Ayer participé, por primera vez,
en un debate desarrollado en un club cultural entre un
político popular, un ciudadano y el que esto escribe. El
tema principal del debate, en principio, era el de la
planificación política de los planes de ayudas a los
minusválidos pero, motivados por no sé qué idearios, las
cosas fueron saliendo de madre y el debate acabó casi como
el rosario de la aurora.
Tocando huevos, el político popular desvió el tema, sobre el
que se basaba el debate, hacia unos derroteros que no tenían
nada que ver con el mismo. Entró al trapo en materia de
descalificaciones hacia los socialistas cuando no venía a
cuento ese tema.
El ciudadano, que no pertenece a ningún partido político ni
a ningún sindicato pero que es una persona muy conocida y
querida en la ciudad, arremetió contra el popular en un
arranque de ira apenas controlado por el moderador del
debate, un veterano abogado, acusándole de ser un virtuoso
del desvarío descarado al tratar de desviar el alma del
debate hacia terreno no acordado. Con él se unió el numeroso
público asistente que abarrotaba la sala de conferencias del
club cultural.
Casi me quedo “plasmao” ante tamaña manipulación de un
debate que sólo existía para discutir sobre un tema
específico que no admitía excusas de mal perdedor porque los
únicos que saltan a la palestra son los minusválidos de toda
condición y el órgado del político popular estaba fuera de
contexto. Solté lo único que podía soltar: que en el debate
sobraba la demagogia y la manipulación de los conceptos con
fines inconfesablemente partidistas y destructivos.
Le hice ver al político popular (por una vez y sin que sirva
de precedente aparcaré la palabra “pepero”) que andaba
descarriado y que daba muestras, ante el público, de la
inestabilidad política en que se hallaba inmerso su partido
y él mismo. Le hice ver que en Catalunya sólo le apoya una
minoría cualificada y sólo en la capital, Barcelona, ya que
en el resto de la Comunidad no cuentan absolutamente para
nada las siglas de su partido. Con ello quería hacerle
entender que se atuviera al contenido específico del debate
porque ahí no entraban votos con los que salir elegido.
Erre que erre, pese a las llamadas de atención del
moderador, el político popular se aferró a mi intervención y
comenzó a disertar sobre la conveniencia de que todos
admitieran que su partido era el único que podía gobernarnos
con equidad y democracia… el moderador se largó sin más,
diciendo que daba por terminado el debate y se refugió en un
vaso de whisky en la barra del club.
Ya fuera del concepto de debate propiamente dicho, se pasa a
una discusión en la que participa parte del público con el
tema principal de la inestabilidad del partido de los
populares, demostrada en las declaraciones de sus
principales líderes, justo en el momento en que Esperanza
Aguirre cuestiona al mismo en imágenes de televisión.
Está claro que el PP es un partido inestable, sus propias
denominaciones anteriores lo cualifican como tal, en el que
la lucha interna por alcanzar cuotas de poder es demasiado
evidente y el disfraz que tratan de ponerle, de partido
democrático, es tan evidente que las solas frases que suelen
emplear lo descalifica como tal partido demócrata… basta oír
lo que dice Aguirre “…a fecha de hoy…”
Esa frase nos trae unos recuerdos acompañados de repeluznos
significativos. Con el consabido latiguillo muy propio de la
presidenta madrileña de que “ni se resigna ni se resignará”,
idéntica exclamación de cierto caudillo en la, ya lejana en
el recuerdo, batalla del Ebro nos trae malos augurios.
Que un partido que demuestra públicamente su inestabilidad
trate de gobernarnos… el país quedaría tan inestable como
ellos mismos.
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