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OPINIÓN - JUEVES, 10 DE ABRIL DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Se impone hablar de negocios
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hassan II solía decir que los españoles y los marroquíes se parecen demasiado para que sus relaciones sean racionales y exentas de pasión. La realidad es que entre España y Marruecos la propensión a ofenderse por cualquier motivo ha estado siempre a la orden del día. Tienen ambos países una susceptibilidad tan a flor de piel, que les impide conllevarse menos que con otras naciones.

Busco entre mis notas, temeroso de no encontrar lo buscado, debido a que soy un desordenado vocacional, el momento en el cual se vivieron las mejores relaciones entre españoles y marroquíes, y la suerte está conmigo. Fue cuando Carlos III y Mohamed Ben Abdalá firmaron en 1767 el tratado de Amistad y Cooperación. Aun así, incluso habiendo tan buen rollo entre ambas partes, nunca se excluyó la posibilidad de las confrontaciones por Ceuta y Melilla. Son apuntes extraídos de “Política marroquí de Carlos III”. Libro escrito por Rodríguez Casado.

Marruecos no quiere entender que Ceuta y Melilla eran españolas antes de que surgiese a la Historia el Reino de Marruecos. Y no cesa en su empeño de reivindicar ambas ciudades y las islas de la costa del Norte de África. Aunque, en bastantes ocasiones, las revindica en momentos donde a las minorías elitistas les conviene distraer la atención del pueblo con estas reclamaciones.

Las minorías elitistas marroquíes -sobre todo de Casablanca y Rabat- son, sin duda, francófilas. Incluso en sus conversaciones –en Ceuta, hay empresarios, pocos, desde luego, que saben de lo que estoy hablando- gustan de decir que el que los españoles no hablen bien francés es una señal de inferioridad cultural. Y se expresan así, según he venido leyendo, en cuanto se sienten ofendidas con declaraciones como las realizadas por Jordi Pujol, creo que en 1995. O bien las que hacían, cuando había problemas con la pesca, algunos presidentes de estas Cofradías. Por consiguiente, no es extraño que desde finales del siglo XIX, pese a la distancia geográfica, Francia ocupe el sitio que debería ocupar España.

Llevan razón, por tanto, quienes han venido propagando, con muy buen criterio, que españoles y marroquíes de lo que deben hablar cada vez más es de negocios. Y menos de enfrentamientos religiosos y políticos. De modo que cuando las relaciones de estos países sean un buen negocio para ambos, los problemas existentes encontrarán mejor solución.

A España –decía en su casa de Tánger el profesor Bernabé López García- le conviene un Marruecos estable con niveles aceptables de democracia y desarrollo económico y social. Desde el punto de vista estratégico, a España no le interesa una catástrofe en Marruecos que lleve al poder a un grupo de ultranacionalista o islamita o desencadene una oleada migratoria. Y a Marruecos le interesa caminar por la senda que conduce a la Europa con dos muletas: la española y la francesa.

A España tampoco le interesa, y mucho menos a Ceuta y Melilla, que Luis María Anson, antes en La Razón –cuando decía que el Gobierno de Zapatero estaba armando a Marruecos hasta los dientes- y ahora en El Imparcial, trate de encrespar a ceutíes y melillenses. Entiendo que le quiera hacer daño a ZP –ya no presidente por accidente-. Pero no a costa de encender cerillas en un bosque saturado de rastrojo.
 

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