Acomienzos del año 2001 una representativa encuesta mostraba
que aproximadamente 2,5 millones de alemanes se habían
convertido en vegetarianos. Los motivos eran evidentes: la
epidemia de EEB o encefalopatía espongiforme bovina (llamada
enfermedad de las vacas locas), es sólo el primer punto
culminante de un amplio escándalo relacionado con los
productos alimenticios. ¿Sucederá en España algo parecido
ahora que ha saltado a la luz publica la aparición de
algunos casos de EEB?
Sin embargo quien dejó de comer carne de vacuno, pudo darse
cuenta de que tampoco puede seguir comiendo carne de cerdo,
porque hay rebaños enteros que han sido drogados con
antibióticos.
Hay expertos que consideran que los antibióticos en nuestras
comidas son tanto o más peligrosos que los priones de EEB. Y
quien quiera “cambiar de tren”, ingiriendo ahora carne de
pescado, se entera por los resultados de un reciente estudio
de la Unión Europea de que los peces del Mar del Norte y del
Báltico están contaminados con dioxina, lo que no es de
extrañar a raíz del conocido envenenamiento de los mares.
¿Es entonces mejor recurrir a las carpas y truchas caseras?.
Sería estupendo, pero sólo si éstas no fueran alimentadas
con sus congéneres del Mar del Norte y del Báltico que han
sido elaborados y transformados en harina de pescado. Así
van quedando sólo las aves de corral, pero tampoco de éstas
excluye recientemente la Oficina Federal de Salud de
Alemania el peligro de transmitir la enfermedad de la EEB,
tampoco en el caso de ovejas y cerdos. Así se va cerrando el
círculo vicioso.
Durante años se ha ocultado sistemáticamente a los
consumidores el hecho de que estamos siendo sometidos a un
gran experimento con alimentos que tienen muchos factores de
riesgo, con pesticidas y venenos de hongos de la variedad de
los mohos en las papillas para bebés, gusanos en el pescado,
dioxina en las gallinas, hormonas en los turbocorderos y
ahora además nuevamente EEB. Sin embargo el engaño y el
exponer a los consumidores a muchos peligros continúa con
gran actividad; el empeño de algunas multinacionales de
introducir en nuestra dieta alimentos transgénicos puede ser
un buen ejemplo de ello.
¿Quién sabe por ejemplo que aproximadamente un 75% de todos
los productos alimenticios en Alemania pasan por “procesos
de refinamiento” industrial?. Para que los huevos del
desayuno tenga el color amarillo apropiado, se mezcla el
alimento de las gallinas con el colorante correspondiente.
El color rosado del salmón de mar es el resultado de la
química alimentaria.
Las sopas instantáneas no tienen nada que ver con una sopa
verdadera, sino que son el resultado de una complicada
tecnología. La masa de la pasta se hace espumosa a base de
fermentos para que los spaghetti se puedan preparar con más
rapidez. El aroma de melocotón en el yogur se elabora de
hongos y bacterias.
Muchas veces se utilizan productos de desecho como material
básico de la industria alimenticia, así por ejemplo el
llamado pastel de albúmina, que queda de sobra en la
producción de carne de gallina, y que después de ser tratado
con lejía de sosa acaba como suministrador de valores
nutritivos en las sopas en latas; o los restos que quedan de
la preparación de la soja, que se mezclan en el pan integral
como fibra vegetal.
Una especialidad culinaria muy típica es el cóctel de
mariscos, en el que se revuelven, trituran y aromatizan los
restos de la pesca, prensándolos en forma de calamares o
gambas.
No sólo los comederos de los animales se han convertido en
“basureros de la sociedad de bienestar” (según Hubert Weiger
de la Alianza Protectora de la Naturaleza, Bund Naturschutz,
de Alemania), sino que también lo son entretanto los platos
de comida de los hombres.
(*) www.vida-universal.org
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