Nunca podremos agradecer lo
suficiente, todos aquellos que tuvimos la enorme suerte de
tener como universidad la calle, sin lugar a dudas, la mejor
universidad del mundo, donde se aprende lo que, como diría
la sabía de mí abuela, “lo que no está escrito”. Porque en
la universidad de la calle nada está escrito, pero todo
tiene una explicación y una repuesta a cuentas preguntas se
hagan que, jamás, recogerían los libros de texto.
Se aprende, en ella, a fuerza de cometer errores y recibir
palos y más palos por los errores cometidos. Todos esos
errores y todos esos palos recibidos, valen para que te
vayas formando de manera que con un aprendizaje duro,
termines aprendiendo a no cometer errores ni a recibir ni un
sólo palo más, durante toda la vida.
Todos los que tuvimos al enorme suerte de aprender en esta
universidad, por pura lógica nos podemos equivocar, pero
esas equivocaciones son mínimas y, siempre, superadas por
algo que se adquiere como el mejor de los dones, la
intuición.
La intuición es uno de los mejores dones que puede tener el
ser humano puesto que ella te permite, en ocasiones, ver y
llegar a donde los demás ni ven ni llegan. Naturalmente
porque la calle no ha sido su universidad.
No existe ningún libro de texto que pueda llegar a darte los
conocimientos que en la práctica, te ofrece la calle. Ya
dijo aquel que la práctica hace al maestro. Por eso, en esa
universidad de la calle, salen grandes maestro del
pensamiento, y de saber adelantarse, al resto del personal,
en los momentos de mayores dificultades.
No hay nadie que se la pueda dar a uno de los alumnos de la
mejor universidad del mundo, la calle, porque cuando él
viene a dársela, el alumno ya está de vuelta. Aunque, tengo
que reconocer, en ocasiones, se tiene que hacer el alumno un
poco el “loco”, dejándose “querer” y haciendo creer, al que
se la quiere dar que, efectivamente, se ha quedado con él y,
como vulgarmente se dice, se lo ha llevado al “huerto”.
Es una táctica como otra cualquiera, esa de hacer como el
que se de engañar, para conseguir lo que se había propuesto
desde el mismo momento en el que le estaban contando la
“milonga” de turno. Y ni te cuento el rebote que se cogen
cuando, al día siguiente, se ven retratados perfectamente,
en lo que no habían dicho, pero que debieron decir.
En este nuestro pueblo, ha habido muchos tontos con balcón a
la calle, que llegaron a creerse unos “genios”, engañando a
unos pobres incautos que, en su inocencia y
desconocimientos, picaron en el anzuelo. Más tarde se
demostró que sólo eran unos pamplinas con la marca del aro
del cubo pegado al culo.
A los de mí particular universidad, nunca nos engañaron
porque, siempre, dijimos quienes eran y que es lo que
querían. Hoy, los mismos tontos con balcón a la calle,
quieren seguir siendo algo, mientras van por las calles
chupando candados. Más tontos imposible.
¿Nos queda mucho tiempo qué soportar a estos analfabetos?
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