Nos hace recordar Manuel de la
Torre en un artículo referido a que “seria conveniente que
la gente supiera a que dedica Gordillo su tiempo cuando está
Yolanda Bel en posesión de la palabra”, la costumbre de
aquel jefe que tuvimos en tiempos que, cuando terminaba una
reunión de las convocadas para cualquier asunto relacionado
con su departamento, mandaba recoger y que le entregaran los
papeles que se habían quedado en la mesa y, a través de los
monigotes que en los mismos habían plasmado los asistentes,
descifraba en qué habían ocupado su pensamiento durante la
reunión. Aparte de ello, posteriormente, en sesión privada,
nos comentaba con cierta sorna la personalidad del titular
de lo escrito o dibujado habiendo adquirido así argumentos
para el estudio psicológico a través de los gráficos que iba
obteniendo de los mismos. Y queremos recordar que le tenía
verdadera aversión a aquellos que pintaban o escribían y
posteriormente tachaban, muy visiblemente, todo lo plasmado
en el papel. Esos, según él, no habían estado pendientes
para nada de lo que se hubiera tratado en la reunión y
carecían de personalidad y de las características o
cualidades que deben distinguir a unas personas de otras. A
quienes dibujaban con trazo firme un pequeño paisaje, un
barco en una mar en calma, o una solitaria casa en la ladera
de un monte sin mas vegetación que el verde follaje, los
consideraba personas prudentes, cuerdos o de buen juicio,
aun cuando muy sensibilizadas con el bienestar y la
tranquilidad personal, poco dadas, por tanto, a la atención
al prójimo. A quienes firmaban con nombre y apellidos, con
inclinación de la grafía hacia arriba, con letra clara, los
tenía por ambiciosos y prestos a adquirir poder, dignidades
o fama. Distinguía entre los que plasmaban su firma en línea
horizontal (persona sin interés en comprometerse en nada ni
con nadie); si su letra era legible (persona de carácter
abierto y de buen trato); si las encerraban en círculo
(individuos introvertidos que se abstraen de las cosas
importantes); si las “adornaban para no caerse” con un trazo
debajo de ellas (personas de firme decisión); si obviaban la
puntuación de la “i o plasmaban toda su firma en letras
minúsculas (personas descuidadas o, como ahora se dice,
“pasotas”). O sea, poseía tal infinidad de versiones para
describir a cada cual que serian imposibles de recordar ni,
por supuesto, enumerar aquí y, a decir verdad, según los
conocimientos que de cada personaje disponía, los
catalogaba, por lo que a carácter y manera de ser se
refiere, de forma muy acertada.
Hay que convenir, por otro lado, que tal como Maquiavelo
reconocía en Savanorola (fraile que predicaba sobre la
Apocalipsis) una integridad moral y una amplia doctrina con
la que logró persuadir al pueblo de Florencia, aquel jefe
intentaba inducirnos a creer sus opiniones sobre las
características o cualidades de ciertas personas que, dicho
sea de paso, atendimos solo por lo que de pintoresco nos
parecían. Nosotros, en esto de interpretar a través de
trazos, y ya en tiempos muy posteriores al referido, nos
hemos quedado siempre con los pequeños “monigotes” que en
cada reunión pintaba el profesor José Abad (algunos de los
cuales aun conservamos), quien fue Director Provincial de
Cultura, y que nos demostraban su carácter afable, sereno y
bondadoso y la capacidad de creación de tan genial artista.
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