De los tímidos nos libre Dios... O
de los timoratos. Es lo que debe estar pensando Esperanza
Aguirre, tras el mensaje belicoso que le ha enviado
Mariano Rajoy desde Elche. Cuando invita a que liberales
y conservadores se vayan del partido, si así lo desean. Y,
si no, que dejen de dar la tabarra, porque él cuenta con la
fuerza que le insuflan los barones.
Ese echarse para adelante del líder popular, que incluso se
atreve a desafiar a El Mundo y la Cope, ha sido una
auténtica declaración de guerra entre partes; en un partido
que, desde su refundación en 1989, parecía tener asumido que
las luchas intestinas debían mantenerse bajo la orden
imperiosa del silencio. Un silencio siciliano. Y quienes
transgredieran esa regla básica y primordial, sabían que
estaban expuestos a sufrir, como mínimo, un ostracismo
implacable.
De hecho, no ha mucho tiempo fuimos testigos de cómo se
castigaba a quien, con toda legitimidad, arrastró tras sí a
un grupo de militantes y se postuló como hombre providencial
para airear el Partido Popular de Ceuta, en ciertos
aspectos. Me estoy refiriendo a un político válido, muy
válido, sin duda; a quien no le perdonaron, sin embargo, que
contase interioridades del clan. Aunque, dado que es joven e
inteligente, tiene tiempo para afirmar su prestigio y para
desarmar las desconfianzas que suscitaba cuando reinaba el
ambiente tempestuoso de unas elecciones presidenciales.
Pero vuelvo, antes de que se me vaya la olla, a cuando
Alianza Popular se convirtió en Partido Popular, gracias a
las muchas conversaciones mantenidas entre Manuel Fraga
y Marcelino Oreja. Porque fue éste, en vista del
prestigio obtenido en Europa, quien consiguió ampliar la
familia de lo que él llamaba centro derecha. De manera que
logró, a pesar de la resistencia que opuso Fraga, llegar a
un acuerdo con la Democracia Cristiana de Javier Rupérez;
mientras don Manuel era generoso con los liberales que
lideraba José Antonio Segurado.
A partir de entonces, con dos jóvenes políticos trabajando
sin descanso, Federico Trillo y Francisco Álvarez
Cascos, y bajo la permanente supervisión de un Fraga que
no se cansaba de repetir que España se arreglaba con
doscientos hombres bien colocados, pero que había que
tenerlos (frase, por cierto, muy orteguiana), el PP comenzó
a transitar por el buen camino.
Y quizá sea ahora, en momentos donde dos derrotas seguidas
de Rajoy han propiciado el cainismo fomentado por los
intereses de unos medios que necesitan urgentemente hacerse
notar en la Moncloa, cuando conviene recordar las palabras
pronunciadas por Fernando Suárez, en el último
congreso de Alianza Popular, desde la tribuna de oradores:
“De mí puedo decir que no me siento estrictamente
conservador, ni absolutamente liberal, ni exclusivamente
democristiano...”.
Ese día, según dijo Pilar Urbano, la ovación más
larga, la que hizo vibrar al auditorio, fue precisamente la
que recibió FS. Ex ministro y procurador de las Cortes
franquistas, que supo defender la Ley para la Reforma
Política, principio y fin del régimen franquista.
En aquel PP, con dirigentes ávidos de aminorar la carga
ideológica que transmitían, además de la imagen, imperaba
una disciplina férrea. Rajoy y Aguirre, por su
comportamiento actual, se están haciendo merecedores de
padecer el castigo griego...
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