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sociedad - VIERNES, 9 DE MAYO DE 2008


Las aulas en el centro penitenciario. ep.

reportaje gráfico / vida en 'los rosales'
 

El ‘Edrissis’ galardona con una mención a alumnos del penal

La directiva de este centro de educación para mayores, que mantiene un concierto con la cárcel de ‘Los Rosales’ para dar clases a los internos, premió varios trabajos sobre Lengua y diseño de cartelería
 

CEUTA
Sergio Cobos

ceuta
@elpueblodeceuta.com

El sacrificio de no abandonar los estudios aún residiendo entre las cuatro paredes de un penal tuvo ayer una recompensa para nueve alumnos del Centro de Estudios para Mayores Edrissis que toman sus lecciones desde la cárcel ceutí. Una comitiva de la institución educativa acudió a la cárcel para hacer entrega de una mención de honor, premio que les llegó de manos del director del ‘Edrissis’, Santiago Berral; la jefa de estudios, Isabel Delgado, y el secretario, José Antonio Hernández. Así, cuatro mujeres y cinco hombres recogieron entre los aplausos de sus 34 compañeros de clase, que cursan estudios de Secundaria, y que destacaron por trabajos relativos a la materia de Lengua y sobre ilustración y cartelería. Según el subdirector de esta prisión preventiva, Máximo José Martínez, este premio es “un gran paso para estrechar lazos entre los profesores y los reclusos”, un incentivo para preparar a fondo un examen, que tendrá lugar a mediados de junio, cuya aprobación significa conseguir una titulación homologada que acredita su experiencia con los libros.

Entrada en los módulos comunes

Se abre la puerta corrediza que separa la vida real del confinamiento en que se mueven cada día 280 personas en el interior del penal de ‘Los Rosales’. Con apenas diez pasos en firme a lo largo de una fría galería, un funcionario quía a EL PUEBLO por un laberinto de barrotes y habitáculos de preventivos -para los reclusos que acaban de llegar- hasta finalizar en otra de las tres puertas que es necesario superar. El ambiente se hace más cálido, a medida que aumento en intensidad el sonido de una marabunta humana que se afana cada momento en hacer cosas. Al contrario de lo que pueda pensarse sobre este penal, el tiempo pasa rápido entre sus paredes recién pintadas en blanco y verde, cuidadosamente alicatas por los propios internos, y por ese tono crema de las puertas que cierran las celdas cada noche sobre las diez. “El mal estado de las instalaciones que se ha pregonado no es totalmente cierto”, comenta Cándido, funcionario de mantenimiento, que nos acompaña por los distintos módulos penitenciarios para comprobar que el embellecimiento de las instalaciones es una realidad gracias al esfuerzo de las personas que ocupan este espacio.

Abdelkader es uno de ellos. Este tetuaní de 30 años alza en el patio interior una caseta de dos plantas, adherida a la cara oeste junto al módulo de mujeres, donde una docena de féminas se encontraba, secador en mano, apurando los últimos minutos de sus prácticas de peluquería, antes de marchar a comer. Junto a otros compañeros, Abdelkader alzó el tabique principal y ayer, durante el mediodía, ya estaba dando los últimos retoques extendiendo cemento en su pared para, después, comenzar a alicatar.

La siguiente parada en el camino es la zona común, en cuyo epicentro se encuentra el puesto de guardia desde el cual se vigila a desde pocos metros las seis entradas para los distintos módulos, como el economato, las celdas, y las salas de ocio donde el ajedrez, el parchís y las damas mantienen ocupados a ocho reclusos desde las diez de la mañana hasta media tarde. Una espectacular mesa de trabajo contiene los útiles necesarios para cortar azulejos, que después será colocados en las paredes de la prisión, hasta una altura de un metro aproximadamente. Juan, el último en incorporarse al curso de alicatado porque ha entrado en ‘Los Rosales’ “hace cuatro días”, escucha atentamente una explicación de Mohamed para no romper la loseta al cortarla. “Ahora no tengo mucha idea sobre esto”, comenta este joven de 20 años, gafas de sol y gorra roja, “pero seguro que cuando sales ya estoy hecho un artista y encuentro trabajo rápido”. A nuestro paseo por el penal se une Pepe, el monitor de Electricidad, que nos invita a entrar en el módulo donde imparte clases sobre circuitos desde hace años. Para llegar a este aula se ha de atravesar un segundo patio interior con dos porterías de fútbol sala, donde nadie juega, sólo hablan, nos miran y nos sigue. Abdesselam sale al encuentro y nos acerca orgulloso a los trabajos de fin de curso: varios tablones de corcho que simulan los circuitos cerrados de electricidad en una casa, con sus correspondientes interruptores de luz y conexión para los electrodomésticos. Tras cuatro meses de prácticas de electricidad, Abdesselam se ha convertido en un profesional, así que el monitor, Pepe, teme que su alumno “llegue a abrir por arte de magia las puertas del penal para escaparse”, bromea entre risas.
 

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