Estos días España está de luto por la pérdida del Presidente
Calvo-Sotelo, del que se han dicho últimamente muchas cosas,
seguramente como consecuencia de su fallecimiento, pero del
que poco o nada se ha hablado tras su salida del poder,
habiendo sido mucho menos notorio que Suárez, González o
Aznar, que han seguido llenando páginas a pesar de su
condición de expresidentes y por tanto alejados ya de los
círculos de poder.
La clave puede estar en la propia condición personal de
Calvo- Sotelo, poco amigo de la farándula y del protagonismo
incluso cuando tuvo la responsabilidad de dirigir el
Gobierno de la Nación.
Hombre discreto hasta la saciedad, supo gestionar una España
convulsa sin que se le notase y cuando abandonó sus altas
responsabilidades públicas, se negó permanentemente a seguir
engrosando páginas de notoriedad, consciente como era de la
necesidad de que esta la tuviera quien tenía las
responsabilidades correspondientes a la fama. Un ejemplo de
político y de persona.
Pero no abunda ese discreto encanto de la discreción. Por el
contrario, cualquiera por pequeña que sea su parcela de
protagonismo, pretende ser tan famoso como Brad Pitt o
Penélope Cruz, saliendo en los medios de comunicación hasta
el hartazgo, aunque sólo sea para decirnos cualquier sandez,
creyéndose el ombligo del mundo y aburriéndonos con sus
diatribas, en tanto que quien tiene algo que decir, porque
su cerebro está mejor amueblado, debe guardar un reverente
silencio en este mundo al revés.
Pero sí queda algún político al estilo de Leopoldo Calvo-Sotelo,
salvando las distancias, y ese se llama en Ceuta Nicolás
Fernández Cucurull.
Nicolás Fernández es una persona bien formada, de exquisita
educación y con una clara visión de lo que esta ciudad
necesita en todos los ámbitos de su pulso: el económico, el
social, el cultural, etc., y a poco que se le da la
oportunidad, que es bien, bien poco, lo demuestra y lo hace
de esa manera tan sencilla que caracteriza a las personas de
gran nivel: con suavidad, en voz baja y, sobre todo, con
argumentos, de gran escasez por cierto en la política
actual, más basada en la ciega obediencia que en
aportaciones estimulantes.
Es un político acostumbrado al análisis más que al fogueo,
que busca más el fondo que las formas, al que le interesa
más ser que estar y que se nutre poco de las ramplonas
doctrinas dominantes para ser más bien de los que aportan
ideas a lo que luego puede ser doctrina.
Entre su grupo parlamentario es respetado, hasta el punto de
que tras haber pasado ya por él desde Ceuta, un nutrido
número de integrantes en las distintas legislaturas, ha sido
el único al que se le ha confiado una importante
responsabilidad dentro del mismo y, desde luego, no ha sido
por enchufe de partido o por trienios, sino por su probada
eficacia en la gestión de los asuntos que le han
encomendado, eficacia que allí se ha reconocido y en Ceuta
está lejos de ser considerada, sumergida como está nuestra
ciudad en un oscuro mar en el que sólo se distinguen
sombras, jamás imágenes nítidas.
Si como todo indica, vuelve a presidir la Comisión de
Presupuestos del Senado, habrá vuelto a ser reconocido ese
valor que Nicolás Fernández representa.
En cualquier caso, incluso aunque sus tareas en la Cámara
Alta fuesen más discretas, habría que seguir destacando el
encanto de una persona que procura pasar desapercibida, que
sabe estar y respetar y que, no obstante, va a dejar un
extraordinario sabor de boca a todos cuantos han tendido la
oportunidad de trabajar cerca de él.
La pena es que su manera de estar no fuese una imposición al
resto de sus compañeros.
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