El engaño está a la orden del día.
Quizás se agrave aún más en un tiempo de crisis como el que
ahora vivimos. Considerar que la habilidad es a la astucia
lo que la destreza a la estafa puede servirnos como alerta.
El aumento de intentos de timos a través de correos
electrónicos en los que se piden claves y datos bancarios es
un diario en nuestro e-mail. La mismísima unión europea,
como viva asociación económica y política única entre
veintisiete países europeos democráticos, empachada de
inseguridades advierte que tomará medidas ante el aluvión de
ofertas aéreas engañosas. Según un informe propio, un tercio
de los consumidores se les estafa, embauca o confunde. La
pillería no descansa, los hay que simulan ser inversores
extranjeros interesados en comprar artículos de gran valor
para blanquear dinero, que resulta ser falso. La trampa, la
falsificación, el chantaje, los robos, la usurpación, te
sorprende en cualquier esquina, con luna o con sol, estés
acompañado o en soledad. En suma, que la estafa llega por
tierra, mar y aire.
A poco que uno se confíe te despojan el cuerpo y hasta el
alma para darte gato por liebre. Hay que tener toda
propiedad bajo vista, bien anidada y anudada a uno, con el
garrote de la desconfianza bien agarrado, mirando a diestra
y siniestra, como suelen decir en algunas estaciones de
autobús, metro o tren, manteniendo los bultos al alcance de
la mano, sin que esto sea óbice para un tirón. Vivir sobre
el país para ver. Darla con queso parece como si fuera ley
de vida, algo natural que nos tiene que pasar cuando menos
una vez. En cualquier caso, yo me niego a que la estafa sea
moneda de uso corriente y tome posiciones de divertimento
para algunos. El delito de los que nos engañan no está en el
engaño, - como dijo Iriarte-, sino en que ya no nos dejan
soñar que no nos engañarán nunca. Perdida toda confianza ya
me dirán cómo se queda la paz de huérfana. Eso de no poder
fiarse de nadie, ni de nada, es una mala siesta. Prefiero el
regodeo de engañar al que engaña, al menos es más
entretenido.
También hay otro tipo de pillajes que son un verdadero
calvario para la persona. No pocos quieren ensanchar su
vida, alcanzar lo inalcanzable y prueban la experiencia de
la droga, otra estafa más de este alocado mundo, puesto que
el efecto de la adicción lo que hace es destruir a la
persona. Convendría preguntarse y responderse, sin tener uno
que engañarse asimismo: ¿por qué la droga encuentra un campo
tan propicio para embaucar a la gente? La respuesta quizás
tengamos, igualmente, que buscarla en los chantajistas, sólo
ellos son capaces de distorsionar el sentido de la vida y
los valores. No ha de ser, pues, la lucha contra el timo de
la drogodependencia algo que hemos de descuidar, están en
juego seres humanos y, aunque los estafadores sean una plaga
que nos pongan contra las cuerdas, acciones mancomunadas de
la sociedad pueden dar al traste con el negocio. Por
desgracia, el incremento del mercado y del consumo de drogas
demuestra que sigue en alza el estraperlo, aprovechándose de
las personas más vulnerables. Habría que perseguir, si es
menester con políticas de Estado, pero hay que hacer algo
con urgencia y todos a una, contra los mercaderes de la
muerte que, con su embeleco, echan abajo adolescencias,
arrasan familias, asolan personas que han dejado de ser
ellas. El fenómeno de la droga, que es un mal
particularmente grave, quizás sea la estafa mayor del
momento presente y miren que hay tipos que dan el camelo a
todas horas. Lo que sucede es que la droga mata.
Otra de las estafas son, de igual forma, la de los magos y
las sectas, que emergen por doquier. Sin duda, el fenómeno
del ocultismo está aumentando a velocidad de vértigo, un
hecho que hay que tenerlo en consideración para poder
afrontarlo con seriedad.
Ciertamente sólo hay que encender la televisión, sobre todo
algunas cadenas locales, y escuchar. Lo que impulsa a las
personas a dirigirse a estos charlatanes, cuentistas de poca
monta, radica en una sensación de inseguridad sobre el
futuro y, sobre todo, y este es un aspecto importante, la
soledad en la que muchas personas viven. Buscan en los magos
y en los santones, acompañados de cartas, bolas de cristal y
demás atuendos engañabobos, un punto de referencia para
resolver los propios problemas. Son una especie de
consejeros, pero en el fondo son caraduras, capaces de crear
una auténtica relación de dependencia. Casi siempre llaman
los mismos a estos programas, donde las llamadas de teléfono
valen un riñón y la mitad del otro. Pienso que los medios
tienen una grandísima responsabilidad al respecto. Cada vez,
con más frecuencia, vemos en televisiones locales, con la
fuerza poderosa que tiene el medio de transformar en creíble
todo lo que es increíble, un rosario de magos, santones y
cartománticos que son presentados como si fueran dioses.
Tienen curación para todo. La verdad que oyendo estos
programas uno se da cuenta lo enfermo que está el mundo.
Porque lo que debería causar escándalo, no es que estos
charlatanes televisivos sean un fraude, sino que el público
permita que se le tome el pelo descaradamente y encima
pagando una buena factura.
Sabíamos que somos corazón y, por ende, fácilmente engañados
por aquellos a quienes amamos; conocíamos que para agradar
al vecindario a veces tenemos que cultivar una buena dosis
de engaño; percibíamos que todo el estudio de los políticos
–según Saavedra Fajardo y refrendo propio- se emplea en
cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad,
disimulando el engaño y disfrazando los designios; pero,
¡albricias!, lo que nadie ha podido hasta ahora hacer, a
pesar de ser tan sabihondos, conocedores y observadores, es
engañar a todo el mundo todo el tiempo. Al final todas las
estafas se descubren. El tiempo todo lo airea y orea,
también el ánimo de lucro. De todas maneras, como dice un
proverbio árabe: la primera vez que me engañes, será culpa
tuya; la segunda vez, la culpa será mía. O abres los ojos o
te los abren a engaño vivo. Usted dirá, pues, si quiere
seguir perteneciendo al gremio de los incautos.
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