Hoy, hace sesenta años, veía la
luz el naciente Estado de Israel, dispuesto a compartir en
paz asiento dentro de la Comunidad de Naciones. En vano. Ben
Gurión proclamaba la Independencia, amparada por la
Resolución 181 de las Naciones Unidas que el 29 de noviembre
del año anterior decidían partir la Palestina histórica
(hasta el fin de la I Guerra Mundial perteneciente al
Imperio Otomano y desde entonces bajo Protectorado del Reino
Unido) en dos estados; uno judío y otro árabe. Israel aceptó
la legalidad internacional; los palestinos y los estados
árabes, no…., aprestándose inmediatamente sus ejércitos a
invadir el estado hebreo con la consigna de arrollar a sus
habitantes y arrojarlos al mar. Con la implícita cobertura
diplomática y logística de la URSS (el decisivo apoyo
norteamericano vendría más tarde) que permitió el envío a
través de Checoslovaquia de vitales suministros militares,
Israel logró sobrevivir contra todo pronóstico aun pagando
un durísimo precio, firmando un armisticio provisional con
los países atacantes en enero de 1949. El otro estado que
debería haberse levantado pacíficamente a su lado, el
palestino, perdió la batalla viendo hipotecado su futuro por
los turbios y espurios intereses de sus pretendidos
“hermanos” árabes. Así se escribió la historia.
Con el correr de los años Israel logró en 1978 firmar un
tratado de paz con el poderoso Egipto, mientras mantiene con
el Reino de Jordania (de hecho y en lo que respecta al 80%
de su población un estado palestino) amistosas relaciones.
Quizás muchos ignoran que los acuerdos de Camp David, base
del tratado de paz egipcio-israelí, fueron discutidos en
tierra marroquí y bajo los auspicios del fallecido Hassan II
por el mítico general israelí Moshé Dayan y el palestino
Hassan Touhami, precedidos por varios encuentros en Ifrán,
sin olvidar que su heredero el joven soberano Mohamed VI
(más inclinado a la resolución de los problemas interiores
que a la diplomacia exterior) sigue siendo, aun discutido
por la intransigente Arabia Saudí, presidente del Comité “Al
Quods” (Jerusalén) y teniendo finalmente en cuenta que,
demográfica y políticamente, la comunidad judía de origen
marroquí juega un sobresaliente papel en la realidad
israelí. Más de uno pensamos que la implicación más directa
de Marruecos (así como de España) en el contencioso de
Oriente Medio podría impulsar algunas soluciones. En julio
de 1999 y durante el funeral de Estado de Hassan II en
Rabat, Yasser Arafat, presidente de la OLP y el general Ehud
Barak, Primer ministro israelí, bien pudieron haber
aprovechado la ocasión para conseguir un ventajoso y justo
acuerdo para ambos pueblos.
Actualmente Israel, que pese a sesenta años de guerra
impuesta ha sabido labrarse un exitoso presente, afronta una
turbia guerra de desgaste atizada en Gaza por el extremismo
islamista de Hamás y al norte, en el vecino Líbano, por las
milicias filoterroristas de Hizboláh, armadas y equipadas
por la República Islámica de Irán que no ha dejado de
amenazar (con la callada por respuesta de las Naciones
Unidas) con su destrucción total. No hay marcha atrás.
Israel es un estado como otros, con sus luces y sombras,
aciertos y errores. Ya es hora que el fanatismo propio
permita al sufrido pueblo palestino crear, en paz, un estado
viable al lado de Israel.
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