Resulta preocupante la realidad que día tras día,
puntualmente, se viene viviendo en la frontera del Tarajal.
La que nos separa, o según se vea nos une, con nuestros
vecinos del norte de Marruecos. Centrándonos en el paso
diario de personas – por encima de las treinticinco mil,
según las estadísticas y entre diez y quince mil vehículos-
determinado estudio, elaborado hace ya tiempo, varias
décadas, concluía mediante la urgente recomendación de no
darle largas al asunto y afrontar cuanto antes la
problemática. Todo lo demás, resultaría contraproducente.
La realidad que hoy por hoy observamos en el paso fronterizo
del Tarajal se queda corta si la calificamos de lamentable,
repugnante, provocativa, apartada del sentido común. Cuando
no son los “moros”, es el turno de los “nazaranis·, o sea
los cristianos. La cuestión es que unos y otros se esmeran
al máximo por no superar escollos y hacer desagradable lo
que en principio, y sin más vuelta de hoja, debería resultar
un trabajo eficaz, rápido, sin sorpresas, seguro y exento de
pruebas de fuego en cuanto a la capacidad de paciencia de
los usuarios.
Resulta más que raro, pese a la constante provocación al que
someten a los ciudadanos, que escasa incidencia se haya
registrado en el capítulo de sucesos. Y, es que el
nerviosismo de algunos puede desembocar en consecuencias
inimaginables. Luego, llegarán las lamentaciones, las
disculpas de ineptitudes supinas con claros visos de sacudir
responsabilidades.
En ese punto de “lógicas argumentaciones”, cuando no es por
exceso de sol, lo es de frío y lluvia. Cuando no de alarma
terrorista, búsqueda y captura de tortas de pan, productos
lácteos, cárnicos, drogas, animales exóticos, afines,
huelgas de brazos caídos, reindivicaciones por mor de alguna
que otra pretendida subida salarial, paso multitudinario de
trabajadores marroquíes en Europa, ciudadanos inmigrantes
que pretenden colarse al otro lado del Estrecho por la cara,
etc, etc, etc, …
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