Al igual que todos los años, el
célebre día del libro, se viste de esperanza aunque la
decepción sea manifiesta. Con tanta barriga alimentada de
anhelos, servidor participa la suya. Si es tan importante el
día, hagámoslo inhábil. Además, si en verdad somos tan
seguidores de Cervantes, acrecentando unas horas más de ocio
en nuestra agenda de vida, también estaremos ganando tiempo
para la lectura. Incluso para llevarse una hoja impresa al
iris del corazón, se precisa una buena dosis de calma y,
sobre todo, olvidarse del reloj que marca las horas de
curro. Ni ociosidad pero tampoco estrés laboral. En nuestro
país, para conmemorar esta casi siempre empachosa verbena
pueblerina, endosada por decreto para quedar bien, lo que
hace a veces es el efecto contrario, pasar y no fraguar,
incluso más bien repele, al ver las imbecilidades que dicen
algunos mediocres oportunistas, luciendo sus mejores caretas
a cambio de prebendas. La riada de actos, donde el bochorno
campea a sus anchas, es manifiesta. Parece como si todo el
mundo quisiera dejar patente su amor al libro, aunque luego
haga el ridículo presumiendo de lo que carece, de no haber
leído nada en su vida. Eso se percibe, lo de haber llevado
consigo siempre un libro a las manos, imprime otro saber
estar muy distinto al desfile fingidor. Lo innegable es que
la avalancha de convocatorias nos atosiga como si se fuera a
terminar el mundo mañana. Hay guindas por doquier,
verdaderamente verdes al citado culto, aunque nos asalten y
quieran que hagamos presencia, bulto alrededor del redil,
lejos de la cultura libre del libre pensador, puesto que
llevan implícitamente intereses más mezquinos que
literarios, insípidos antes que ingeniosos, aburridos a más
no poder.
El aburrimiento espanta, no puede existir donde quiera que
haya una reunión de buenos amigos. Nada cambia, todo es
absurdo. Los mismos actos, las mismas actividades. Todo por
decreto. Las mismas caras de sosos recogiendo aplausos
simulados, idénticos escenarios estúpidos por donde desfila
la torpeza y rara vez la lucidez. Así no se transmite
conocimiento alguno y mucho menos se puede llegar a la
estación de que “leer es viajar por uno mismo”. Ahí está el
que debiera ser el más prestigioso galardón de la literatura
en lengua española que no acaba de despegar, que tampoco se
hace pueblo y puebla al pueblo de sus enseñanzas, que nada
le dice al pueblo, que dista muy mucho de estar a la altura
ingeniosa de Cervantes. Va siendo hora, para avivar la
lectura se precisan otros espacios más auténticos, otros
protagonistas, otros planes de enseñanza, actividades menos
protocolarias y más del día a día. No se puede pretender
entusiasmar al pueblo con la lectura si luego en el
escaparate de los líderes lectores, se presenta tácitamente,
o con total descaro, que leer es un hecho singular,
clasista, cuando ha de ser un hecho cotidiano, de fácil
acceso y más barato que una caña. La imagen del señor
aburrido, niño de papá que lee porque es cuestión de clase,
hay que desterrarla. Precisamente el día del libro puede ser
un buen día para borrar todas estas etiquetas y comenzar a
que realmente se produzca un cambio; canje que es posible
poniendo al alcance de todos un libro, y si ha de costar
algo que sea como una barra de pan, donde el pueblo se
sienta protagonista y no el poder, para que pueda sentir las
mieles del placer lector.
Para que a uno le apetezca la lectura solitaria, tiene que
sentirse primero bien acompañado. Entonces lo recordará
siempre. Será como ese amigo fiel. Quizás los medios de
comunicación deberían incluir más páginas informativas y
formativas, en sus espacios impresos, radiofónicos o
televisivos, dedicadas a libros que uno ha de leer, a libros
que uno ha de intentar comprender, y a libros que uno ha de
huir de ellos por mucho respaldo editorial que tenga detrás
o firma que lo haya engendrado. El discernimiento de
compañero de viaje es básico. No tenemos tiempo y menos para
perderlo en bajezas. Por ello, veo interesante la explosión
de los clubs de lectura que, al parecer, se han multiplicado
exponencialmente, sobre todo en la comunidad catalana. El
que exista foros de Internet con un canal de comunicación
con lectores de todo el mundo que puede acceder a salas de
lectura, también me parece otra herramienta atrayente. Ser
buen lector no es fácil. Los libros siguen siendo caros. Las
bibliotecas de pueblos y ciudades aún dejan mucho que desear
y, lo que es peor, no suele ser cuestión prioritaria.
Debieran estar abiertas, cuando menos con horario de
cafetería o farmacia de veinticuatro horas. Dado el déficit,
sería saludable que el Estado aumentase, en colaboración con
Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, los puntos de acceso
a Internet en bibliotecas, organismos públicos o entidades
asociativas. Mientras sí o mientras no llegan las
bibliotecas a ser presencia en todos los barrios y pueblos,
es de justicia cervantina potenciar las bibliotecas
itinerantes que favorezcan el acceso y fomento de la lectura
a todo bicho viviente.
El hábito de la lectura no se improvisa, ni se adquiere
celebrando por todo lo alto el día del libro, sino
gradualmente, día a día. Seguramente si tanta parafernalia.
Algo falla. Si cerramos el libro de la naturaleza y pasamos
de sus páginas, lo que se ha dado por gratuidad, con mayor
motivo pasaremos de leer un libro que nos cuesta un riñón y
la mitad de otro. El proverbio hindú de que “un libro
abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que
espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón
que llora”, debiera ser mandamiento de familia y llave
maestra en la desvirtuada educación para la ciudadanía.
Corolario final: España ni tiene tantos lectores ni sus
bibliotecas tantos recursos como se dice. ¿Haber quién lleva
en el bolsillo un libro a diario? Por otra parte, y dado que
la sombra de Cervantes también cobija al autor, otra
interrogación: ¿por qué hay autores excelentes que podrían
sentar cátedra, porque escriben bien y dicen mucho sus
libros y, sin embargo, nadie les conoce ni reconoce?
Que casualidad: son los que no están casados a poder alguno,
sino en conflicto contra el injusto poder, formados a golpe
de vida y trabajo. La verdad del escritor – lo dijo Cela y
servidor lo ratifica- no coincide con la verdad de quienes
reparten el oro. Lo cierto es que se suben al altar a pocos
escritores cuyo único interés es la humanidad y ser la voz
de los sin voz en un mundo de privilegiados o de títeres que
bailan al son del poder de turno.
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