Me tropiezo con Inmaculada
Ramírez en la segunda planta de la redacción de este
periódico. Está acompañada por Alicia Urbano–redactora
de El Pueblo Televisión-. Y, tras los saludos de rigor, allá
que nos enfrascamos los tres en una conversación sobre la
reducción de tropas. Aunque es verdad que la voz cantante la
lleva la diputada.
Lo que sí dejó claro, la portavoz socialista en la Asamblea
de la Ciudad, es que su partido no apoyará la solicitud de
paralizar la reestructuración militar. Y enumera las razones
que existen para haber optado por esa decisión. Metidos ya
en cuestiones militares, sale a relucir el nombre de
Carme Chacón, recién nombrada ministra de Defensa. Y,
desde luego, es motivo de charla las muchas mujeres que
forman parte del Gobierno presidido por José Luis
Rodríguez Zapatero.
Cuando me toca opinar, lo primero que se me ocurre es
exponer lo siguiente: a la ministra de Defensa lo que hay
que exigirle es que sepa mandar. Y a partir de ahí todo le
será más fácil en un ministerio donde la autoridad no se
discute. Y si luego, además, tiene la habilidad de conseguir
dinero para modernizar lo que haya que modernizar en la
institución, seguro que se ganará la voluntad de los pesos
pesados del Ejército.
Sin embargo, IR se lamenta de las muchas críticas, incluso
acerbas, que ha recibido el presidente del Gobierno por la
confianza que ha depositado en las mujeres. Y mi respuesta
no se hace esperar: los hombres tenemos que acostumbrarnos a
ver en puestos destacados el mismo número de tontas que de
tontos. Cuando se produzca ese equilibrio, podremos asegurar
que la igualdad entre sexos se ha producido.
Alicia Urbano interviene para decir una verdad como un
templo: “Las desigualdades que subsisten entre los sexos
están relacionadas con las condiciones, no con las
capacidades”. Y acierta. Y es cuando a mí se me ocurre
destacar también el valor y la voluntad que demuestran en
momentos cruciales de la vida. Ante situaciones penosas, o
hechos conflictivos, las mujeres zanjan, reaccionan y actúan
con una determinación que deja boquiabiertos a los hombres.
La señora Ramírez, que no pierde ripio, me mira extrañada
por la defensa que estoy haciendo de la mujer. Y es cuando
se me ocurre contarle lo siguiente: “La diferencia que hay
entre los hombres y las mujeres es que ellos hablan bien de
ellas y las tratan mal, mientras que ellas hablan mal de
ellos y los tratan bien”.
-Lo cual tendrá su porqué...
Y ambas mujeres esperan mi contestación. Los hombres,
incluso quienes ponen en duda las capacidades femeninas y
tratan de herirlas con sus comentarios de falócratas,
suelen, salvos excepciones, presumir de sus mujeres y no
ahorran alabanzas de ellas. Necesitan, pues, de ese retrato
embellecido para darse importancia ante los demás. “Puesto
que viven y son amados por unos seres selectos, es indudable
que ellos tienen que ser dignos de ser amados, o más bien,
de ser admirados”.
Tras citarles de memoria, les recomendé a ambas un libro que
está en mis anaqueles hace la friolera de 22 años. Se llama
“No es fácil ser hombre”. Es el mundo masculino visto por la
mujer. Y en él ya se adelantaba que el siglo XXI sería el de
las mujeres.
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