En la mar se viven realidades
opuestas como ley de vida. Por una parte la serenidad y por
otra el riesgo natural. Ahora hay un añadido nuevo de
inseguridad: junto al asombro de la belleza, el bochorno del
asalto. Pasado el romanticismo de Espronceda, murieron los
piratas que fueron de corazón noble, cuya antorcha era la
libertad y la huida de los bienes materiales, y nacieron
otros de corazón de piedra a los que sólo les mueve el
apadrinado por Quevedo, como el poderoso caballero don
dinero.
Aún con el corazón encogido por el secuestro en aguas de
Somalia de los tripulantes del pesquero español, pienso que
es el momento de ver soluciones frente al aluvión de
inseguridades, causadas en buena medida por la piratería
marítima, que viven día a día los hombres del mar. Un buen
número de personas tienen en el mar su medio de buscarse la
vida y, desde este duro lugar de trabajo, lo que menos
quieren encontrarse estos obreros de mares es con tener que
además librar batalla. Sin embargo, la realidad es la que
es, y cada día son más los marineros que se hallan envueltos
al chantaje de piratas, que si el de Espronceda era el
Temido, los de ahora son apocalípticos, de dar diente con
diente.
A pesar del desespero, porque a estos piratas no los conoce
nadie ni quieren que les conozca nadie, no como el Temido de
Espronceda que en todo mar era conocido, pienso que la
esperanza es lo último que se pierde. Habrá que fumigar a
estos aterradores corsarios con la unión hace la fuerza. De
entrada, me parece una esperanzadora noticia que el Gobierno
español haya encargado al Representante Permanente de España
en Naciones Unidas que trabaje intensamente en el seno de la
Organización para impulsar un potente y eficaz sistema
colectivo de seguridad, mediante un mecanismo de disuasión y
combate de la piratería en aguas del Océano Índico, donde
fue secuestrado el pesquero “Playa de Bakio”. No podemos ni
debemos quedar pasivos ante el fuego de los piratas. Hay que
apagarles los humos, como sea. Somos un país eminentemente
marítimo en el que, desde tiempos inmemoriales, los
productos pesqueros, aparte de generar riqueza, son un
aporte fundamental de proteínas a nuestra dieta
mediterránea. La actividad pesquera ha sido, en
consecuencia, una actividad que nos enraíza y hermana, nunca
podrá dividirnos, que se ha desarrollado con el devenir de
los tiempos, siendo actualmente una de las más importantes
dentro de la Unión Europea, liderando la defensa de una
pesca sostenible y responsable.
Para conseguir poner orden y concierto en el mar, aparte del
puñetazo en la mesa, lo de hablando se entiende la gente
puede ser rentable. Hablar con países especialmente
interesados en la cuestión, como Francia y Estados Unidos, y
otros socios europeos, africanos y asiáticos, con el fin de
adoptar una Resolución, es tan justo como necesario. Hay que
definir de manera concertada la línea de actuación más
adecuada en el seno de la mayor organización internacional
existente de gobiernos global que facilita la cooperación en
asuntos como el derecho internacional, la paz y seguridad
internacional, el desarrollo económico y social, los asuntos
humanitarios y los derechos humanos. Dicho lo anterior, me
parece acertado poner un dispositivo, con el aval de
Naciones Unidas, que tenga una misión de vigilancia y
control de las zonas marítimas donde se producen actos de
piratería. Cuando menos tendría una función disuasoria de
piratas. Un segundo paso podría ser una regulación que
incluyese mecanismos de cooperación entre Estados para que
se persiga y, en su caso, se extradite a las personas que
incurran en actos de piratería.
Precisamente, el gobierno en el poder, a juzgar por lo que
ha expresado en su programa electoral con el que ha de
gobernar los próximos cuatro años, propone entre otras
cuestiones, mejorar la seguridad, las condiciones de trabajo
y la calidad de vida de los trabajadores del mar, en
respuesta justa al duro trabajo de los pescadores. Sabemos
que la historia del mar y de los marineros está repleta de
amotinamientos en aguas internacionales o en lugares no
sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, con el
propósito de robar su carga, exigir rescate por los
pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces
apoderarse de la nave misma; pero esto no es óbice para
seguir ampliando la red de pactos y acuerdos, que destierren
el pillaje tan continuo y descarado, el saqueo tan feroz, el
robo tan brutal, el ataque tan sanguinario, el contrabando
tan monstruoso, el abordaje o cualquier otra persecución
ilícita. Estos sicarios son perversos. Hasta su patria estoy
seguro que no es la mar.
En cualquier caso, pienso, que los piratas no pueden quedar
inmunes. Aunque haya que ir a asaltarlos a sus escondrijos.
Lo que es un problema localizado puede llegar a ser un
problema de mafia universalizada, sino se corta de raíz.
Desde luego, con una fuerza naval de carácter internacional,
con todos los avales del mundo que eso significa, auspiciada
por las Naciones Unidas para patrullar las zonas de peligro,
puede ser una solución. La Unión Europea, que además posee
la mayor superficie marítima del mundo, tampoco puede
permanecer inactiva ante las acciones piratas de unas aguas
sin ley. Cuando menos tiene que dar un golpe de justicia. La
piratería marítima toma posiciones ascendentes, ya tiene
bandera negra, provocó sólo en el año 2007 el ataque de 263
barcos en todo el mundo, 24 más que un año antes, según las
cifras de la Oficina Marítima Internacional, lo que exige
una solución internacional decisiva. No es un fantasma del
pasado el pirata, viene pegando fuerte como es inherente a
los distintos clanes mafiosos. La piratería en el mar
–reconoce la vicepresidenta del gobierno español, Fernández
de la Vega- puede ser evitada con más eficacia y debe ser
perseguida con más vigor, y para ello es necesario el
concurso de toda la comunidad internacional. Hay que poner
fin a la piratería en el mar. Totalmente de acuerdo. Pues
manos a la obra antes de que se nos olvide este mal trago. Y
si ha de quedar algún bárbaro, que sólo vivan los piratas de
Espronceda, aquellos que en las presas dividen lo cogido por
igual y que sólo querían por riqueza la belleza sin rival.
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