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sociedad - SÁBADO, 29 DE MARZO DE 2008


Medinilla, Antonio y ahumada. nicol's.

reportaje
 

Sólo queda la placa de
la esquina del Muralla

Detrás de la barra del bar del hotel parador, en la época de los 70, Alejandro Márquez de la Rubia servía las copas que ayudaban a los hombres de la elite de Ceuta a tejer la política y los negocios de la etapa dorada de la ciudad

CEUTA
Luis Parodi

local
@elpueblodeceuta.com

La barra del Muralla (Hotel Parador) y todo el ambiente que la rodea posee un color a barniz y un don de elegancia chispeante, parecido al Café de Rick en la película Casablanca. El atrezzo del bar-cafetería tiene las medidas exactas para representar una película de Hollywood de época; y sus camareros visten uniformes añejos, como el aire a recuerdo que respiran estos trabajadores, jóvenes aún, pero con más de 30 años en el oficio: sirviendo copas, cafés y ratos libres con hielo detrás de la barra del Muralla. Quizá si esa juventud se les hubiera escapado ya, sus ojos mantendrían un brillo más magestuoso; ahora, todavía fuertes, los camareros añoran los momentos en los que se tejía la época dorada de la ciudad, dibujan los rostros de aquellos que no están y reconocen las palabras de Eduardo Hernández Lobillo, propietario de la joyería Esmeralda; del juez José Villar Padín; o de la señora de Francisco de la Lastra, de la que ni siquiera recuerdan su nombre, pero sí sus tejemanejes y cotilleos mientras sostenía la baraja de cartas al otro lado de la esquina, en las antípodas de sus maridos. Junto a ellas, a veces, se colocaba Gutiérrez Mellado, “muchos años antes” de que su valentía fuera reconocida por todos los españoles en el fallido Golpe de Estado de 1981, indica Antonio Sánchez, actualmente segundo jefe de comedor y, por entonces, un pipiolo pizpireto que no había rebasado los 20. En aquel momento, como ayer, estaba su hermano Pepe, otro auditor de aquellos coloquios donde se mecía Ceuta.

Los protagonistas de aquellas charlas, que ahora serían dignas de una serie de televisión, seguramente un ‘Cámera Muralla’ o algo parecido, eran casi una docena; “llegaban cuando se iba la tarde, Eduardo era el primero que entraba y el último en irse”, comenta Antonio Sánchez. “Allí cada uno sabía lo que se tomaba, dos whiskis, por ejemplo, y pagaba lo suyo y se iban. Cuando ya se habían marchado todos, aún quedaba Eduardo, que siempre se ponía en el mismo sitio, ni en la esquina justamente, ni pegado a la pared; luego pedía la cuenta total y lo que faltaba por poner lo pagaba a medias con el que todavía quedase ese día hablando con él; luego, nos daban a lo mejor 200 pesetas de propina: 100 Eduardo y otras 100 su compañero”. Qué casualidad que ayer, apostado en la barra, con un whisky largo, se encontrara Francisco Ahumada, uno de los poco que aún vive. “Yo siempre venía a partir de las siete de la tarde o así, pero había algunos, como Eduardo, que venían antes de comer y por la noche”, dice Ahumada.

Hablaban de política, de negocios. Corrían los años 70 en la ciudad, en España se gestaba la transición y en Ceuta abundaba la venta de paraguas y transistores. Era una mina. La gente pagaba ocho millones de pesetas de las de la época para montar un bazar. Venían hombres de fútbol, como el presidente del Ceuta; venían hombres de negocios, los que más, como Carlos Chocrón, Jesús Cordero, Manolo Vega (todos los sábados), Aarón Benasaya, don Martín, Jesús Zapico, su hermano Juan Jesús y su colega de empresa Pepe Ríos, Francisco de la Lastra (importante hombre en el puerto) y señora, Ricardo Muñoz y su hermano Antonio, Serrán Pagán... Cada uno de ellos arrastra una caravana de anécdotas, momentos. “Eduardo era un reloj, llegaba a las 12.00 y para ‘hacer la madre’ se tomaba primero una copita de néctar, luego iba a por el Martini rojo con ginebra y por último, un Fino Quinto o una manzanilla”.

Cuando ya habían pasado algunos años desde que comenzaron estos coloquios imprevistos, se colocó una placa en la esquina de la barra que rezaba: “Aquí se viene a beber, de política ni hablar, ninguna bronca tener y antes de salir, pagar”. Esa era la ley. Robaron esa placa en el año 80 y fue sustituida por una que se clavó en la pared, la actual, la que luce en el local desde aquel momento. Una de las presencias más ilustres y recordadas es la del comandante general Gutiérrez Mellado, del que hablan con especial cariño. “También le gustaba jugar a las cartas”, puntualiza Antonio Sánchez. Uno de los motivos sin duda de la creación de este comité fue el barman de la ciudad, el único que existía, Alejandro Márquez de la Rubia. Lo mencionan con devoción y le rinden pleitesía. “Nadie manejaba con más elegancia que Alejandro las copas; sabía darle a cada uno lo que era de su agrado”, terminó Ahumada.
 

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