El delegado del Gobierno,
Jenaro García-Arreciado, debe estar hecho un flan. Por
más que él trate de aparentar calma, seguro que tiene puesto
sus cinco sentidos en Elena Salgado: ministra de
Administraciones Públicas, que habrá de decidir si el
onubense continúa en el cargo.
A García-Arreciado se le nota demasiado que desea permanecer
al frente de la Delegación del Gobierno. Y se le nota, sin
duda, porque siempre se ha expresado sin ambages al
respecto. En una palabra, sus manifestaciones han sido
siempre claras y concisas: me gustaría seguir. Lo cual
demuestra que el político onubense está ya muy seguro del
terreno que pisa.
Conviene destacar, pues, que al delegado no le arredran los
problemas ni las críticas tendenciosas ni, por supuesto, el
tener que defenderse todos los días de las tarascadas de los
parlamentarios populares. Sabe que en esta ciudad puede ser
sambenitado en un santiamén. Y tantas veces como se oponga a
los intereses de una clase que está convencida de merecerlo
todo. Y nunca le ha temblado el pulso cuando ha hablado o
actuado. No siempre con acierto. Faltaría más.
García Arreciado se ha ganado con creces el derecho a que la
ministra siga confiando en él. Y sería una decisión atinada.
Porque toda gestión está necesitada de continuidad. En su
caso, además, está demostrado que ha adquirido la
experiencia suficiente para desempeñar mejor su cometido.
Nada le es ya extraño y se ha aprendido de memoria cómo
desenvolverse en una tierra donde no resulta tarea fácil
defender las posturas del Gobierno.
Pero tampoco conviene olvidar lo bien que se ha adaptado a
Ceuta. Lo cual no ha estado al alcance de todos los
delegados del Gobierno que han pasado por aquí. El ejemplo
más reciente lo tuvimos con Jerónimo Nieto. Quien era
un hombre pegado a un bostezo y que vagaba mustio como alma
en pena. Tal era la sensación de abatimiento que daba el
abulense, que un día le pregunté a un parlamentario del PP,
el motivo por el cual exhibía tamaña tristeza el delegado
del Gobierno. Y la respuesta fue la siguiente: “Vino porque
sí. Y está deseando irse”.
Por lo tanto, he aquí otro motivo para defender el que siga
ocupando su puesto García-Arreciado. De quien conviene decir
lo siguiente: su saber estar en los momentos más complicados
por los cuales ha pasado el socialismo ceutí, tras la
dimisión de su secretaria general: María Antonia Palomo.
Tal es así, que me da a mí en las pituitarias que
Salvador de la Encina, diputado tan influyente en la
calle Ferraz, hará todo lo posible porque su compañero de
partido permanezca como delegado del Gobierno en Ceuta.
Y en lo tocante a las relaciones con Juan Vivas,
apostaría doble contra sencillo a que éste vería la
continuidad de JGA como la mejor solución para poder
proseguir las conversaciones acerca de los trueques de
parcelas y edificios que la Ciudad y el Gobierno se traen
entre manos. De lo contrario, si se produjera la llegada de
un nuevo inquilino al edificio sito en la plaza de los
Reyes, habría un inevitable empezar de nuevo. Con los
consiguientes trastornos que cualquier comienzo causa entre
partes. Y lo peor de todo, créanme, sería ver cómo hace las
primeras prácticas un delegado del Gobierno. A ciegas y bajo
la espada de Damocles.
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