Una noche de principios de marzo
de 2005, que llovía a mares, Juan Vivas fue
homenajeado por sus compañeros de partido, debido a que
había cumplido cuatro años como presidente de la Ciudad. El
acto se celebró en una sala del Casino que estaba
abarrotada.
Pedro Gordillo hizo su discurso populista, con su
característica vehemencia, sofocados los mofletes por las
ganas que le echa cuando se sube el estrado, y alguien que
estaba sentado muy cerca de mí no pudo aguantarse y dijo: a
ver cuando le da a este hombre por acabar su perorata. Ese
alguien, a quien haré un gran favor no mencionando su
nombre, ostentaba y sigue ostentando un cargo muy importante
en el Partido Popular. Y no hacía falta ser psicólogo para
darse cuenta de que sentía aversión por Gordillo. La cual se
hacía más patente cuando los seguidores acérrimos del
presidente aplaudían las intervenciones de éste. En esos
momentos, su desorden interior le hacía bufar.
Gordillo, estimulado por el entusiasmo de sus afines, fue
encendiendo su discurso para referirse a Vivas poco menos
que como la persona que Ceuta llevaba esperando desde tiempo
inmemorial, a fin de conducirla por la senda de los mayores
éxitos. Y, claro, mientras la pasión de muchos se desbordaba
el rostro de mi vecino de asiento se abotargaba por la ira
mal contenida. Una ira que representaba la de muchos otros
militantes, del ala más derechista del partido, que no
querían ya a Vivas ni pintado en papeles.
Cuando Vivas subió al estrado, entre estruendosas
aclamaciones, le brillaba ya en los ojos esa burla fina con
que suele reírse de quienes él cree conveniente. Se atusó el
bigote, se acomodó el micrófono, bebió un trago de agua, se
aclaró la voz con un suave carraspeo, y abriendo los brazos
se dirigió a los asistentes:
-Yo antes de pelearme políticamente con Pedro Gordillo, me
voy de la política.
Y la gente estalló jubilosa... El resto del discurso careció
ya de interés. Lo fundamental, con el fin de acallar los
comentarios interesados de que Vivas estaba siendo
ninguneado por un grupo dirigido por personajes de la vieja
guardia, se había dicho ya. Vivas y Gordillo se habían
juramentado para defenderse mutuamente de los ataques de sus
correspondientes enemigos.
Tres años después, recién terminada una campaña electoral
donde salieron a relucir envidias y desconfianzas en el seno
del PP, la historia ha vuelto a repetirse. Aunque en esta
ocasión ha sido Gordillo quien ha declarado que cuenta con
la ayuda de Vivas para ser reelegido como presidente del PP.
Que es como decir lo siguiente: a ver quién se atreve a
disputarme el cetro teniendo yo de mi parte no sólo a mis
seguidores sino también a quien es, hoy por hoy, la marca
estrella de nuestra casa.
El presidente de la Ciudad sabe que en el partido los hay
que están lampando porque cometa un error grave para
entrarle a degüello. Y el presidente del Partido es
consciente de que se halla en la misma situación. De modo
que acertaron el día que decidieron hermanarse para soportar
ambos lo bueno y lo malo. Sin fisuras. Por ello, no entiendo
por qué ambos soportan que tres o cuatro empresarios de la
ciudad, muy conocidos, traten por todos los medios de
meterle a Vivas las cabras en el corral.
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