Tú sabes muy bien que yo suelo
echarme abajo de la cama muy temprano para caminar. Con el
fin de combatir las muchas horas que luego me paso sentado
para ganarme los “grabieles”. El jueves, tal vez porque salí
de casa algo más tarde del tiempo previsto, me hallé con
varios políticos.
-¿Con quiénes, Manolo?
-El primero fue con Juan Vivas. Iba delante de mí,
acompañado por su correspondiente guardaespaldas y también
por Francisco Sánchez Paris, asesor entre asesores.
-Haciendo marcha, ¿no?
-No. Vivas ya no marcha como al principio de ser presidente.
-Querrás decir que ya no hace carrera continua por las
calles de la ciudad, acompañado de sus más fieles.
-Así es... Lo cual, según me contaron en su momento, se debe
a que un día miró a su alrededor y se dio cuenta de que los
acompañantes formaban legión.
-Gente de todo pelaje, ¿verdad?
-Bueno... Yo creo que el presidente pensó que si, llevando
cuatro días en el cargo, trotaba junto a él una caterva de
admiradores, aduladores y otras especies, pronto sus
ejercicios mañaneros entorpecerían el tráfico rodado y
aumentarían el absentismo laboral.
-Entonces, me puedes decir qué hacía Vivas en la calle tan
temprano.
-Paseaba. Por cierto, que un obrero de Urbaser llamó su
atención de la siguiente manera: “Juan, te quiero preguntar
una cosa...”. Y allá que el presidente se cuadró ante el
trabajador, firme y con las manos entrelazadas en la
espalda, tipo militar británico ante un superior.
-Seguro que esa pose la habrá practicado durante el tiempo
que ha permanecido en Kosovo, visitando las tropas allí
destinadas. Y hasta puede que sea un acto reflejo que le ha
quedado de esa estancia entre militares.
-Quizá. No olvides que el presidente es muy observador. De
ahí que vea con celeridad en sus viajes todo cuanto de bueno
o vistoso se le ponga por delante. Para, a renglón seguido,
implantarlo en la ciudad.
-A propósito: ¿con qué otros políticos te cruzaste en la
mañana del jueves?
-Pasó a mi vera José Antonio Rodríguez. Y lo hizo
como si fuera un fantasma. Aunque en su descargo debo decir
que muy bien pudo no saber que era yo; en vista de que por
las mañanas suelo ir disfrazado. Un privilegio -lo del
disfraz- que ya recomendaba Valle-Inclán en “Tablado
de marionetas para educación de príncipes”. El segundo fue
Pedro Gordillo.
-A ver si adivino de qué forma lo viste. ¿Acierto si te digo
que lo viste bajándose del coche oficial ante la fachada
principal del Ayuntamiento, a punto de dar las nueve de la
mañana?
-Sí. Y además me extrañó muchísimo lo del coche: no por ser
oficial, de ningún modo; sino porque desde su casa al
edificio municipal hay cuatro pasos mal contados y él
necesita andar. Y hasta pensé que a lo mejor se había mudado
ya a la falda del Monte Hacho.
-Ay, Manolo, creo que se te van las mejores. Te estás
haciendo viejo. El poder hay que demostrarlo con hechos y a
la luz del día.
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