Dicen de las ciudades con mar que parecen más vivas que las
de interior. Y son precisamente sus puertos los que ofrecen
pinceladas sobre el ánimo de sus ciudadanos en los días
festivos y fines de semana. Las instalaciones portuarias,
con sus diques y muelles, los barcos que llegan de otros
países y la pesca capturada son atractivos que nunca
aburren, a juzgar por la naturalidad con que tanto niños
como mayores disfrutan de un día de sol entre los amarres.
José Luis era uno de los diez pescadores “de afición” que se
acercaron durante la mañana de ayer a Muelle España. Y lo
hizo con su hija pequeña, que, a juzgar por sus comentarios
sobre los tipos de peces, conoce de sobra un arte del que ha
escuchado hablar en su familia desde niña. Francisco no se
pierde “ni los sábados ni los domingos si hace bueno”,
porque el resto de la semana trabaja mucho. Se acerca al
puerto y lanza la caña “donde se puede”, actividad que
representa “una alternativa más de ocio saludable en Ceuta,
además de dar paseos en bici por los llanos de La Marina o
jugar con el balón”. Enceba el anzuelo, para el que usa
“queso de bola”, y asienta la caña en un hueco del hormigón,
para esperar pacientemente a que piquen “doradas y sargos,
los típicos de aquí”, que después llegarán a la mesa de su
casa porque no se cree “lo que dicen algunos de que el
pescado sepa a petróleo de los barcos”. Afirma que el muelle
tiene calado suficiente como para atraer a un gran número de
especies de alta mar, seducidos por el marisco que se pasea
por la entrada de la bocana. Por eso, “en los días buenos”
se hace con un par de piezas de gran tamaño, aunque hay
veces que vuelve a casa “con las manos vacías”.
Salvador y Luis tienen como objetivo la caza del mismo
pescado, pero lo atraen con diferente carnaza. Este
aficionado cincuentañero carga el sedal con el ermitaño,
bastante suculento a juzgar por el escaso tiempo
transcurrido desde que arrojó la caña hasta que el mástil
comenzó a blandirse. En apenas cinco minutos, una dorada de
dos palmos brotaba del agua izada por el nylon, con el
cangrejo en el estómago y el anzuelo clavado en la boca.
Felicitaciones de los vecinos de afición y amarre, y un
preciado regalo del mar para la nevera, que guarda en el
maletero del coche. Salvador conoce los secretos de esta
forma de captura “desde muy pequeño”. Con apenas cuatro años
acompañaba a su padre al muelle, donde ahora pasa las
mañanas durante “todos los días de la semana, siempre y
cuando nos dejen”. Y es que, según la Ley de Puertos, los
pescadores no pueden hacer uso de las instalaciones
portuarias para llevar a cabo este arte. Pero la Policía
mira, por suerte, para otro lado y “hace la vista gorda”
porque se trata de una costumbre ancestral que, en Ceuta, no
podría llevarse a cabo de otra forma, a menos que se pesque
en las escolleras, “por donde es peligroso caminar”.
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