La posible reducción de militares
en Ceuta y Melilla ha conseguido que los dirigentes
populares de ambas ciudades vuelvan otra vez a gritar
desaforadamente contra los socialistas. Así, la crispación
entre partes estará asegurada durante cierto tiempo. Los
parlamentarios del PP han aprovechado los aún no confirmados
traslados de oficiales y suboficiales por el ministerio de
Defensa, para propagar que se ven claras las aviesas
intenciones que tiene José Luis Rodríguez Zapatero en
cuanto concierne a la vida de ambos pueblos.
Mientras en Ceuta sonaba fuerte la voz del diputado,
Francisco Antonio González, llamando a la agitación
ciudadana, en Melilla lo hacían también los padres de la
patria, acompañados por las intervenciones siempre
destempladas de Juan José Imbroda. El cual aprovecha
cualquier motivo para demostrar que ni ha nacido ni nacerá
un melillense como él, dispuesto a dar la vida por su
terruño. Sin darse cuenta de que los héroes, aunque sean de
palabra, están pasados de moda.
En este caso, justicia obliga, conviene decir que lo que
está en juego es sumamente importante para la economía de
Ceuta y de Melilla. Y no hace falta entrar en detalles
explicativos. Y, sobre todo, hay un problema mayor: que los
traslados van a cambiar, total y absolutamente, la forma de
vida de muchas familias. No me extraña, pues, que esas
personas estén viviendo momentos difíciles. Por más que
sepan que en la vida de los militares los traslados forman
parte esencial de la carrera elegida.
Pues bien, a pesar de ello, es deseable que los políticos
sepan estar a la altura de las circunstancias. Y si creen
conveniente oponerse a las medidas que pueden tomar los
mandamases del Ejército -que técnicamente sabrán lo que
hacen, digo yo-, que lo hagan. Faltaría más. Pero antes
deberían moderar sus discursos. Ya que parecen, cuando están
metidos en faena, auténticos asustaviejas.
No me extraña, pues, que los socialistas de Melilla hayan
vuelto a comparar la actitud de Juan Vivas con la de
Imbroda. Y de la que sale malparado, una vez más, el
segundo. Y es que la diferencia entre ambos radica en que
mientras uno afronta los problemas con la serenidad
adecuada, procurando por todos los medios hablar sin
engolamiento y sin aparentar estar en posesión de un
carácter irritable, puesto en todo momento al servicio de la
defensa de los intereses ciudadanos, el otro lo exagera todo
y ese todo lo convierte en su arma habitual de riña
permanente.
Y esa forma de ser de ambos, tan distinta y tan conocida ya
en ambas ciudades, es la que ha ido distanciando a ambos
alcaldes. Y es así, créanme, porque la tranquilidad de
Vivas, en cualesquiera situaciones, pone de los nervios a un
Imbroda que bisbisea maldades contra ese sosiego que
aborrece. Entre otras razones, porque no va con su carácter
y encima lo aprovechan los socialistas para mortificarle con
las odiosas comparaciones.
En realidad, lo que ahora parece tener todas las trazas de
problema grande, por su repercusión económica y por las
contrariedades que causarán en el seno de muchas familias
–caso de que el rumor se convierta en noticia-, pronto
dejará de ser actualidad. Pero prevalecerá, sin duda, el
buen talante con que Vivas se opuso a la medida, frente al
mal estilo de Imbroda. Y la vida seguirá...
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