Es algo más que un rumor de zoco y
corre ya, abiertamente, por los campos políticos rabatíes.
En breve el débil Gobierno de Abbas El Fassi podría
presentar su dimisión, noticia que vendría a confirmar (y no
es algo que me alegre) lo que ya les había adelantado en mi
columna del 17 de octubre del pasado año. De hecho, corren
listas por diferentes cenáculos de un hipotético gobierno de
centro derecha presidido por El Himma, en el que se
mantendrían los “ministros de soberanía” como Taoufiqh
(Asuntos Islámicos y Habús) y Chakib Benmoussa (Interior),
incorporándose miembros del RNI (tecnócratas) y Movimiento
Popular (coalición bereber), quizás algún independiente y
-sorpresa- varias primeras figuras del islamista Partido de
la Justicia y el Desarrollo (Lahcen Daoudi entre otros),
posibilidad esta última que, hace pocos días, descartaba
claramente Mustafá Ramid, jefe de filas de su grupo
parlamentario.
¿Un globo sonda del “Makhzén” cara a la delicada situación
social (se ofrece un “cambio”) y para ir “marcando” las
elecciones municipales previstas para el año que viene…?.
Pudiera ser.
La realidad es que el país se apresta a vivir una cadena de
huelgas: la primera el pasado martes en la función pública,
aplicada con diferente fortuna, seguida de una huelga
general prevista para el miércoles 21 (fecha cargada de
simbolismo por la histórica huelga del 20 de mayo de 1981,
sangrientamente reprimida), que amenaza con paralizar el
país y a la que, pese a su planteamiento “izquierdista”,
podrían sumarse varios centenares de miles de militantes
islamistas de la disciplinada y alegal “Justicia y
Espiritualidad”, la mayor organización de masas del Maghreb
siguiendo la “sugerencia” de sus líderes según anunció
recientemente su portavoz, Fathallah Arsalane, lo que podría
dar un imprevisible sesgo a la misma. Los “adlilistas”, al
contrario que sus primos ideológicos del moderado y
parlamentario Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD)
bien insertados en la Unión Nacional de Trabajadores
Marroquíes (UNTM), carecen de un sindicato propio siendo
incluso hostiles a organizaciones sindicales como la
Confederación Democrática de Trabajadores (CDT) y la Unión
Marroquí de Trabajadores (UMT). En este contexto no parece
extraño que el islamismo radical emergente estudie
atentamente el proceso de caída del Shá de Persia y la
dinastía Palevi, con la consiguiente ascensión del shiísmo
jomeinista, prestando particular atención a la alianza de
una clase comerciante empobrecida y descontenta con líderes
religiosos radicales como desencadenante de la situación.
¿Podrían estar incubándose ahora en Marruecos los gérmenes
de un proceso similar capaz, bajo ciertas condiciones
objetivas, de generar un efecto dominó?. Algunos pensamos
que es posible, mientras rumiamos el premonitorio y
clarividente aviso del actual Secretario General de la ONU,
Ban Ki-Moon: “La crisis alimentaria constituye una amenaza
mucho más peligrosa que ésta del terrorismo. Conduce a las
gentes a dudar de su propia dignidad de seres humanos”.
Ciertamente. Aun están frescos los sucesos del domingo 23 de
septiembre en Sefrú y que les comentaba en la columna del 28
de septiembre del año pasado, cuyo titular parece oportuno
para cerrar estas líneas: “¿Una nueva intifada del pan?”.
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