En éstos días en que el tiempo
resulta muy benévolo con nosotros, aunque sople un
vientecillo algo antipático, no vamos a desperdiciar la
ocasión para salir al campo y hacer unas cortas excursiones
que nos alivien de las cargas estresantes de nuestros
compromisos.
Dicho y hecho, este fin de semana lo hemos dedicado
íntegramente al ocio. Un ocio sano que comienza el viernes
con unas horas pescando. Lo cierto es que subiendo por la
roca que se extiende como un pequeño cabo dentro de las
frías aguas de Calamocarro sólo sirvió para que hiciera un
poco de corto senderismo, porque pescar, lo que se dice
pescar fue imposible. El antipático viento soplaba con más
fuerza en la zona y sería imposible lanzar el sedal so pena
de engancharse uno mismo con el anzuelo que retorna como un
boomerang a causa de la fuerza del viento.
Dado que ni en Benzú podríamos pescar tranquilamente, nos
dirigimos al muelle de La Puntilla y tras el correspondiente
permiso, de la autoridad encargada de la vigilancia, nos
dirigimos hacía la misma punta de la bocana. Bajo la mirada
y resguardo del sufrido Hércules que aguanta eternamente
esas dos columnas, nos dispusimos a gozar de una pesca
doméstica. Buen puñado de peces conseguimos, pero que
tuvimos que tirar a la basura nada más llegar a casa y
prepararlos. Casi todos tenían una especie de larva o gusano
vivo pegado dentro de la boca. Larvas o gusanos que no eran,
de ninguna manera, los cebos porque estos eran trozos de
gambas. Ese lugar, delante del Hércules, está tachado
inexorablemente de la lista de sitios para pescar.
Como observación: existe un hueco en el paramento donde
corren largas tuberías, exactamente casi en medio de todo lo
largo del mismo, por donde se cuelan varios inmigrantes que
se esconden en las esquinas de las naves, supongo esperando
meterse en cualquiera de los barcos atracados. Ojo al dato.
Tras el chasco del mar, el sábado decidimos ir a la montaña
donde pasamos unas horas campestres, y comiendo en el
restaurante del Mirador, para después seguir nuestra
excursión y visitar los torreones diseminados a lo largo de
la frontera con el país vecino. El primero que visitamos nos
dejó una desagradable impresión, totalmente abandonado y
casi en ruinas en su interior, con una escalera que
representa un auténtico peligro para quienes osen subir por
ellas… de cabeza irán a un profundo pozo con agua en su
fondo, ubicado exactamente en el centro del torreón.
Es hora de que “Septem Nostra” use toda su fuerza para
luchar por la conservación de nuestra historia y me uno a
sus miembros para pedir a nuestras autoridades que se
vuelquen más en el entorno de nuestra ciudad y dejen de
gastar dinero de manera inútil en quejas también inútiles en
una supuesta campaña para negar al Gobierno decisiones
tomadas con anterioridad.
Sin embargo, el torreón se encuentra muy cerca del barranco
donde van a hacer los vertidos inertes a partir de hoy
lunes. Si queremos que lo reparen y hagan una especie de
monumento que pueda ser visitado por los turistas… malo lo
veo con el vertedero delante de sus narices.
El domingo iniciamos la “aventura” del incomparable Parque
del Mediterráneo, donde sólo se atrevió a bañarse mi hijo
pequeño, con sus tumbonas perfectamente alineadas y su agua
limpia pero tremendamente fría. Ni siquiera me quité la
camisa.
Cuando decidimos comer, fuimos a nuestro favorito bar-restaurante,
ubicado en la ancha acera de la Marina y cerca del edificio
Trujillo para más señas, nos hartamos de tapas sin necesidad
de sentarnos a comer en su íntegra palabra. Tapear no es lo
mismo que comer, más variedad si quieren la encontrarán ahí.
Lo que me choca de mi ciudad, de Ceuta, es que aquí
cualquiera que esté en servicio, con el bagaje de su función
encima o sea con las armas, pueden entrar tranquilamente a
tomarse una consumición. En ninguna otra parte está
permitido que entren con armas en establecimientos de
bebidas, ni siquiera para beberse un vaso de agua. El
recuerdo del atraco a aquella gasolinera de Granada está muy
reciente en mi cerebro. No quiero pensar que habría pasado
si hubiera ocurrido un atraco armado en esos momentos.
Lo de las armas ya me cansa un poco, no digamos de los tiros
que se pegan por ahí, como el incidente ocurrido en Juan
Carlos I, que retrotraen la historia de Ceuta a la de
Chicago: coches que se persiguen unos a otros y que cuando
se cruzan pegan tiros como si del tenis se tratara. Menos
mal que no ocurrió una desgracia que lamentar, porque los
tiros perdidos suelen encontrar un obstáculo en su vuelo que
configura el cuerpo de una persona humana inocente.
Insisto, no veo qué necesidad tiene la policía local de
lucir y portar armas. ¿No tenemos Guardia Civil y Policía
Nacional?... para poner multas no van a estar apuntando con
ellas.
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