Entro directo: a primeros de mayo,
Arabia Saudí acuerda donar “un sostén financiero” de 500
millones de dólares a Marruecos para “atenuar el impacto del
aumento excepcional de la factura energética del Reino”
(sic), pues en el primer trimestre de este año el precio de
las importaciones de petróleo bruto se ha casi doblado
respecto al mismo periodo del año anterior. Loable y
fraternal ayuda pero, ¿la Casa de Saud dio alguna vez algo
por nada?. Porque, en Occidente, sabemos que detrás de los
“petrodólares” saudíes se encuentra el vertiginoso proceso
de radical islamización encubierta que sufrimos en los
últimos años, amamantando el fanático wahabismo hambalí las
raíces ideológicas del terrorismo islamista.
Es también reconocido por analistas y observadores con
experiencia que en el salto en pedazos de la
“excepcionalidad marroquí” frente al terrorismo, común en
otros países de referencia islámica, la influencia del
wahabismo ha sido notable, generando esta interpretación
extremista del Islam el caldo de cultivo que sigue
amenazando la tradicional moderación del sunnismo malikí.
Sinceramente creo que Marruecos ha pagado ya un precio
excesivo por el sostén saudí a la causa del Sáhara,
materializado en la cobertura política y la financiación del
costosísimo muro de unos 2.000 kilómetros, por no hablar en
su momento del pago directo (con el asentimiento de Hassan
II) de los sueldos del funcionariado marroquí. Tamaña
“generosidad” se fue materializando en la perniciosa
influencia religiosa del wahabismo en el Ministerio de
Asuntos Islámicos y Habús, hasta que en los últimos tiempos
(particularmente con el nombramiento del ministro Taufiq)
las directrices de Mohamed VI, en su calidad de “Emir Al
Moumenín” (Príncipe de los Creyentes), han reorientado a los
responsables hacia la urgente recuperación del Islam popular
“a la marroquí”, de hecho una de las caras más amables y
tolerantes del Islam.
Tras su última y “generosa” ayuda, Arabia Saudí pudiera
estar sembrando las semillas de un “intercambio”
mediático-religioso de amplio calado, ante el que Mohamed VI
(con notoria menos proyección internacional que su padre, el
hábil estratega Hassan II) debería mantener los ojos bien
abiertos. Junto a los Estados Unidos y los países del
entorno (Jordania, Egipto y Arabia Saudí), los reyes de
Marruecos y España (el joven soberano Alauí y el maduro y
veterano Borbón) son dos actores de primer orden en la
escena internacional que, a mi juicio, no han apostado
todavía fuerte en el envite por la ansiada paz en Oriente
Medio. A Don Juan Carlos I, su título de “Rey de Jerusalén”
y sus estrechas relaciones con las dinastías árabes le
otorgan crédito histórico y autoridad política sobre la
ciudad tres veces santa, Jerusalén, actual capital
indivisible de Israel; Mohamed VI por su parte es desde su
ascenso al Trono Presidente del Comité Al Qods (Jerusalén),
heredado de su padre a quien la Organización de la
Conferencia Islámica, fundada en 1969 en Rabat, le concedió
el título. El reformista y moderado Mohamed VI es referente
religioso para una buena de los musulmanes del mundo,
compitiendo con el saudí rey Abdalá quien, en noviembre de
2007, se proclamó ante Benedicto XVI “líder religioso” del
mundo musulmán... y aspira de forma taimada a presidir el
Comité Al Qods.
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