El sacrificio de no abandonar los estudios aún residiendo
entre las cuatro paredes de un penal tuvo ayer una
recompensa para nueve alumnos del Centro de Estudios para
Mayores Edrissis que toman sus lecciones desde la cárcel
ceutí. Una comitiva de la institución educativa acudió a la
cárcel para hacer entrega de una mención de honor, premio
que les llegó de manos del director del ‘Edrissis’, Santiago
Berral; la jefa de estudios, Isabel Delgado, y el
secretario, José Antonio Hernández. Así, cuatro mujeres y
cinco hombres recogieron entre los aplausos de sus 34
compañeros de clase, que cursan estudios de Secundaria, y
que destacaron por trabajos relativos a la materia de Lengua
y sobre ilustración y cartelería. Según el subdirector de
esta prisión preventiva, Máximo José Martínez, este premio
es “un gran paso para estrechar lazos entre los profesores y
los reclusos”, un incentivo para preparar a fondo un examen,
que tendrá lugar a mediados de junio, cuya aprobación
significa conseguir una titulación homologada que acredita
su experiencia con los libros.
Entrada en los módulos comunes
Se abre la puerta corrediza que separa la vida real del
confinamiento en que se mueven cada día 280 personas en el
interior del penal de ‘Los Rosales’. Con apenas diez pasos
en firme a lo largo de una fría galería, un funcionario quía
a EL PUEBLO por un laberinto de barrotes y habitáculos de
preventivos -para los reclusos que acaban de llegar- hasta
finalizar en otra de las tres puertas que es necesario
superar. El ambiente se hace más cálido, a medida que
aumento en intensidad el sonido de una marabunta humana que
se afana cada momento en hacer cosas. Al contrario de lo que
pueda pensarse sobre este penal, el tiempo pasa rápido entre
sus paredes recién pintadas en blanco y verde,
cuidadosamente alicatas por los propios internos, y por ese
tono crema de las puertas que cierran las celdas cada noche
sobre las diez. “El mal estado de las instalaciones que se
ha pregonado no es totalmente cierto”, comenta Cándido,
funcionario de mantenimiento, que nos acompaña por los
distintos módulos penitenciarios para comprobar que el
embellecimiento de las instalaciones es una realidad gracias
al esfuerzo de las personas que ocupan este espacio.
Abdelkader es uno de ellos. Este tetuaní de 30 años alza en
el patio interior una caseta de dos plantas, adherida a la
cara oeste junto al módulo de mujeres, donde una docena de
féminas se encontraba, secador en mano, apurando los últimos
minutos de sus prácticas de peluquería, antes de marchar a
comer. Junto a otros compañeros, Abdelkader alzó el tabique
principal y ayer, durante el mediodía, ya estaba dando los
últimos retoques extendiendo cemento en su pared para,
después, comenzar a alicatar.
La siguiente parada en el camino es la zona común, en cuyo
epicentro se encuentra el puesto de guardia desde el cual se
vigila a desde pocos metros las seis entradas para los
distintos módulos, como el economato, las celdas, y las
salas de ocio donde el ajedrez, el parchís y las damas
mantienen ocupados a ocho reclusos desde las diez de la
mañana hasta media tarde. Una espectacular mesa de trabajo
contiene los útiles necesarios para cortar azulejos, que
después será colocados en las paredes de la prisión, hasta
una altura de un metro aproximadamente. Juan, el último en
incorporarse al curso de alicatado porque ha entrado en ‘Los
Rosales’ “hace cuatro días”, escucha atentamente una
explicación de Mohamed para no romper la loseta al cortarla.
“Ahora no tengo mucha idea sobre esto”, comenta este joven
de 20 años, gafas de sol y gorra roja, “pero seguro que
cuando sales ya estoy hecho un artista y encuentro trabajo
rápido”. A nuestro paseo por el penal se une Pepe, el
monitor de Electricidad, que nos invita a entrar en el
módulo donde imparte clases sobre circuitos desde hace años.
Para llegar a este aula se ha de atravesar un segundo patio
interior con dos porterías de fútbol sala, donde nadie
juega, sólo hablan, nos miran y nos sigue. Abdesselam sale
al encuentro y nos acerca orgulloso a los trabajos de fin de
curso: varios tablones de corcho que simulan los circuitos
cerrados de electricidad en una casa, con sus
correspondientes interruptores de luz y conexión para los
electrodomésticos. Tras cuatro meses de prácticas de
electricidad, Abdesselam se ha convertido en un profesional,
así que el monitor, Pepe, teme que su alumno “llegue a abrir
por arte de magia las puertas del penal para escaparse”,
bromea entre risas.
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