Hassan II solía decir que
los españoles y los marroquíes se parecen demasiado para que
sus relaciones sean racionales y exentas de pasión. La
realidad es que entre España y Marruecos la propensión a
ofenderse por cualquier motivo ha estado siempre a la orden
del día. Tienen ambos países una susceptibilidad tan a flor
de piel, que les impide conllevarse menos que con otras
naciones.
Busco entre mis notas, temeroso de no encontrar lo buscado,
debido a que soy un desordenado vocacional, el momento en el
cual se vivieron las mejores relaciones entre españoles y
marroquíes, y la suerte está conmigo. Fue cuando Carlos
III y Mohamed Ben Abdalá firmaron en 1767 el
tratado de Amistad y Cooperación. Aun así, incluso habiendo
tan buen rollo entre ambas partes, nunca se excluyó la
posibilidad de las confrontaciones por Ceuta y Melilla. Son
apuntes extraídos de “Política marroquí de Carlos III”.
Libro escrito por Rodríguez Casado.
Marruecos no quiere entender que Ceuta y Melilla eran
españolas antes de que surgiese a la Historia el Reino de
Marruecos. Y no cesa en su empeño de reivindicar ambas
ciudades y las islas de la costa del Norte de África.
Aunque, en bastantes ocasiones, las revindica en momentos
donde a las minorías elitistas les conviene distraer la
atención del pueblo con estas reclamaciones.
Las minorías elitistas marroquíes -sobre todo de Casablanca
y Rabat- son, sin duda, francófilas. Incluso en sus
conversaciones –en Ceuta, hay empresarios, pocos, desde
luego, que saben de lo que estoy hablando- gustan de decir
que el que los españoles no hablen bien francés es una señal
de inferioridad cultural. Y se expresan así, según he venido
leyendo, en cuanto se sienten ofendidas con declaraciones
como las realizadas por Jordi Pujol, creo que en
1995. O bien las que hacían, cuando había problemas con la
pesca, algunos presidentes de estas Cofradías. Por
consiguiente, no es extraño que desde finales del siglo XIX,
pese a la distancia geográfica, Francia ocupe el sitio que
debería ocupar España.
Llevan razón, por tanto, quienes han venido propagando, con
muy buen criterio, que españoles y marroquíes de lo que
deben hablar cada vez más es de negocios. Y menos de
enfrentamientos religiosos y políticos. De modo que cuando
las relaciones de estos países sean un buen negocio para
ambos, los problemas existentes encontrarán mejor solución.
A España –decía en su casa de Tánger el profesor Bernabé
López García- le conviene un Marruecos estable con
niveles aceptables de democracia y desarrollo económico y
social. Desde el punto de vista estratégico, a España no le
interesa una catástrofe en Marruecos que lleve al poder a un
grupo de ultranacionalista o islamita o desencadene una
oleada migratoria. Y a Marruecos le interesa caminar por la
senda que conduce a la Europa con dos muletas: la española y
la francesa.
A España tampoco le interesa, y mucho menos a Ceuta y
Melilla, que Luis María Anson, antes en La Razón
–cuando decía que el Gobierno de Zapatero estaba
armando a Marruecos hasta los dientes- y ahora en El
Imparcial, trate de encrespar a ceutíes y melillenses.
Entiendo que le quiera hacer daño a ZP –ya no presidente por
accidente-. Pero no a costa de encender cerillas en un
bosque saturado de rastrojo.
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