Coincidirán conmigo que el futuro
ya no es lo que era. Aquello de que las mujeres con pasado y
los hombres con futuro son las personas más interesantes, se
le ha pasado el arroz. Menos mal. Ahora el mañana es lo que
es, otro día hilvanado a la historia de nuestra historia.
Alguien dijo que en el rocío de las pequeñas cosas, el
corazón encuentra su mañana y toma su frescura. En suma, que
el futuro a veces está ahí y no lo vemos. Hallarlo es la
cuestión. Alguien propone lugares con historias para
labrarse el sueño. Las mismísimas soledades de los museos.
No importa sean virtuales o reales. Son agentes de cambio
social y desarrollo. Lo han probado (y aprobado) el Consejo
Internacional de Museos, que lo vocifera este año en su
onomástica a bombo y platillo. Quieren mostrarnos cómo es
posible llevar a cabo una movilización conjunta innovadora
para interpretar el pasado a la luz del presente y
configurar un futuro más radiante, o sea, más feliz. ¿Habrá
futuro mayor que la felicidad? Esto es lucidez, matar de un
tiro dos pájaros. A ningún gobierno se le ha ocurrido la
idea. Yo apuesto por la reparación moral de la susodicha
memoria historia, bebida con la elegancia del arte en los
labios, porque tiene mejor digestión que cualquier ley. Y,
por otra parte, el porvenir ya no dependerá más de la bolsa,
sino de la visión del talento.
Palabra. Hablando en serio. Ya me gustaría que los agentes
de cambio social y desarrollo, que hoy dormitan en los
museos y que igualmente pienso habitan en ese ancestral
silencio, tomasen vida y se hiciesen presente (y presencia)
sobre todo lo demás. Sobre el euro también; que, a pesar de
tener sólo diez años de vida, nos lleva a todos de calle y,
seguramente, encandila más a la familia consumista, lo que
hoy se lleva, que recluirse en los museos para reflexionar
el futuro. Sinceramente lo pienso, creo que el acercamiento
a las raíces a través de la mediación de la expresión
artística nos brinda una oportunidad singular que debiéramos
aprovechar, sobre todo para reconocernos y reflexionar,
sobre caminos y caminantes. El euro nos beneficia a todos,
dicen, pero deja sin futuro a tantos presentes que es para
aborrecerle. Sin embargo, los museos, pueden hacernos caer
en la cuenta de las mutaciones de nuestras sociedades y sus
distintas formas de progreso, algo vital para tomar el mejor
de los rumbos, el mundo de las ideas, lo que conlleva caer
del burro. Es decir, del pensamiento único. Asimismo, no
tengo ningún recelo en afirmar que los museos contribuyen a
difundir la cultura de la paz, sí, conservando su naturaleza
de templos de la memoria histórica y conversando lenguajes
diversos y comunes.
Sin duda, para pensar el futuro debemos estudiar seriamente
nuestro pasado para comprenderlo y encontrar huellas y
horizontes. La orientación museística es una buena brújula,
cuando menos para acudir a un lugar de meditación a leer el
abecedario del tiempo, y así poder huir por momentos de
lenguajes tribales, egocéntricos y egotistas que tanto
abundan en el asfalto de la era de la globalización. El
lenguaje enciclopédico de los museos, capaz de hablar a
personas de culturas, idiomas y religiones diferentes,
constituye uno de los principales avales de futuro, por su
enriquecimiento interior y de comunicación recíproca. A
sabiendas que la utopía es el principio de todo progreso y
el diseño de un futuro mejor, no es ningún delirio
sumergirse en un concentrado universo de imágenes, que este
mundo también se aprende a vivirlo caminando por el reloj de
la vida vivida plasmada con arte.
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