Hoy es jueves, se acerca el fin de
semana, y ante la posibilidad de tomarme un respiro, me dan
unas ganas enormes de cantar. Así que con el permiso de
todos ustedes, “usease tos vusotros”, me voy a pegar par de
cantes del bueno.
Había una vez un barquito “chiquitito” / que no podía, que
no podía navegar /Pasaron una, dos, tres semanas / Y aquel
barquito no podía navegar. Para ese viaje no se necesitan
alforjas. Si no podía navegar para qué se quiere un
barquito. Cambio de canción, está no me vale.
Mejor voy a cantar esa que dice “Mí padre tiene un barco /
me “cachis” en la mar / me cachis en la mar. Tampoco me
convence esta canción, por qué voy a realizar el acto de me
“cachis” en la mar.
Sigo buscando en mí gran repertorio de canciones y encuentro
una que fue un auténtico bombazo en su época. “Él vino en un
barco de nombre extranjero / Y en el mismo barco que vino se
fue”. Y para qué quiero un barco, si sólo viene y se va,
como los barcos turistas sin dejar un duro en Ceuta. Y.
además, de nombre extranjero ¡Menos ma!. Oiga algo es algo,
al menos tiene nombre extranjero, porque si llega a ser el
“Cristina C” a estas has estamos todos nadando en aguas del
Estrecho con flotadores incluidos.
Me tengo que buscar una canción, dentro de mí extenso
repertorio, que me deje contento. Voy a hacer una cosa. Voy
a cambiar la letra de una canción de mí admirado Tony
Leblanc, adaptándola a un barco, dice así: “Que me venden un
barco / no lo puedo comprar /Que me venden un barco / No lo
puedo pagar / Y como no tengo dinero me pongo a silbar”. Me
gusta eso de ponernos todos a silbar, mirando al cielo, a
ver si cae un milagrito de nada y surgen de entre las
piedras el dinero para poder comprarme el barco. Creo que he
dado con la canción que más se ajusta a mis deseos de tener
un barco.
Bueno, y a todo esto, para qué quiero yo un barco, si con la
patera de mí amigo El Puchi tengo bastante para ir a pescar.
Total que si no quiero ningún barco, ni tengo un euro para
comprarlo, por qué estoy cantando tantas canciones de
barcos.
Quien quiere un barco es la Ciudad, que no es mala cosa
pero… Siempre hay un pero. Supongamos que todos los
empleados tienen que ser funcionarios. Habrá que tener en
cuenta, los días de asuntos propios, las vacaciones de
verano y, por supuesto, que algunos se ponga enfermo, que
quieran navegar en las fiestas de navidad, sin olvidar
alguna que otra huelga. Total que el barco iba a andar menos
que un caballo de mármol.
Se tendrá que dar las concesiones como las de los bares que
tenga el barco. Como quiero ayudar, se las podemos dar a
Miguel Ángel el de la “Pérgola”. La capitanía, del mismo,
habrá que buscar entre los afiliados afines el que tenga
título al menos de patrón de yate. Otro tanto tendremos que
hacer con la marinería buscar, al menos, treinta marineros
afines al asunto. Aquí la cosa empieza a complicarse, cómo
encontramos a treinta marineros afines que sepan de
marinería. No sería mejor, contratar la patera del Puchi. Y,
de esa forma, nos ahorramos un dinero. Sólo quiero ayudar.
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