El titular de esta crítica resulta contradictorio, soy
consciente; pero es que La guerra de Charlie Wilson resulta
así de contradictoria entre su arranque y su cierre y su
desarrollo, el grueso de la cinta.
La nueva obra de Mike Nichols, un artesano del cine, no sólo
se limita a poner sobre la palestra lo sucio de los
entresijos de la política, como otras muchas películas
hicieron antes con gran resultado –Juan Nadie (Frank Capra,
1941), El político (Robert Rossen, 1949) Bulworth (Warren
Beatty, 1998) o Primary colors (precisamente de Nichols,
1998), sino que lo que la convierte en algo especial es que
resulta un brillante análisis socio-político-económico de la
Guerra Fría, gracias a la lección magistral de historia que
hace sobre el conflicto checheno que enfrentó bajo el tapete
a la Unión Soviética y Estados Unidos.
Cuenta la Historia que de momento se resiste a aparecer en
los libros de texto, la que está escondida debajo de las
alfombras de la CIA o el KGB, la que le gusta indagar a
Michael Moore –manipulaciones aparte–; pero tiene el inmenso
acierto de contar como referente con la novela que George
Crile le escribió a Charlie Wilson, un congresista que se
convirtió, casi sin quererlo, en actor principal de aquella
guerra no declarada entre el comunismo y el capitalismo.
Todo ello con la libertad de dramatización necesaria para
narrar cualquier hecho real.
En 1973 un golpe de estado derribó la monarquía y proclamó
la República en Afganistán. Cinco años más tarde se instaló
un gobierno comunista, pero la actividad de la guerrilla
islámica provocó la intervención Soviética, que terminó en
1989 gracias al apoyo económico estadounidense. Una vez
retirada la URSS, Estados Unidos se desentendió del pueblo
afgano y se reanudó la guerra civil. En 1996, los talibanes
entraron en Kabul e impusieron un régimen basado en la
sharia.
Wilson es un congresista faldero y hedonista, pero con
principios morales –no muchos, pero algunos–, con acceso a
las cuentas secretas de la CIA. Como un antihéroe, acaba
convirtiéndose en el principal valedor norteamericano de la
causa afgana, pueblo que estaba siendo masacrado por la
Unión Soviética en los años 80. Su campaña, sin embargo, no
se ve impulsada en las altas esferas por ningún valor moral,
únicamente la coyuntura de la Guerra Fría.
Un cóctel de política, cristianismo, islamismo, judaísmo,
sionismo, capitalismo y comunismo en principio imposible,
pero todo queda magistralmente explicado de la mano de Mike
Nichols, que zurze en clave de comedia una panorámica
desalentadora de las maquinarias de Estado.
En definitiva, Nichols ahonda en la idea de Karl Marx de que
solamente podemos concebir científicamente la Historia si la
interpretamos como una serie de contradicciones que se dan
en la estructura económica. Sólo así se explica que Estados
Unidos e Israel se uniesen con Egipto y Paquistán –países
que ni siquiera reconocían el derecho a existir del pueblo
judio– para ayudar a Afganistán contra la Unión Soviética.
La guerra de Charlie Wilson narra con pulso y brío toda la
red de intereses que llevaron a que la URSS fuese derrotada
por un país pobre que nadie sabía situar en el mapa antes
del 11-S. Fue la primera vez que el ejercito soviético se
vio obligado a claudicar.
La obra de Nichols se beneficia de las interpretaciones de
gran altura de dos de los mejores actores de la actualidad:
Tom Hanks y, especialmente, Philip Seymour Hoffman.
Hanks pone el cinismo y Seymour Hoffman la ruda nobleza para
lograr diálogos mordaces.
La utilización de imágenes de archivo de la guerra
soviético-afgana es otro acierto a la hora de recordar que
prácticamente se trata de la ficción en clave de comedia de
un documental sobre un hecho histórico de la Guerra Fría.
Casi nada.
Ahora, Nichols no logra aislarse de ese tufillo patriotista,
ausente durante el grueso de la película en tanto en cuanto
nos está dando una visión mordaz nada idealizada de uno de
los bandos; pero que aparece en el arranque y el final del
largometraje.
La exaltación del modelo democrático –con una inmensa
bandera de Estados Unidos abriendo y cerrando la peli– no
tiene mucha justificación teniendo en cuenta que los
intereses económicos primaron sobre cualquier tipo de
humanidad. Entonces, ¿por qué?
Y los afganos utilizaron el adiestramiento militar de la CIA
para derribar las Torres Gemelas y matar a más de 3.000
estadounidenses en 2001.
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