Muchas veces le oí decir a
Ricardo Muñoz que ser alcalde de su pueblo era lo más
grande que le había pasado en su vida. Me imagino que
Juan Vivas opinará más o menos igual. Máxime cuando ha
sido elegido dos veces y disfrutando de unas mayorías
absolutas que no tenían precedentes.
Vivas, como otros alcaldes con don de gentes y capaces de
encantar a los ciudadanos, ha venido madurando un proyecto
que, de convertirse en realidad, será el más fiel
recordatorio de su paso por la alcaldía. Todo consiste en
trasladar el Mercado Central de Abastos a la Manzana del
Revellín; y, tras demoler el edificio, hacer una obra de
soterramiento que dejaría la plaza de la Constitución
convertida en un lugar no apto para quienes sufran de
agorafobia.
El mero hecho de anunciar el proyecto de esa gran obra
propició que salieran a la palestra los poseídos por el
demonio de la envidia, oponiéndose rotundamente a semejante
idea. A quienes se unieron los mismos personajes de siempre:
los que suelen atentar contra cualquier signo de evolución
si acaso no ven posibilidades de llevárselo calentito.
Vamos, de trincar una pasta gansa.
De modo que llevamos ya varios meses en los que no se habla
de otra cosa que no sea del traslado del mercado, de la obra
de soterramiento y de cómo Hacienda es la propietaria del
solar en el cual se asienta el edificio del mercado. Y como
suele suceder cada día en un territorio pequeño, aunque con
problemas de urbe desmesurada, analizándolo todo
minuciosamente.
Resultado: se magnifican todos y cada uno de los aspectos
concernientes al proyecto. Todo se infla y todo termina, por
tanto, hinchándose hasta extremos insospechados.
Hipertrofia, sin duda, que exige gran vitalidad para
seguirle el paso a cuanto vamos oyendo de esa obra -llamada
faraónica por los enemigos del presidente de la Ciudad- tan
deseada y necesaria para unos ciudadanos que, sin ninguna
duda, serán los primeros en presumir de ella, si se hace.
Ahora bien, la Asamblea de la Ciudad, de un tiempo acá,
parece la casa de tócame Roque (Se dice que un lugar parece
la casa de tócame Roque para designar el lugar donde vive
mucha gente y en el que existe un gran desorden). Y es así,
créanme, porque últimamente hay diputados populares que
están empeñados en hacer declaraciones acerca de los
problemas antedichos, sin que éstas coincidan en absoluto.
Oír lo que expone Yolanda Bel, portavoz del Gobierno,
nada tiene que ver con lo que cuenta Juan Manuel Doncel,
consejero de Fomento; y mucho menos con lo que dice
Francisco Márquez, titular de Hacienda.
Ante semejante lío, siempre perjudicial para la buena imagen
que ha de dar el Gobierno presidido por Vivas, se impone que
éste tome el mando de las operaciones, de una vez por todas,
para ir salvando todos los obstáculos que se le han ido
poniendo a su proyecto. Puesto que hay momentos donde
delegar en los demás es un inconveniente. Sobre todo ahora
que el delegado del Gobierno, Jenaro García-Arreciado,
se ha manifestado con claridad meridiana: invitando al
presidente de la Ciudad a resolver ‘de una sola vez’ todos
los ‘asuntos pendientes’, relacionados con los solares que
desean las dos administraciones. Así se las ponían a
Fernando VII... Es conveniente, pues, prescindir de los
animadores y sentarse a negociar.
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