La Semana Santa toca casi a su
fin, digo casi porque en Catalunya aún tendría, si no
estuviera jubilado, fiesta el lunes y eso que estoy en mi
tierra.
Una de las poquísimas veces que me he acercado a un templo
para presenciar la salida del paso ha sido en la Iglesia de
Nuestra Señora del Valle, allá por la calle Brull aunque el
paso sale por Cortadura del Vallle. Ignoro quién o a qué se
debe el nombre de la calle, me refiero a la calle Brull,
porque de lo único que se es que ese nombre pertenece al
topónimo de un pueblo catalán de la comarca de Osona, en la
provincia de Barcelona, ubicado en una localización
privilegiada, en la parte superior de un valle formado por
la montaña del Matagalls y del Pla de la Calma y como está a
unos 800 m de altitud, da unos planos fotográficos de la
zona dignos de plasmar, pues en el horizonte se divisa parte
de los Pirineos, la montaña de Montserrat y La Mola. Ignoro,
repito, si es por ese pueblo del que recibe el nombre la
calle.
Bueno, a decir verdad la salida del paso del llamado
Santísimo Cristo de la Paz y María Santísima de la Piedad no
me ha producido ninguna emoción. Soy así, por lo que no
esperen hipocresía por ningún lado. Mas bien he contemplado
el acto como contemplo el traslado y paseo de estatuas,
muchas he visto a lo largo de mi vida en el mundo cultural
de los museos barceloneses, y no consigo relacionar ese
espectáculo lugareño con las virtudes celestiales de la
religión. Tal vez sea un gran pecador y no me merezca la
gracia divina… ¿qué le vamos a hacer?, aunque tampoco creo
en eso de “ego te absolvo” ya con un pie en la tumba.
No crean que vengo con ánimo de polémica, respeto y mucho
las creencias de cada cual y solo plasmo la opinión personal
de quién está a vuelta de hoja.
Siguiendo el hilo narrativo, he continuado con la
observación de la salida desde la iglesia de los Remedios de
los pasos correspondientes al Cristo de la Buena Muerte y
Nuestra Señora del Mayor Dolor. Más de lo mismo, observo
ésta vez a la gente y noto un pequeño fervor tamizado, más
patente en las personas mayores sobretodo mujeres, y los
aplausos que sonaron, creo, que serían dedicados a los
sufridos costaleros en su esfuerzo por sacar del templo las
pesadas moles que otra cosa.
Ya en la carrera oficial, apenas pude seguir el resto de la
procesión a causa de que mi hijo pequeño se estaba
impacientando por regresar a casa. Por lo que cogí el
portante y nos largamos. Antes, empero, quisimos cenar en el
bar que nunca más volveré a pisar. Un bar cuyo dueño se cree
Napoleón Bonaparte, y de hecho lo es en el sentido
paranoico. Un tabernero faltón y que cree que por tener
confianza puede faltar gravemente a las personas. Un
tabernero que no tiene ni pizca de cerebro para insultar a
quién sólo le está pidiendo una bebida, si tan agobiado de
trabajo es enteramente por su culpa, es su trabajo, no la de
los clientes. Eso no le autoriza a insultar como insultó a
unos clientes que nunca, seguro, nunca le han ofendido de
ninguna de las maneras.
En ese bar he coincidido con la portavoz del Gobierno local,
he coincidido pero no he cambiado palabra alguna con ella.
Obviamente no me puedo dirigir a quién no conozco
personalmente y no me ha sido presentada. Solo lo plasmo
como una anécdota de las muchas que he vivido. Lo malo de
todo ello es la postura del tabernero. Ya es, desde ahora,
un perfecto desconocido para mí. Y malo por más señas. Su
taberna, bar, mesón o como se llame está desde este momento
tachado de mi guía, espiritual por más señas.
Como la cosa se estaba poniendo tan fea y la vergüenza ajena
me invadía por momentos, en un frenazo para reprimir mi
tendencia natural a replicar, por no querer hacer una escena
pueblerina de baja estofa, opté por irme a otro bar-restaurante,
que está en pleno paseo de La Marina, donde nos sirvieron de
manera exquisita y extremadamente educada, a pesar de que
había tanta gente que quedaban fuera del foro.
En fin, que he pasado un Viernes Santo como si hubiera sido
un viernes simple. El fervor religioso hace tiempo que dejó
de rondar por mi alrededor, y mis conversaciones con Cristo
siguen su curso, afortunadamente, todas las madrugadas sin
importar si son o no fiestas de guardar. Entre Él y yo
existe una camaradería difícil de encontrar en el mundo
terrenal y lo que hablamos, obviamente, es cosa íntima de
uno que no puedo ni quiero hacer pública. No pertenezco al
ramo del sensacionalismo ni creo en los milagros… menos aún
si los que lo hacen eran guerreros antes que santos por la
gracia de la Iglesia.
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