Frente a los manidos circuitos de
Ciudades Imperiales, de playa y sol (alcohol y sexo
opcional) en Agadir e incluso de “nomadeos” desérticos a
bordo de un 4x4, el turismo de montaña (el llamado “rural”
aun está en ciernes) se va posicionando en Marruecos como
una modalidad emergente dentro de un sector que, junto a las
inversiones de capital extranjero y las divisas remitidas
por los cerca de 4 millones de emigrantes, se presenta como
estratégico cara al devenir económico del país y al que solo
podría hacerle sombra una eventual crisis derivada de la
seguridad (vía delincuencia masiva, fruto de un perceptible
deterioro social o con un repunte del terrorismo islamista,
todo es posible). Precisamente estos días, los numerosos
controles combinados de las fuerzas de seguridad (Policía
ostensiblemente armada, Aduaneros y Gendarmería Real)
desplegados en rutas y carreteras de gran parte del país
pero sobre todo en el norte (solo entre Martil y Ceuta hay
cuatro puestos volantes), no presagian nada bueno para el
normal crecimiento turístico de una región con un rico y
potencial recurso paisajístico.
Marruecos, este bello y atractivo “país frío de un sol
caliente” tal y como fue definido por el mariscal Lyautey,
presenta una complicada orografía de encumbradas montañas
que alcanzan en el Rif sobre Ketama los 2.548 metros del
Tidirhin, subiendo a los 3.190 metros del Bu-Iblam en el
Atlas Medio para llegar en el Alto Atlas a los 4.167 metros
de altura del Toubkal (techo de todo el Norte de África)
“bajando” hacia el sur, en el Anti Atlas, a los 3.404 metros
del “yebel” Sirua. Una amplia superficie de la geografía de
Marruecos permanece nevada durante varios meses al año,
pintando de blanco el paisaje y enriqueciendo la capa
freática pero envolviendo en durísimas condiciones de vida a
una buena parte de la población, en general de substrato
“amazigh” (beréber), apartada del progreso en remotos
lugares de difícil acceso. Algunas montañas del Rif, Medio
Atlas y Alto Atlas están cubiertas de frondosos bosques de
cedros entre los 1.200 y los 2.800 metros de altura, que
cubren en conjunto una superficie que supera las 200.000
hectáreas con especimenes de hasta cuatrocientos años y que
pueden alcanzar los 60 metros de talla.
El desarrollo del turismo de montaña, fruto como tantas
otras cosas del denostado colonialismo, comenzó su andadura
bajo el Protectorado franco-español, promoviéndose una
sección marroquí del Club Alpino francés en 1922 que
rápidamente dio a luz una prestigiosa revista, “La Montaigne”,
actualizada bajo el epígrafe “Montaignes Marocaines” (tengo
a mano el número 14, de la primavera de 2007) por el “Club
Alpino Francés de Casablanca”. También en los últimos años
se ha dignificado la profesión de guías de montaña en
abierta lucha con el intrusismo rampante, formándose unos
seiscientos guías cualificados tan solo a partir de 1.984.
La “Escuela de Guías de Tabant”, sita en la hermosa región
del Vallée Hereuse, ha alcanzado un sólido prestigio así
como la oficial de Azilal. En la región del norte y con base
en la mágica Xauen también se ha intentado articular algún
tipo de cualificación específica, si bien hasta el momento
no ha cuajado inexplicablemente ningún tipo de formación
reglada y oficial.
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