Es madrugador. Por lo cual me es
posible cruzarme con él muchas mañanas. A veces, va tan
ensimismado que uno opta por no decirle ni pío. No vaya a
ser que le sea perjudicial despertarse de esa especie de
sonambulismo que parece dominarle.
José Antonio Rodríguez, a la chita callando, lleva ya
sus años formando parte del Gobierno presidido por Juan
Vivas. Comenzó siendo no sé qué en la televisión
pública, y luego estuvo de viceconsejero de Turismo. Donde,
sin arrogarse jamás facultades de perito de la cosa, cubrió
una etapa excelente.
De su quehacer en la parcela de turismo, conviene resaltar
la sencillez que imprimió a sus acciones y de qué manera tan
extraordinaria afrontó las relaciones con los pueblos
blancos de Andalucía. Unas relaciones que estaban olvidadas
y que gracias a las gestiones de Rodríguez tomaron un vuelo
considerable y necesario.
Durante ese tiempo, apenas ayer, al viceconsejero le
llovieron las críticas de quienes andan siempre pensando en
un turismo de altura. Visitantes que lleguen a la ciudad
dispuestos a gastarse una pasta gansa. Y, claro, los tales
no cesaron de hacer mofa de cuantas personas arribaban a
Ceuta, tocadas con el sombrerito tan sonado.
Rodríguez es persona llana, sencilla, afable... Cuyo don más
preciado es que sabe sus limitaciones y pocas veces se
permite el lujo de olvidarse de ese conocimiento.
Fundamental para no pegarse costalazos peligrosos. Es verdad
que ha cometido errores. Y él es consciente de ello. Pero
aquí cabe perfectamente eso de que tire la primera piedra...
A lo mejor por ello, vaya usted a saber, JAR vio un día cómo
se quedaba sin la viceconsejería de Turismo y era nombrado
consejero de Gobernación. ¡Menudo cambio!... Era como llevar
cuatro novilladas mal contadas y de pronto, por arte de
birlibirloque, verse anunciado en los carteles de la Feria
de San Isidro. Una pasada, que diría cualquier joven.
El hecho produjo la consiguiente alegría entre quienes lo
tenían enfilado. Y empezaron las murmuraciones, convertidas
en deseos: en Gobernación se va a enterar Rodríguez de lo
que vale un peine. Va a durar menos que una naranja en la
puerta de un colegio. Y así, entre tópicos y sandeces, sus
enemigos se regocijaban cada día de propalar el embolado
que, según ellos, le había metido el presidente de la
Ciudad. Con ánimo, por supuesto, de que se estrellase en un
cargo tenido por complicado y donde pocos consejeros han
conseguido salir airoso.
Bajo tales perspectivas, que no auguraban nada bueno para el
devenir del consejero de Gobernación, éste se incorporó a su
despacho llevando como único bagaje su conocimiento de la
calle; su más que acreditada forma de ser, en la cual
destaca no darse pote de nada ni tratar de ser más listo que
nadie; y su mayor cualidad: dialogar con todos y todo el
tiempo que sea necesario para conseguir acuerdos y evitar
las posturas extremas. Tarea ardua para un consejero de
Gobernación. Por cuestiones más que sabidas. Por
consiguiente, cuando Rodríguez ha pasado ya la prueba de
fuego de su primer año al frente de la consejería de
Gobernación, yo he creído conveniente dedicarle esta
columna. Aunque, eso sí, se le echa de menos en Turismo. Las
cosas claras.
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