En esa época, aproximadamente en 1966, y aunque algunos no
terminen de creérselo, por Miguel Muruve Pérez, se comienza
a consolidar la cuadrilla de costaleros “hermanos” del paso
de la cofradía del Gran Poder. Si bien el proyecto no llego
a cuajar hasta años más tarde, lo cierto es que la semilla
estaba plantada e iba a dar sus frutos. El palio, por otro
lado, seguiría arrastrándose por las calles de Sevilla
muchos años más.
No obstante, es la cofradía de los Estudiantes, con su
imponente Cristo de la Buena Muerte, la primera en hacer
Estación de Penitencia a la Catedral hispalense con una
cuadrilla de costaleros formada en su integridad por
hermanos.
El peligro para las cofradías y, por ende, para la Semana
Santa, estaba empezando a disiparse. La de las aguas, de la
parroquia de El Salvador, en mayo de 1972, cuyas andas
estaban al frente de Luis León Vázquez, es la primera que
consolida una cuadrilla de costaleros gratuitos formada por
hermanos de la del Amor y de la Pasión.
En este tema de quien fue la primera cofradía en tener una
cuadrilla completa formada por hermanos costaleros debemos
de dejar las cosas muy claras y darle a cada cual lo suyo.
La idea en un primer momento fue de la del Gran Poder, como
ya apuntamos antes, si bien el proyecto no se consolidó más
bien porque la mayoría de los costaleros eran profesionales
dado que la cofradía no confiaba en los hermanos por su
falta de “carne” (fuerza). Eso fue en 1965.
En 1972, la de las aguas, por vez primera, saca a la calle
un paso llevado íntegramente por costaleros hermanos, pero
eso fue en una procesión de gloria, no en Semana Santa,
hecho este que hizo que al evento no se le diera la
consideración merecida.
En ese mismo año y mes de 1972, Javier Falconde Macías como
capataz dirige el paso, muy pesado por cierto, de una Cruz
de Mayo, también en su totalidad formado por costaleros
hermanos.
La de los Estudiantes, no obstante, en 1973, se adelanta a
todas al poner en la Semana Santa de ese año el paso del
Cristo de la Buena Muerte en la calle portado en su
totalidad por costaleros hermanos. Fue por eso la que se
llevó la gloria de ser la primera en poner un paso en la
calle durante la Semana Santa cuya cuadrilla de costaleros
estaba compuesta en su totalidad por “no pagados”.
Pese a todo, y si bien el asunto parecía estar resuelto, las
cosas no iban a ser tan fáciles.
Efectivamente, los capataces, los buenos, los de verdad, los
tradicionales que aún quedaban intuyen el peligro que no era
sino otro que el de quedarse sin trabajo. Tal y como habían
hecho las cofradías, reaccionan y, ante la evidente falta de
costaleros a la que ya antes aludimos motivada en gran parte
por la retirada de capataces de prestigio que arrastro la de
aquellos, buscan personal en los pueblos limítrofes a
Sevilla a fin de completar sus cuadrillas.
Craso error. Si bien el factor humano se solventó,
abaratando incluso los salarios, no es menos cierto que lo
hizo en pos de la calidad. Los hombres, sobrados de fuerza
e, incluso, en la mayoría de los casos, de afición,
desconocían de lejos la técnica y el oficio que se requiere
para sacar un paso de Semana Santa en Sevilla.
La calidad era ínfima. No sabían andar ni moverse bajo los
pasos. Los petardos en la calle eran habituales y se
sucedían uno tras otro. El problema con los costaleros
seguía latente en la Semana Santa y la gente incluso,
haciendo de tripas corazón, optó por marcharse a la playa en
esas fechas ante el patético espectáculo que ofrecían los
pasos en las calles. Las “bullas” se acabaron.
Hasta hubo cuadrillas que, llegados los pasos de la cofradía
a la Santa Iglesia Catedral, se disolvieron, marchándose
cada uno a sus casas porque pensaban que allí terminaba la
Estación de Penitencia y la procesión.
El que esto escribe ha vivido esos tiempos, y cierto es que
ha podido observar, en multitud de ocasiones y durante
bastantes años, el discurrir de cofradías por calles en
solitario. Pasión, Mortaja, San Isidoro e, incluso las de la
Madrugada como Gran Poder, Macarena o Esperanza podían ser
perfectamente observadas, de cerca y durante largo rato, sin
estrecheces, agobios ni “bullas”. Colocarse delante de los
pasos durante el tiempo que uno quisiera era tarea nada
complicada. Se podía hablar perfectamente y sin demasiados
problemas con los contraguías, e incluso con los capataces,
puesto que, entre otras cosas, no tenían demasiado trabajo
con las andas en calles desiertas.
Tampoco las calles estaban cortadas por todos lados como
sucede ahora ni repletas de sillas y palcos. Incluso la
Catedral se encontraba abierta toda la tarde durante le
discurrir de las procesiones del día, pudiendo verlas en su
interior si así se le antojaba a uno.
Vista la situación, y ante las causas coyunturales,
económicas y sociales que la habían originado, y también
porque la Semana Santa en la calle no ha dejado jamás de
tener su cierto grado de espectáculo bien entendido, que
para nada se daba, sino más bien todo lo contrario, las
cofradías optan por comenzar a prescindir paulatinamente
para sacar sus pasos a la calle de las mal denominadas en
esa época cuadrillas de profesionales (estas habían
desaparecido tiempo atrás con la retirada de sus capataces
de toda la vida o tradicionales), y comienzan a fijar sus
ojos, no sin cierto interés malsano, en sus hermanos de
mayor juventud.
Es posible que las cofradías, si no todas si su gran
mayoría, siguieran aún en aquella época despreciando la
figura del costalero. Pero lo cierto es que lo habían pasado
francamente mal, sus economías no eran nada boyantes, los
pasos cada vez pensaban más, y por fin, ahora, la ocasión
para controlar y asegurar de una vez por todas el tema de
los de abajo se les pintaba más que favorable y no pensaban
de ninguna de las maneras desaprovecharla.
Desde luego la idea no podía ser mejor. Era mano de obra no
ya barata sino gratuita de la que iban a disponer las
cofradías para portar sus pasos; pero, es más, y en el colmo
de la perfección recaudatoria, los hermanos costaleros
debían satisfacer su cuota anual a la hermandad y pagar
además la papeleta de sitio el día de la salida procesional.
El negocio era redondo. Una vez más en la historia de las
cofradías, estas habían conseguido darle la vuelta de manera
muy favorable para sus intereses a una situación que las
amenazó de manera seria y preocupante durante bastantes años
y que les costó mucho dinero, disgustos y quebraderos de
cabeza. El espíritu de supervivencia que las caracteriza
había vuelto a ser puesto en práctica de manera eficaz y
dado convenientemente sus resultados.
Tenían aún, no obstante, un serio problema que resolver:
carecían en su nómina de hermanos de capataces con
experiencia y valía que pudiesen llevar a cabo el ingente y
complicado trabajo que requería enseñar a caminar bajo los
pasos a hermanos que jamás se habían colocado bajo una
trabajadora, inexpertos hasta el extremo de que no sabían ni
hacerse la ropa y que desconocían de lejos el oficio, entre
otras cosas, porque nunca lo habían ejercido.
Si bien la papeleta era complicada de resolver, otra vez,
las cofradías tienen mucha suerte, y lo hacen con nota.
Sabedoras de que los pocos capataces antiguos de prestigio y
valía que quedaban aún en Sevilla, aficionados como el que
más, eran bastante reacios a dejar los martillos de los
pasos, menos aún en manos de cualquier “majareta”, les
proponen hacerse cargo de la ingente y complicaba labor, no
dudando estos en aceptarla sin poner apenas condiciones,
también u n poco por el miedo que les suponía quedarse sin
el trabajo que tanto les gustaba y por el que tanto amor y
afición sentían. Así pues, otro problema, y por cierto de no
poca enjundia, resuelto a satisfacción.
Hombres expertos y curtidos delante de las andas
procesionales se harían cargo, en muchos casos de manera
gratuita, del notable trabajo de formar, igualar, aleccionar
y enseñar a caminar bajo los pasos de Semana Santa de las
cofradías sevillanas a cuadrillas integradas por hermanos
costaleros que no tenían ni la más mínima idea de cómo
hacerlo. Superado, pues, el pánico que un primer momento a
las cofradías les había provocado tener que sufrir una
situación anormal e injusta, y de muy mala solución, estas
vuelven a tomar las riendas del cotarro.
Efectivamente, capataces de la talla de Salvador Dorado
Vázquez “El Penitente” o Luis León, tomaron la
responsabilidad de formar y sacar adelante cuadrillas que
debían portar los pasos de cofradías de la envergadura de la
Buena Muerte (Estudiantes), las Penas de San Vicente, las
Siete Palabras o el Amor, por citar unas pocas. Por otro
lado, Domingo Rojas hacía lo propio con Santa Marta y Pepe
Luque, con notable acierto, se encargaba de sacar adelante
con cuadrillas mixtas palios tan complicados y de notable
peso como el de las Penas.
Los Ariza, por su parte, tampoco se quedaron atrás y
supieron adaptarse con acierto a los tiempos que corrían,
más en un desesperado intento de salvar algo por lo que
tanto habían luchado que por el simple afán de protagonismo
o el permanecer, sin más y de cualquier manera, al frente de
martillos tan anhelados y codiciados por otros que, como
buitres al acecho de la carroña, esperaban que el “tinglado”
se viniera definitivamente abajo y sacar así tajada en el
momento más oportuno. Los Ariza, por fortuna para ellos y
para las cofradías, se quedaron con el Gran Poder, la O, la
Soledad de San Lorenzo, San Esteban y, más tarde, con los
Estudiantes.
En esos tiempos, también por fortuna, irrumpen con nuevas y
brillantes ideas capataces como Carlos Villanueva, hijo de
Manuel, Alberto Gallardo, Javier Fal Conde, tutelado siempre
por el gran aficionado Rafael Salvatella, Jesús Basterra,
Alejandro Ollero, los Recaí o Antonio Santiago, hijo del
entrañable Manolo.
La calma, siquiera por los difíciles momentos sufridos por
todos, parece instaurarse de nuevo en las cofradías y, por
ende, en la Semana Santa y, aún de manera momentánea, las
aguas parecen volver a su cauce, aunque los problemas, si
bien no tan graves y preocupantes como los padecidos
anteriormente, van a seguir produciéndose unos cuantos años
más, como veremos después.
Al año siguiente, 1973, de la salida en procesión de gloria
de la cofradía de las Aguas, mandada por Luís León Vázquez,
sale, ya en Semana Santa, y con su cuadrilla de costaleros
hermanos, la del Amor, yendo al frente de ella este mismo
capataz. En 1975 son seis pasos más los que se suman al
innovador invento; tres lleva Ariza: la O, San Esteban y el
Gran Poder; la Vera Cruz hace lo propio de la mano de Javier
Fal Conde, primer capataz hermano.
El futuro parecía estar garantizado, aunque había que
manejarse con extremo cuidado. Durante 1978 y 1979 son 45
los pasos que debutan en la calle con hermanos costaleros, a
los que hay que unir los que ya lo hacían anteriormente,
otros 24. La época de los profesionales mal entendidos acabo
ya. Sevilla, y sus cofradías, en menos de seis años,
supieron darle la vuelta a una situación harto complicada y
comprometida, que amenazó de manera muy seria la propia
supervivencia de los costaleros bajo los pasos de Semana
Santa.
La afición, verdadera fuera motriz de los costaleros, ya
estuviesen formando parte de cuadrillas mixtas,
profesionales puros o antiguos, neoprofesionales,
aficionados, hermanos o aquellos que iban por promesa un
tanto ajenos a este verdadero galimatías de nombres y
denominaciones, es la única que ha sabido dar forma y
sentido a una actitud ante la vida que no se comprende si no
es con la Fe para con “quienes se llevan arriba”.
Pero, aún así, los problemas iban a seguir surgiendo; y por
razones muy sencillas y que se veían venir de lejos ya que
eran más que predecibles.
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