Tranquilo me he paseado hoy por el
único tramo concurrido por los ceutíes del centro: la Gran
Vía hasta la plaza de los Reyes. Lo he hecho solito, sin más
compañía que mi paquete de tabaco y mi mechero y sin mi
familia dándome la lata sobre compra eso o compra aquello.
Semejante hazaña es digna de figurar en los anales de las
actividades recreativas y culturales. Tiempo de ocio para
ver es-caparates, saludar a conocidos y también a
desconocidos que me saludan al paso. Tiempo para ob-servar
esas estampas gigantes estampadas contra los cristales de
los ventanales del Museo de Ceu-ta. Estampas que suponen los
personajes protagonistas del 2 de mayo, mientras Jacinto
Ruíz vigila pétreamente la historia. Me ha parecido que ha
sonreído al encontrarnos nuestros ojos. Bueno, figu-raciones
mías.
Esta mañana, antes de recoger a mi chico en la escuela, me
he acercado al cementerio de Santa Catalina. Ignoro por qué
lo he hecho. Parece que una fuerza desconocida ha guiado mis
pasos allá. Ya en el recinto me he perdido buscando las
últimas moradas de mi ya enorme familia. Una familia
desperdigada por todos los rincones del planeta. No hablo de
mis hermanos ni de mis primos herma-nos, hablo de tíos para
arriba. Muchos de ellos están descansando el sueño eterno en
éste cemente-rio en constante renovación.
Ya de regreso a casa, después de recoger a mi retoño, me he
acercado al mi bar favorito, lleno de gente de la tercera
edad celebrando no se qué, con intención de pillar algo para
tapear. Mientras me tomo la caña observo a los clientes que
están comiendo. Me sorprende que se pongan a jugar imitando
a los soldados y usando un paraguas en lugar del fusil, con
cambio de guardia incluida.
Ya de regreso a casa me sorprende, otra vez, el anuncio de
la Dirección General de Tráfico sobre los accidentes de
moto. El que representa al conductor del coche se ha cargado
la culpa del acciden-te del motorista asegurando que no lo
vio, pero que ahora lo verá siempre. Menos mal que al final
confiesa que no tiene nada que ver con el asunto porque es
un actor.
Por mi parte no puedo estar de acuerdo con esa afirmación de
que la mayoría de los accidentes de moto es por culpa del
automóvil… he vivido muchos años en Catalunya y de sobra es
conocido por todo el mundo el intenso tráfico de motos que
tiene Barcelona. He vivido situaciones muy difíciles
conduciendo mu coche por las cuadriculadas calles de la
ciudad condal y he visto cientos de acci-dentes entre coches
y motos, coches y coches, coches y camiones, etc.
Muchos de esos accidentes son ocasionados por las motos de
manera tan directa que resulta im-posible rebatirlo. Muchos
de esos chicos y no tan chicos, muchos de esos adultos que
conducen una moto, no dudan en circular entre carriles a una
velocidad espantosa. No dudan en meterse delante de los
coches que circulan para cambiar de carril o simplemente
para joderle la vida al conductor. En las vías rápidas he
visto miles de ciclomotores serpenteando entre los coches y
plantándose delante de cualquiera pillándolo de sorpresa y
dando ocasión a que fuera embestido. He visto con mis pro-pios
ojos, en Ceuta también, a ciclomotores y no tan ciclomotores
correr por el carril contrario, aún viniendo coches en
dirección contraria y esquivándolos como los toreros
esquivan a los morlacos, por no hablar de quienes adelantan
por la derecha en situaciones extremas.
Tengo una moto, soy motorista por lo tanto, me atengo a las
normas de circulación como si estu-viera en el coche. He
tenido innumerables sustos dados por otros motoristas que
adelantando a co-ches que están detrás de mí, se plantan
delante mismo de la rueda delantera de mi moto. Un día de
éstos lamentaré un accidente contra otra moto y de seguro
que la culpa la tiene el coche que viene detrás de mí por no
haberle cedido espacio al verse adelantado por un ciclomotor
cochambroso.
No señores de Tráfico, no tienen aciertos con ese tipo de
anuncios. No hará más que engrande-cer la creencia de que el
motorista es el rey de la calzada. Si todos esos motoristas
cumplieran las normas más elementales de circulación no
lamentarían esas muertes.
Ya lo mencionó Freud, la máquina en manos de un cobarde le
hace crecerse lo indecible hasta creerse invencible. Más o
menos como una prolongación de efectos fálicos. Eso no
conduce a nada, y va por lo del anuncio. No demos pábulo a
que el que se cree rey del asfalto se considere en breve
tiempo emperador de las carreteras. No enredemos, por favor.
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