En algunas alianzas, los
participantes se dan palmaditas en la espalda tanto tiempo
que acaban haciéndose daño. La cita es de alguien que tiene
un nombre rarísimo. Pero que me viene como anillo al dedo
para referirme a la alianza que, hace ya varios años,
proclamaron Juan Vivas y Pedro Gordillo en una
sala del Casino.
Aquella noche, me parece recordar que de una primavera
lluviosa, ambos presidentes, debido a que sonaban tambores
de guerra en el partido, escenificaron lo que se querían y
cómo estaban dispuestos a unir sus fuerzas contra cualquiera
que osara romperles el buen rollo que existía entre ellos. Y
a partir de ahí nunca cesaron las ya reseñadas palmaditas de
quienes se habían jurado lealtad hasta el fin de sus días en
la política activa, y sobre todo en momentos donde se
atisbaba que el tan cacareado acuerdo de no traicionarse
parecía pasar por momentos complicados.
Hace pocos meses, ambos dirigentes, es decir, el presidente
de la Ciudad y el del partido, con vistas a las próximas
elecciones que tendrán que celebrar los populares de Ceuta,
volvieron a las andadas: se juraron amor eterno y se dieron
un abrazo donde los tableteos de espaldas parecían sacado de
un cuadro de la dictadura representando un cambio de
ministro.
Y se decían cosas como te prometo ayuda, Pedro... Y la
respuesta agradecida de éste no se hacía esperar: Sé que
Vivas está de mi parte... Y todo ello en medio de un
ambiente festivo protagonizado por los hinchas de ambos
políticos. Convencidos de que esa juntera les viene que ni
pintiparada para evitar que quienes están en contra de las
actuaciones de tales mandamases se abstengan de ir más allá
que de criticarlos a escondidas.
Pero, últimamente, las palmaditas entre Vivas y Gordillo
parecen más bien latigazos. Hasta el punto de que se están
haciendo daño. Y comienza a generarse entre ambos una
desconfianza que a buen seguro habrán de cortar de raíz
cuanto antes.
Y todo porque el vicepresidente del Gobierno trata por todos
los medios de cubrirse las espaldas manteniendo relaciones
más que amistosas con personajes que suelen maltratar a
Vivas todos los días y fiestas de guardar. Y hay más tela
que cortar entre ambos. Averiguar quién es la persona que
cuenta en sitios donde no debe todo lo que piensa Vivas
respecto a ciertos asuntos. Puesto que si no son capaces de
desenmascarar al chivato, día llegará en que el presidente
de la Ciudad sea aún más desconfiado de lo que ya es y
decida mirar hasta debajo de la mesa de su despacho antes de
abrir la boca. O bien termine comiéndose el marrón, en un
momento determinado, cualquier asesor de pacotilla o bien un
funcionario que pasaba por allí.
Vivas, cuya capacidad de adelantarse a los acontecimientos
es buena, no debe olvidar lo que le ha ocurrido a Jenaro
García-Arreciado. Quien en el último suspiro se ha visto
sorprendido por una maniobra de quien le venía jurando
lealtad a raudales. Y ha tenido que lamentarse por medio de
unos versos que podrían cantarse como fandango de Alorno.
Cierto que la situación de Vivas es muy distinta y su poder
es el que le conceden los ciudadanos con verdadera devoción.
Aunque tampoco es menos cierto que comienzan a perderle el
respeto en ciertos medios. Y, además, tengo la impresión de
que le han instalado micrófonos ocultos en su despacho.
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