Con buen tino y aún mejor timbre,
la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la
Cultura acaba de designar a la pianista Franghiz Ali-Zadeh
como Artista para la Paz, en reconocimiento a su valor y
valía, amén de su entrega por la causa.
La música, hablo de aquella bien servida para ser rumiada,
aparte de ser una compañera de divertimentos envidiable y
singular, nos lleva del brazo del alma a la hondura del
pensamiento. Cuando intimidamos con lo melódico, el mundo se
nos modula y las ideas conciertan una sensación de goce de
largo alcance y amplitud de miras.
En virtud de esa euforia por la solfa, declarada de interés
poético por todos los filósofos vestidos de ciencia, todo se
ve menos distante y más concertado, más mejor y más cálido.
Quizás por este convencimiento pasional, la artista de
Azerbaiyán se ha esforzado por concienciar al público sobre
la importancia de la educación musical para huérfanos y
niños necesitados. Cada día son más los chavales del mundo
que piden amor. Está visto que el armónico refugio se traga
todas las penas. Cuando uno está cobijado entre los sones de
sus sábanas, el calor humano se nos torna humanidad y hasta
es posible que la bestia humana deje de serlo, recite poesía
social hasta por las orejas y cambie su piel por la de
músico poeta. La música calma a las fieras.
Durante los dos años de su mandato, Ali-Zadeh apoyará
programas de la UNESCO en el campo de la educación musical.
Sus composiciones combinan la música moderna y tradicional,
en particular el Mugham, un género proclamado Obra Maestra
del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Estoy
convencido de que la música es realmente el lenguaje
universal de la belleza que el mundo necesita, su abecedario
es capaz de unir e incapaz de dejar indiferente a nadie.
La música está en el mismo pulso de la vida, en el universo
del aire, en el del mar y en el de la tierra. Sólo hace
falta dejarse cultivar y cautivar por ella. Estoy seguro de
que la buena música de Ali-Zadeh nos alargará la vida y nos
abreviará los desesperos. Hay que poner oído…y escuchar.
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