Increíble pero cierto, estaba
desayunando, en uno de los bares que frecuento en mi segunda
ciudad, junto a un compañero de tertulia que se levantó
demasiado temprano para empezar la ídem cuando en un momento
único, una cabeza de rata asoma por el borde del mostrador.
Unos ojillos brillantes y negrísimos me mira directamente
mientras unos finos bigotillos se mueven constantemente al
compás de una finísima naricilla. Al menor movimiento de
brazos de mi compañero de desayuno, la rata desaparece
inmediatamente por donde había asomado.
No me atreví a decirle nada ni a mi compañero ni al patrón,
pero una de las clientas del bar, que estaba desayunando en
la barra junto a otras chicas, pegó tal grito de espanto que
todo el mundo se enteró que una rata andaba suelta por el
local. La estampida fue memorable, sobre todo en el campo de
las mujeres, y la cara del patrón se puso verde…
Todo el mundo sabe que una rata tiene la capacidad de
reproducción idéntica a la de los conejos, conejos del reino
animal se entiende, y son animales de la oscuridad y la
penumbra. Están tan habituadas a convivir con los humanos
que están en todas partes. No es un problema de sanidad, ni
de aseamiento y adecuación de los locales que albergan bares
y restaurantes, sino de planificación contra la plaga.
Con esto quiero decir que en todas partes existe esa clase
de rata que asoma impunemente su rostro y desaparece acto
seguido en cuanto es avistada. Esa clase de ratas existen en
todas las ciudades y pueblos disfrazadas de humanos, con la
misma cara y los mismos ojillos. Esas ratas a las que
ponemos el nombre de pederastas y que no son más que unos
pervertidos obsesos sexuales, además de criminales.
Son tan complicados de descubrir hasta que se muestran como
se mostró esa rata del bar al que voy con alguna frecuencia,
son unos bichos que merecen ser exterminados, no ya en la
vida, sino en el arma que utilizan para cometer sus
horribles actuaciones. No somos nadie para quitar la vida a
un ser humano, aunque éste se lo merezca infinidad de veces,
pero sí podemos evitar esa proliferación mermando sus
“poderes” físicos que le marquen de por vida para que no
vuelva ni pueda reincidir.
Todos sabemos que esos intrusos, que acechan y merodean en
la penumbra como las ratas, lo son para toda su mísera vida.
En parques, jardines, avenidas, calles se descubren
fácilmente por sus miradas, plenas de lascivia, dirigidas
con frecuencia hacia la gente menuda. Si bien no osan
acercarse a la gente menuda cuando hay mucho público,
acechan continuamente a su futura víctima. Saben donde
viven, su rutina diaria, quiénes son sus familiares…
Si me topo con un representante de esas ratas, las tripas se
me revuelven necesariamente, me veo imponente para
descubrirlo ante la sociedad. No puedo hacer absolutamente
nada si no lo pillo “in fraganti”, cosa difícil porque, al
igual que las ratas, no se permite que sea observado y no es
suficiente para advertir a las autoridades de seguridad,
porque siempre se recibe la respuesta de que sin pruebas no
hay nada que hacer… hasta que sucede lo evitable.
Entre tanto, la rata que asomó su cabeza por la barra del
bar ha tenido tiempo de escabullirse por el agujero, que
ella misma tal vez abrió, en algún rodapié de las cuatro
paredes del local, otra posibilidad es que se coló a través
de los canales de desagüe, llevándose consigo esa sarta de
microbios y bacterias dañinas…
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