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OPINIÓN - SÁBADO, 19 DE ABRIL DE 2008

 
OPINIÓN /  LIBRE DIRECTO

Las gradas de los irracionales

Por Eduardo Sánchez


De nuevo, un fin de semana para nuestras competiciones locales y, con ellas, una vez más, se volverán a llenar las gradas de los campos de deportes con los padres o familiares de los jugadores que participan en competiciones de la Federación de Fútbol. Aunque esta generosa “multitud” de progenitores por desgracia, solo se observará en las categorías inferiores (prebenjamines, benjamines y alevines). En cambio, en los campos en dónde los jugadores han llegado a las categorías de infantil y sucesivas, el interés deportivo de los padres no será tan considerable como en las otras categorías mencionadas, observándose en muchas ocasiones una ínfima asistencia en las gradas.

En muchas ocasiones, me he planteado la duda, de lo puede ser mejor para el deportista en esta edad ¿Unas gradas, llena de padres e familiares o completamente vacías? En mi opinión, por supuesto me deleitaría, una asistencia masiva de padres, familiares y amigos apoyando a su hijo, a sus compañeros y a su equipo. Aunque, por otra parte, pienso que, es también evidente que los padres son responsables de la educación de estos jugadores/hijos y, no todos los padres lo ponen en práctica a la hora de asistir a una competición en un fin de semana y manifestar un comportamiento perjudicial.

Un comportamiento negativo, que suele aplicar una minoría de estos padres durante toda la temporada y, por desdicha en aumento gradualmente cada año. Estas conductas, en ningún caso ayudan a los hijos/jugadores a establecer y lograr objetivos realistas, ni contribuyen a favorecer el respeto de las reglas del deporte. La realidad es que, la educación social y deportiva debe empezar por los progenitores como ejemplo a seguir.

Este ejemplo de educación, no se cumple en muchas etapas de la competición. Esta carencia, la podemos encontrar cualquier día, al inicio de un partido cualquiera, dónde se crea una situación desfavorable para el jugador con la llegada de la familia a las puertas del terreno de juego. Esta situación, se produce unos minutos antes de que el jugador tome contacto con sus compañeros de equipo y con las instrucciones de su entrenador. A partir de este momento o quizás antes (en el vehículo familiar o en su domicilio), los padres de estos jugadores (entre 5 y 10 años) proporcionan una continua avalancha de instrucciones que, a menudo contradicen las directrices del entrenador en el trabajo semanal desarrollado, y por tanto, confunden a estos jugadores a la hora de desarrollar el deporte (se entiende que en estas edades el aprendizaje es fundamental y quién se lo aporte). No contentos con ello, estas adversas instrucciones continúan desde las gradas, llamando la atención del jugador y con ello, menospreciando de alguna manera las instrucciones del entrenador a sus jugadores durante el transcurso del partido.

Estos problemas, no suelen acabar con estos ordenamientos paternales o familiares, pues no satisfechos con el desarrollo del juego, estos padres, suelen colocarse cerca del terreno de juego, maldiciendo “todo lo que se menea”, protestando o gritando continuamente a todo el mundo sin importarle la actividad deportiva que se está desarrollando y la edad de los jugadores que participan (aunque su hijo esté implicado). Esta furia desenfrenada, por tanto, es emprendida contra el jugador contrario, el árbitro, el entrenador contrario o el de su equipo y termina en un enfrentamiento verbal con los familiares del otro equipo participante. Su idea fundamental, darse a conocer a los presentes en una carta de presentación como el mejor padre, entrenador o árbitro. Por ello, no contentos con estas aptitudes dantescas, cuando han terminado con los demás, critican tanto en el terreno de juego como fuera de ellos, a sus hijos, menospreciando sus limitaciones deportivas, no llegando nunca a estar satisfechos con su participación. Estos motivos, son suficientes, para amenazarlo con quitarle esta actividad si no realiza sus mandatos deportivos, perjudicándolo como persona y como deportista.

Esta actitud psicológica sobre el jugador, suele ocurrir por esta minoría, aunque importante, cada semana de competición, provocando un estado de confusión emocional que, en ocasiones le hace perder los papeles sobre el terreno de juego en contra de los intereses de su equipo, perjudicando a sus compañeros a la hora de jugar e ignorando las instrucciones de su entrenador.

Actitud que termina causándole un estado de estrés a la hora de afrontar un simple partido de fútbol (en muchas ocasiones encontramos niños llorando por este motivo al final del partido).

Por suerte, para nuestra sociedad caballa y el deporte, los padres problemáticos son una minoría. La mayoría de los padres aportan una contribución positiva al aprendizaje y al desarrollo evolutivo de sus hijos en las actividades deportivas hacia el futuro.

Ahora bien, no hay que olvidar nunca que, esta mayoría de padres, tiene la obligación moral de desaprobar las conductas de los padres o familiares que posean una dinámica disfuncional hacia lo racional del deporte en las gradas o fuera de ella. Dinámica, que ocasiona con ello ante todo, una falta de respeto a estos pequeños jugadores en la formación de valores y patrones de comportamiento.

Quizás estos padres, no entiendan que, a estas edades ningún niño puede ser Maradona o Pelé, ni ellos, pueden ser los mejores entrenadores ni árbitros perfectos. Pero, si deben de actuar como padres preocupados del bienestar social y deportivo de su hijo, dejándolos en manos adecuadas (educadores/entrenadores preparados) durante toda la niñez y juventud, preocupación que, deja mucho que desear en esta Ciudad en la actualidad.
 

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