse respaldado por innumerables ciudadanos. Lo que se
tradujo en poder. Y el poder da alas incluso a quienes creen
padecer de vértigo a la hora de expresarse ante la masa.
Porque hay que reconocer que Vivas en las distancias cortas
fue siempre capaz de ganarse la voluntad de cualquiera. Como
asimismo llevaba mucho tiempo cavilando acerca de si podría
afrontar, llegado su momento, la prueba de aparecer en
escenario público pidiéndole el voto al gentío. Y la suerte,
en forma de voto de censura al GIL, estuvo de su parte. Pues
de pronto se dio cuenta de que tenía la oportunidad
demostrarse a sí mismo que estaba capacitado para
convertirse en un político de fuste. Y echó mano de la
inteligencia.
Lo primero que hizo Vivas, investido ya presidente de la
Ciudad, es dejarse ver en la calle. Precisamente él que
nunca antes había sido proclive a pasearla. Y se mostró con
los viandantes amable, educado, cortés, accesible, urbano...
Y los transeúntes principiaron a sentirse halagados,
satisfechos, partícipes de la cosa. Y allá que no dudaron en
contar la buena nueva por todos los rincones de Ceuta. El
presidente Vivas es de los nuestros. Es persona sencilla. Es
persona llana. Se para a charlar hasta con los niños. Y en
todo momento tiene la palabra adecuada, decían. Mientras
ello ocurría, el presidente iba adquiriendo experiencia y
curtiéndose en los foros a los que era invitado.
Esos dos años le sirvieron a Vivas para convencerse de que
tenía capacidad para movilizar y liderar a la gente.
Contaba, por supuesto, con otras cualidades que,
indudablemente, le ayudaron a ganar las siguientes
elecciones con rotundidad. Una mayoría absoluta que volvió a
repetirse, apenas hace un año. De esas cualidades
-integridad, carácter, ecuanimidad, magnetismo, que tanto
necesita un presidente- hablaremos otro día. Lo que queremos
recordar hoy es que se va a cumplir un año del segundo
triunfo de Vivas en las urnas. Y, visto lo visto, seguirá
ganando siempre que se presente como candidato.
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