Juan Vivas sigue siendo el
político mejor valorado y más estimado por los ciudadanos. Y
es así, a pesar de que fue presidente por accidente; como
bien recordaba, días atrás, alguien que conoce perfectamente
las causas que propiciaron su llegada a la presidencia.
También uno, y sin ánimos de darse pote, está enterado de
cómo se fue gestando la decisión de convertir a Vivas en
candidato a la presidencia, mediante el voto de censura al
GIL, por más que en el Partido Popular los había convencidos
de que estaban más capacitados para acceder al cargo.
Los convencidos de que gozaban de más atributos que Vivas
para ser presidentes no dudaron, en su momento, de cortarle
un traje en Madrid. Manifestando su desconfianza hacia él y
destacando lo que ellos veían como carencias graves, a la
par que le reconocían unos méritos cual funcionario que poco
o nada le valdría como político.
En aquellos momentos, 10 de febrero de 2001, día de la toma
de posesión de Vivas como presidente de la Ciudad, ni
siquiera Javier Arenas confiaba en él. Debido a que
había sido intoxicado por una descripción del candidato como
poco capaz de afrontar una labor que ya se había llevado por
delante a dos presidentes: ambos apeados de la poltrona por
votos de censura.
Sí, ya sé que me repito en este asunto; pero lo que nadie me
puede negar es que yo pude escuchar atentamente, en la
Cafetería Real, la conversación mantenida entre Arenas,
González, Olivencia y Reina, por aquel
entonces secretario de Estado. Existía la duda de si Vivas
iba a dar la talla como presidente. Lo cual, bien visto,
entraba dentro de lo lógico. Puesto que no era lo mismo ser
el mejor y más acreditado asesor de los políticos, como
funcionario preparado e influyente, a convertirse, de la
noche a la mañana, en el Presidente de la Ciudad.
Lo que no me gustó, de aquella conversación, fueron las
bromas innecesarias con relación a Vivas, del Niño Arenas
metido en su papel de señorito guasón y con la burla
brillándole en los ojos. En su descargo, conviene decir
cuanto antes, que amén de que le habían contado un mal rollo
acerca de la personalidad de Vivas, él no le había tratado
lo suficiente. Más bien no le había tratado nada.
Sin embargo, contra pronostico de esos dirigentes del PP que
lo veían como un advenedizo en el mundo complejo de la
política, Vivas no sólo dio la talla en su quehacer
presidencial por accidente, sino que consiguió un respaldo
en las urnas jamás visto en esta tierra. Y por dos veces.
Triunfos tan sonados llamaron la atención en la calle
Génova. Y el propio Arenas, antes tan repleto de
incertidumbres, propagó entre los gerifaltes del partido,
con enorme satisfacción, las extraordinarias maneras de
hacer política de su ahijado. Dado que él se consideraba ya
un padrino afortunado de la ceremonia de investidura de un
Vivas que los había sorprendido a todos.
Creo que viene a cuento lo relatado, porque de haber ganado
el PP las elecciones generales, posiblemente estaríamos
hablando ahora de un Vivas que tendría que decidir entre
continuar en su cargo o aceptar un ministerio propuesto por
Rajoy. Y esa situación habría multiplicado el
sufrimiento de los envidiosos. Quienes, con empecinamientos
enfermizos, no cejan de atentar contra el presidente de la
Ciudad. Favoreciendo intereses decanos.
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