Los asiduos marroquíes y españoles
del cruce fronterizo de El Tarajal (“paso”, en principio, de
personas y no de mercancías), valoramos diferentes variables
antes de escoger el tránsito entre ambos países vecinos:
desde la alerta roja por inminentes amenazas terroristas, a
hechos puntuales como las elecciones en Ceuta o la presencia
del Rey de Marruecos en Rincón; los sábados a mediodía para
salir de España o los domingos por la noche para entrar, por
no hablar del viernes, particular día de rezo para los
musulmanes y durante el cual El Tarajal aparece silencioso;
contando, además, con el escollo de que nunca hay normas
fijas. El Tarajal, impertérrito, siempre está ahí, como la
energía: ni se crea ni se destruye, simplemente se
transforma. Anda la de chascarrillos y tarascadas que llevo
puntualmente reflejadas en mis cuadernos de campo… Pero,
como ustedes perspicaces lectores de uno y otro lado ya
saben, raramente he dedicado alguna línea (salvo para ser la
excepción que confirma la regla) a este espacio fronterizo
porque, si como advierte castizamente el popular dicho
“donde está la olla no se mete la polla” (disculpen la
expresión), para un escribano transfronterizo no parece
inteligente mojar habitualmente la pluma en espesos
tinteros. Puedes mancharte. Por consiguiente.
No hace falta señalar que el firmante de esta columna
siempre ha sido tratado con el respeto y la consideración
que merece por los respetables uniformados de uno y otro
lado de El Tarajal. Digo. Únicamente reseñaría en los
últimos tiempos la especial atención de la que uno disfruta
-“avec plaisir”- al salir o entrar (mi estadística
particular dice que “al entrar”) en el Reino de Marruecos,
pues pese a portar pasaporte español emitido en Ceuta,
Ciudad Querida, siempre me es requerido para estamparle el
sello respectivo mientras otros conciudadanos, moros y
cristianos, pasan tan ricamente. Ayer mismo se lo espetaba
con cariño al diligente funcionario de turno a eso de las
10.30 de la mañana, hora marroquí: “ Ah jay, chof, ¡bon
service mon amí!. ¿Pero qué pasa…? ¿Por qué yo siempre
sello, jai?” El susodicho se va por peteneras mientras,
cortésmente, me contesta: “Pirdona, is rápido, no ti
priocupes”, yendo corriendo a la garita no sin antes
“priguntar” lo de siempre: “¿Para quí piriódicos iscribes?”
Elevo los morros como los canes, venteo el aire y replico
plácidamente: ¡Ah jai, ¿es por lo de darle a la pluma…?
¡Acabáramos!”. Una amable sonrisa de oreja a oreja junto a
un ligero encogimiento de hombros hacen de muda pero
elocuente respuesta. La verdad es que en los últimos meses
es reconfortante sentirse, no más vigilado ni mucho menos
sino, por el contrario, ¡más protegido!. ¡Mira que si me
pasara algo…!: un secuestro, una paliza, una rebanada en el
cuello o un inexplicable accidente… Cuando entro en
Marruecos siempre doy en verdad, créanme, un suspiro de
alivio. Me siento “marhaba”. Y con alitas.
El lunes debo acercarme a la “Wilaya” para intentar
despachar unos minutos con su titular, Dris Khezzani, que
andará apuradísimo por la inminente visita del joven
soberano Mohamed VI a la zona. Aprovecharé para darle las
gracias por la discreta pero eficaz protección policial de
la que gocé, frente a mi casa en el plácido Río Martín,
durante el pasado septiembre. “¡Chukram barakalofi, jais!”
|