Decía Friedrich Nietzsche que “gracias a la música, las
pasiones hallan goce en sí mismas”. Después de seis meses
continuados en la escuela de música de la Federación
Provincial de Asociaciones Vecinales (FPAV), los alumnos han
aprendido el arte de la paciencia y la virtud de la
prudencia. Los profesores que imparten música en este centro
han enseñado a sus alumnos los peldaños del pentagrama para
escalar a través de él y poder dominar con todo su cuerpo el
escondite que anida en la música.
La historia de la banda de música de la FPAV no es demasiado
larga, pero sí intensa. Fue creada por deseo de la junta
directiva de esta institución vecinal en 2005; tras
sucesivos convenios se mantuvo, pero el año pasado, la etapa
de los primeros alumnos terminó, “por causas ajenas a la
Federación”, tal y como indicó el presidente de FPAV, José
Ramos, ya que se produjeron una serie de acontecimientos que
desde la organización prefieren olvidar. En noviembre, la
historia musical tomó un nuevo rumbo. Accedieron al centro
tres profesores y se renovó toda la plantilla de alumnos,
reduciendo sustancialmente la edad media de ellos. Parece
que la claridad y la alegría han regresado a la sala de
ensayos de la sede vecinal. Inmaculada Ortiz ‘Macu’ es
profesora de viento metal, aunque es encargada,
principalmente, de impartir la teoría. “A los niños les
gusta tanto lo que hacen que después de las clases suben a
mi casa con algunos instrumentos para seguir ensayando”,
dice Macu, como le conocen en su entorno.
Javier Heredia es también profesor de viento metal y experto
en instrumentos como la tuba, la trompeta, el trombón y la
trompa. Por su parte, Santiago Chamorro, profesional de la
Música es especialista en instrumentos de madera como el
saxofón alto, el saxofón tenor y del oboe -aunque aún no
cuentan con este instrumento. “Hay que ver cómo los pequeños
tocan los instrumentos ya”, dice Ramos, cuyo despacho
colinda con la sala de ensayos.
Actualmente están apuntados 29 chicos, cuyas edades
comprenden desde los 8 a los 16 años principalmente, aunque
también hay chicos más pequeños y una soldado de Caballería
de 33 años, Isabel Prieto. El amor a la música no tiene
edad.
La paciencia que han invertido los profesores en sus alumnos
y el premio al mérito han provocado que los chicos estén
aprehendiendo de una manera más pura. Para ello, primero se
les ha explicado la teoría, “llegar a tocar el instrumento
es un premio”, comenta Macu. Ya han superado el primero de
los dos libros de solfeo y ahora van por el segundo. “Cuando
hayan superado las lecciones de la 20 a la 25 -según la edad
y la capacidad de cada alumno- se les permite acceder al
instrumento”, dice Macu. Antes, esta banda de música
solamente tocaba la corneta, “pero para eso no hace falta
conocer la música”. Sin embargo, desde noviembre se tomó la
decisión de abarcar más e implantar una coral de
instrumentos que enrriqueciera el sonido y que permitiera
colorear más y mejor un grupo de aprendices de la música.
Estos alumnos no van a ser licenciados en Música a través
del conservatorio, pero sí van a poder interpretar
partituras o sumergirse en la música de manera autónoma.
“Para ellos el lenguaje musical es como el abecedario que
les permite tocar el instrumento; una vez que saben las
notas comienzan a solfear y, por último, se inician en el
intrumento”, detalla Macu.
La FPAV cuenta con una subvención anual de 18.000 euros para
pagar las herramientas musicales, el sueldo de los
profesores y las excursiones esporádicas de los alumnos. A
este curso se puede apuntar cualquiera, “es bueno ir
renovando la banda”. Los aprendices suelen durar dentro del
grupo no más de dos años, por lo que es conveniente una
continua reforma de los alumnos. Las clases comienzan a las
19.15 de la tarde y finalizan una hora y media después. Esto
sucede de lunes a miércoles, a pesar de que por si ellos
fuera “estarían más tiempo dentro”.
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