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OPINIÓN - VIERNES, 9 DE MAYO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Elogio de la intuición
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tenia como apodo Bigote y decían de él que era un prodigio de la intuición. Y es que Pepe Jiménez, que así se llamaba mi amigo Bigote, gozaba de una facilidad asombrosa para percatarse de las cosas al primer golpe de vista o para darse cuenta, sin necesidad de razonamientos, de cosas que no son patentes para todos.

A mí me tocó vivir a su vera situaciones donde él emitía su opinión, aparentemente descabellada, y que luego se cumplía tal y como había previsto quien fuera un hombre de confianza de Lucio Blázquez, propietario de Casa Lucio; restaurante famoso, situado en la popular Cava Baja madrileña.

Tales eran sus aciertos en adelantar acontecimientos, que durante mucho tiempo fue reclamado por algunos hombres de negocios para que asistiera con ellos a reuniones donde iban a tratar de alianzas comerciales. Con el fin de asegurarse si los posibles socios eran de fiar para Bigote. Y en vista de que se había cundido por Madrid que éste acertaba mucho más que erraba en sus predicciones, nunca le faltó tarea.

Bigote era un lector empedernido. Y su cara no aparentaba que estaba cultivado hasta extremos insospechados. Parecía más bien un campesino que acaba de dejar su pueblo y que se había instalado en Madrid porque una hija se le había casado con un cargo ministerial. Durante las cuchipandas parecía estar ausente. Sin embargo, sus ojos camaleónicos no perdían el menor detalle de cuanto acontecía a su alrededor.

Un día, del verano de 1979, estábamos sentados en la terraza de Romerijo, cuando apareció de repente Antonio Arribas; conocido por ser uno de los “choris” más famoso de Marbella. Antonio y Pepe se fundieron en un abrazo. Y Arribas fue al grano: “Pepe, necesito medio millón de pesetas ya mismo”. Y Bigote se fue derecho a Pepe Romero, dueño del establecimiento... Media hora más tarde Arribas nos decía adiós con mucha prisa.

Romero, que había adelantado la pasta, tenía sus dudas. Y Bigote le decía: Antonio Arribas no sólo volverá con el dinero en la fecha prevista sino que, además, repartirá ganancias. Y así fue. Hombres así, con ese don, son necesarios en muchos sitios. Al menos para evitar que siga habiendo timadores de cuello duro, y traidores por sistema.

Mientras escribo no sé por qué se me viene a la memoria que Jenaro García-Arreciado no tuvo a nadie de los suyos que le dijera que Juan Luis Aróstegui no es de fiar. Me imagino a Bigote, olfateando al secretario general de Comisiones Obreras, y diciendo con su voz aguardentosa y sus mofletes airados: éste tío, querido Jenaro, no vale nada. Así que no se te ocurra pactar con él el 20% del próximo Plan de Empleo. La verdad es que a mí no me hizo el menor caso. Pero a Bigote seguro que le hubiera prestado atención.

Tampoco se le hubiera escapado a mi amigo, Bigote, el comportamiento que iba a tener Salvador de la Encina con el onubense en el tramo final. Y, desde luego, no se hubiera callado como he hecho yo que tenía tragado que De la Encina llevaba un tiempo jugando con dos barajas. Pero la simpatía que le tengo al diputado socialista me impidió salir diciendo que éste estaba usando su influencia para defenestrar a García-Arreciado.

Ojalá que a partir de ahora no tenga yo que darle la razón a Pacoantonio, cuando pone a De la Encina a parir.
 

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