Obvio es que estoy en una ciudad
donde algunas actitudes y algunos actos sociales han quedado
anclados en tiempos remotos. En tiempos de cuadros de
Pierre-Auguste Renoir con su interpretación sensual del
impresionismo, más inclinada a lo ornamental sin incidir en
lo más áspero de la vida.
Una de las razones de éste inicio es la rumorología muy
extendida entre los que se consideran “la otra sociedad”,
esas personas que se consideran a sí mismas de la “alta
sociedad” únicamente porque tienen más dinero y con ello más
poder que nadie. El advenedizo casi pobretón no tiene cabida
ahí.
Cualquiera, que tenga un poco de mala leche, puede escribir
una nota y “colgarla”, no ya en Internet sino en la prensa
diaria. Con esa supuesta nota arroja unas semillas que la
hacen crecer hasta convertirla en un notición con visos de
ser verdad.
Que una nota nacida de la calenturienta mente de una persona
se convierta en una verdad es cuestión de las entendederas
de la ciudadanía afín que admiten los rumores como ciertos.
Esa parte de la ciudadanía, que no es solo patrimonio de la
sociedad ceutí ni mucho menos, que utiliza el morbo para
asentar ciertos rumores como verdades no hacen más que dañar
el entorno social.
Eso viene a cuento por las olas rumorológicas que están
levantando quienes creen denigrar con ello a algunos
organismos, entidades o personas. Cuando sueltan el rumor de
que se paraliza cierto Plan de Reestructuración que choca,
el rumor, con el muro de la respuesta rotunda por parte de
los propios interesados, no hacen más que dañar la imagen de
ellos mismos y de paso emborronar el buen nombre de
instituciones y personas.
Por otro lado también existe el interés morboso de algunas
personas de admitir lo que quieren admitir, aunque saben que
no es cierto, y con ello dan pie a una bola que crece sin
parar.
Es lamentable que aún siga existiendo esa mórbida aceptación
de lo que se acepta oír lo que se quiere oír, sin tratar
siquiera de confirmar mínimamente lo que oye. Con ello no
hace más que perjudicarse a sí mismo y perjudicar a los
demás que le rodean.
No está de más indicar que la Justicia no puede ser tal si
condenan a una persona a pasar tres años en la cárcel siendo
inocente y encima no lo sueltan cuando es probada su
inocencia. No creo que sea aceptable por los jueces el
testimonio de una persona contra otra persona. Que uno
persona crea reconocer como el autor de un delito a otra
persona no puede ni debe ser suficiente para condenar
irrevocablemente a la persona supuestamente identificada.
Más aún cuando son presentadas fotografías ante los
supuestos testigos. Eso hace que en la memoria de esos
supuestos testigos queden impresas las imágenes vistas en
las fotos y cuando llegan a una rueda de reconocimiento,
crean ver a la persona que comete el supuesto delito porque
en su recuerdo queda grabada la imagen de la foto, no que lo
haya visto en realidad.
Pedir el indulto por un delito NO cometido me parece que es
una aberración injustificable hoy en día. La Justicia debe
tener herramientas que reparen esas injusticias. El peso de
la Ley quedaría totalmente quebrado si se mantiene esas
condenas sobre gente inocente, tras ser hartamente
demostrada dicha inocencia.
En la vida, en todas partes, hay personas que por razones
desconocidas acuden a testimoniar contra otras personas, aún
hallándose a kilómetros del escenario del delito, en base a
unos rumores que han oído. Esas personas son dignas de
figurar en la lista de espera de los psiquíatras o de los
forenses.
Si la Justicia averiguara previamente la relación de los
imaginarios testigos con el presunto sospechoso, muchos
casos tendrían que tomar otra vía de investigación y
resolución. No se hace así, aquí en el país. Prefieren
zanjar el asunto con premisas tan injustas como rápidamente
concluidas.
Tampoco es justo que NO se acepten testimonios de familiares
de un acusado cuando son favorables a éste y SÍ se acepten
testimonios de familiares cuando acusan al mismo. ¿Dónde
está la equidad?
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