Vino al caso recordar días atrás
el cierre de “El Periódico de Ceuta” por orden de
Francisco Fraiz, siendo éste alcalde, allá en los
albores de los años noventa. Una decisión que demostraba
plenamente cómo aquel personaje estaba siempre dispuesto a
emplear la fuerza contra cuantos no le bailasen el agua.
El cierre de un periódico es algo muy serio. Y cualquier
autoridad que decida dar ese paso ha de tener razones muy
poderosas para ello. Las de Fraiz fueron, sin duda, lo mucho
que le molestaba levantarse cada mañana sabiendo que había
un medio donde algunos profesionales denunciaban sus errores
y destacaban su comportamiento atrabiliario.
Verdad es también que a la vera de aquel alcalde de carácter
variable, irascible y tonante, se encontraba un empresario,
metido a político, atento en todo momento a incitarle para
que no dudara en aprovecharse de la falta de un requisito
burocrático y enviase a los guardias con la orden de ponerle
el precinto a la nave donde el periódico adquiría vida. Un
requisito incumplido por casi todos los propietarios de
naves construidas en el muelle de poniente. Y a los que la
primera autoridad municipal no molestó en absoluto.
El personal de “El Periódico de Ceuta”, reunido con el
testaferro de éste, Félix Muñoz, acordó hacer frente
a un cierre que tenía como principal motivo mantener el
monopolio periodístico en la ciudad. Y de esa reunión salió
la idea de resistir delante de la puerta las acometidas de
los guardias. Los designados para tal menester lo teníamos
muy claro: hacer todo lo posible para que semejante
atropello no quedara impune.
Llegado el momento, y cuando me dio por mirar a mi
alrededor, sólo hallé a Juan Luis Aróstegui y a
José Antonio Alarcón, ambos pertenecientes a Comisiones
Obreras, acompañándome en tan arriesgada empresa. Eran otros
tiempos... Y sobra decir dónde acabamos los tres. Menos mal
que hubo un periodista enviado por Pedro J. Ramírez
para publicar en “El Mundo” todo lo ocurrido.
Sin embargo, al margen del miedo mostrado por el director,
el subdirector y otros cargos del periódico, escondidos
todos en una ferretería aneja a la nave, lo que sí eché de
menos es el tan cacareado corporativismo del cual suelen
hacer gala muchos periodistas locales. Un corporativismo que
tampoco pude ver cuando puse otra vez mis cinco sentidos en
defenderme del atentado del que fui objeto por parte de un
trío salvaje. Y que me dejó secuelas importantes.
Por consiguiente, quienes desconocen cómo es Ceuta, por edad
o porque llevan viviéndola poco tiempo, deberían procurar
aprender el oficio de escribir en periódicos antes de ir
divagando acerca de que la defensa de todo compañero es
imprescindible.
Pues no comulgo yo con la defensa por sistema de
profesionales que dejen mucho que desear o que hayan
cometido cualquier barrabasada. De ahí que creyera
conveniente opinar del lío que se armó en la televisión
pública. Del cual sigo manteniendo que todas las partes son
culpables. En mayor o menor grado.
Aunque me cueste, una vez más, por vivir en una ciudad
pequeña, que se me retiren saludos. Lo cual implica la
existencia de elementos de rencor. Y aviso los periodistas
afines al corporativismo trasnochado: el periódico es una
empresa. Y ponerse moños es lo menos indicado.
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