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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE ABRIL DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Turismo de montaña en Marruecos
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Frente a los manidos circuitos de Ciudades Imperiales, de playa y sol (alcohol y sexo opcional) en Agadir e incluso de “nomadeos” desérticos a bordo de un 4x4, el turismo de montaña (el llamado “rural” aun está en ciernes) se va posicionando en Marruecos como una modalidad emergente dentro de un sector que, junto a las inversiones de capital extranjero y las divisas remitidas por los cerca de 4 millones de emigrantes, se presenta como estratégico cara al devenir económico del país y al que solo podría hacerle sombra una eventual crisis derivada de la seguridad (vía delincuencia masiva, fruto de un perceptible deterioro social o con un repunte del terrorismo islamista, todo es posible). Precisamente estos días, los numerosos controles combinados de las fuerzas de seguridad (Policía ostensiblemente armada, Aduaneros y Gendarmería Real) desplegados en rutas y carreteras de gran parte del país pero sobre todo en el norte (solo entre Martil y Ceuta hay cuatro puestos volantes), no presagian nada bueno para el normal crecimiento turístico de una región con un rico y potencial recurso paisajístico.

Marruecos, este bello y atractivo “país frío de un sol caliente” tal y como fue definido por el mariscal Lyautey, presenta una complicada orografía de encumbradas montañas que alcanzan en el Rif sobre Ketama los 2.548 metros del Tidirhin, subiendo a los 3.190 metros del Bu-Iblam en el Atlas Medio para llegar en el Alto Atlas a los 4.167 metros de altura del Toubkal (techo de todo el Norte de África) “bajando” hacia el sur, en el Anti Atlas, a los 3.404 metros del “yebel” Sirua. Una amplia superficie de la geografía de Marruecos permanece nevada durante varios meses al año, pintando de blanco el paisaje y enriqueciendo la capa freática pero envolviendo en durísimas condiciones de vida a una buena parte de la población, en general de substrato “amazigh” (beréber), apartada del progreso en remotos lugares de difícil acceso. Algunas montañas del Rif, Medio Atlas y Alto Atlas están cubiertas de frondosos bosques de cedros entre los 1.200 y los 2.800 metros de altura, que cubren en conjunto una superficie que supera las 200.000 hectáreas con especimenes de hasta cuatrocientos años y que pueden alcanzar los 60 metros de talla.

El desarrollo del turismo de montaña, fruto como tantas otras cosas del denostado colonialismo, comenzó su andadura bajo el Protectorado franco-español, promoviéndose una sección marroquí del Club Alpino francés en 1922 que rápidamente dio a luz una prestigiosa revista, “La Montaigne”, actualizada bajo el epígrafe “Montaignes Marocaines” (tengo a mano el número 14, de la primavera de 2007) por el “Club Alpino Francés de Casablanca”. También en los últimos años se ha dignificado la profesión de guías de montaña en abierta lucha con el intrusismo rampante, formándose unos seiscientos guías cualificados tan solo a partir de 1.984. La “Escuela de Guías de Tabant”, sita en la hermosa región del Vallée Hereuse, ha alcanzado un sólido prestigio así como la oficial de Azilal. En la región del norte y con base en la mágica Xauen también se ha intentado articular algún tipo de cualificación específica, si bien hasta el momento no ha cuajado inexplicablemente ningún tipo de formación reglada y oficial.
 

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