Ayer, Majestad, cuando veía a los
ciudadanos de la Blanca Paloma (hombres, mujeres, niños y
ancianos) llenar las calles de nuestra querida Tetuán para,
olvidando sus agobios cotidianos, aplaudir con un entusiasmo
preñado de esperanza al paso de su joven Soberano hasta
dolerles las muñecas, germinó en mi cabeza la idea de
redactar estas líneas, a modo de carta abierta, en la
columna que habitualmente mantengo desde hace años en este
pequeño rincón de tierra española geográficamente enclavada
en el Maghreb Al Aqsa. Bien sé que en principio pueda
parecer extraño y hasta insólito este gesto. Sí, soy español
del norte venido al mundo a orillas del Cantábrico bravío,
entre valles de un verde lujuriante cerrados por agrestes y
altivas montañas, una bella y noble tierra en la que como
dice una de nuestras populares “tonadas” (canciones) “todo
el que nació en Asturias puede, ya, decir que nació en la
gloria”. Pero, ¿sabe Majestad?, el Destino me trajo muy
joven (apenas con 16 alegres primaveras recién cumplidas) a
estos lugares, que con el correr del tiempo fui explorando
para, finalmente, fundirme en ellos; sí, soy también un
español profundamente magrebizado, casado por imperativo del
corazón con una hermosa y cálida hija de su país y, por
tanto, con familia marroquí directa de la que me siento muy
orgulloso: dos buenas razones, Majestad, que entiendo me dan
legitimidad para ponerle estas líneas escritas con afecto y
respeto. Pero es que, por si fuera poco, aunque con la piel
transfronteriza son ya casi siete los años que llevo
enraizando en Marruecos, siendo Majestad -lo digo sin
alharaca ni falsa modestia- el vecino español que más ha
publicado estos tiempos en medios de comunicación sobre las
vicisitudes, los problemas y las expectativas del Reino de
Marruecos.
Tampoco es, ni mucho menos, la primera vez que escribo sobre
Su Majestad aunque, ciertamente, nunca de forma tan directa.
El 2 de marzo de 2007 tuve el gusto de permitirme felicitar
a su Real Familia por el nacimiento de la pequeña Princesa
Lalla Khadija (de hecho firmé, como español radicado en
Marruecos, unas líneas en el Libro de Honor abierto para la
ocasión en la cercana Wilaya) y, antes, tuve el honor de
conocer y hablar durante unos diez minutos en el aeropuerto
de Sania Ramel (después de la partida de la Reina de España,
Doña Sofía, durante su histórica visita a Tetuán) con su
inteligente y discreta esposa, la atractiva Princesa Lalla
Salma.
Pero el motivo de esta columna, Majestad, es permitirme
llamar su atención… sobre el futuro. La antigua y fértil
vega de Tetuán está desapareciendo bajo la codicia y la
especulación y en Martil, el antiguo Río Martín fundado por
España, un irresponsable y masivo proceso urbanístico ha
acabado prácticamente con toda zona verde. Tan solo queda
una plantación de eucaliptos y otras especies menores,
conocido como “Lamida de Ahrik”, que aun resiste emparedado
entre “La Corniche” y una nueva urbanización. Solo su
Majestad puede conseguir, hoy día, que esta mancha verde
sobreviva reconvirtiéndose en parque. Hay una profecía de
los indios Yanomami, Majestad: “Cuando se tale el último
árbol y se capture el último pez, os daréis cuenta que del
dinero no se puede comer”. Respetuosamente, Majestad: ¡salve
el “bosque” de Martil!.
|