Muchas veces he contado cómo
Manolo Peláez, primer delegado del Gobierno de la
democracia en Ceuta, me dijo que quería tenerme cerca de él
en ciertos momentos. Lo hizo un día en el cual me invitó a
pasear por los jardines del entonces Hotel La Muralla y bajo
las miradas expectantes de quienes estaban en ese momento
ocupando su sitio en el célebre ‘rincón’. Mi respuesta fue
que mi carácter no era el adecuado para comprometerme a
tales menesteres. Y que de mí lo único que podía obtener era
mi amistad. La cual, sin duda, no era gran cosa para él.
Pero el hombre, que se hallaba en aquellos momentos
necesitado de poder hablar con alguien que no perteneciera
al grupo distinguido de lameculos, insistía en ganarme para
su causa. Al final se fue sin que ambos nos dirigiéramos la
palabra.
Ramón Berra pasó por la ciudad como un suspiro. Su
mente estaba puesta en otras cosas y su organismo no parecía
estar preparado para resistir los avatares del azaroso
cometido que le habían endilgado sus compañeros socialistas.
Creo, cito de memoria, que jamás crucé con él la menor
palabra. Por más que de Berra me hablaba muy bien
Fructuoso Miaja.
Con Pedro Miguel González Márquez me vi obligado a
saber quién era y cómo se las gastaba. No en vano manejaba
las riendas de “El Periódico de Ceuta”, cuya gestión llevaba
Félix Muñoz: testaferro del medio y un tipo con quien
disfruté de lo lindo, a pesar de que luego me quedé sin
cobrar cuanto me dejaron a deber cuando Francisco Fraiz
y su compinche en el Gobierno decidieron darle matarile
al periódico. Lo de no cobrar fue por culpa del delegado del
Gobierno y de un mal funcionario que participó en ello.
María del Carmen Cerdeira trató siempre por todos los
medios de que fuera yo quien entrevistara a todos sus
compañeros de partido, con cargos relevantes, que venían a
Ceuta. Era ella la que se dirigía al medio pidiendo ese
cometido para mí. Jamás olvidaré el buen rato con que me
obsequiaron ella y Carmen Romero... Nos lo pasamos
bomba en un despacho de la calle de Daoíz.
Javier Cosío iba con Pepe Torrado cuando me dijo
un día que él había vivido en la casa donde yo lo estaba
haciendo entonces: Delgado Serrano, número 1. Y luego, si te
vi no me acuerdo... Porque el hombre perdió tan pronto el
oremus como papeles de sus cajones en los ratos de sopor.
Con Luis Vicente Moro me cuidé mucho de no intimar.
Por más que mantuvimos dos o tres reuniones. Sobre todo en
momentos donde sus relaciones con Juan Vivas estaban
debilitándose. Un día lo puse en su sitio. Ya que se lo
tenía merecido. Testigos hay del hecho.
Jerónimo Nieto era de un triste subido de tono. Una
vez, mientras le hacía una entrevista en su despacho, me
dijo que sería conveniente que mantuviésemos una charla
acerca de ciertas cosas... Pero le pegué una revolera y salí
andando con garbo hacia el burladero del 4. Con Jenaro
García Arreciado he cruzado dos o tres palabras, en
cinco ocasiones. Y debo decir que me cayó bien desde el
principio. Por lo tanto, le deseo en su despedida toda la
suerte del mundo. Eso sí, debería poner a José Fernández
Chacón al tanto de lo que se cuece en una ciudad que,
por sistema, detesta a los delegados socialistas. Y, colorín
colorado, a empezar de nuevo.
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