La Policía no sabe si miente y, en caso afirmativo, porqué
lo hace. Todo en él parece real, y así lo confirman fuentes
policiales, si no fuera por lo que cuenta.
La verdadera identidad de Mohamed [nombre ficticio], de 27
años, responde a las iniciales A. K. A los 20 entró en el
Ejército marroquí, donde contaba con escalar rápidamente
gracias a su formación universitaria no completada. Oriundo
de la zona de Fez, fue destinado al Sáhara y el invierno de
2005, cuando, desesperados, los inmigrantes subsaharianos
decidieron asaltar por cientos los perímetros fronterizos de
Ceuta y Melilla, formó parte del contingente de centenares
de soldados que Rabat decidió enviar a los alrededores de
ambas ciudades para colaborar con España en su control
fronterizo.
Con su ansiado ascenso paralizado y después de ver en
Castillejos que había otra forma de ganarse la vida con
cierta holgura currando en Ceuta, el 16 de enero de 2007
decidió colgar las botas militares y hacerse pintor, oficio
que ejerce en la ciudad española.
Hace “diez o doce días”, en su itinerario habitual desde la
frontera, a la altura de la Almadraba, un Volkswagen Golf
negro con cuatro hombres a bordo paró a su lado. Uno de
ellos, al que le pareció recordar de haberse cruzado “alguna
vez” con él en Castillejos le llamó por su nombre y le
ofreció llevarle. Aunque no acierta a justificar por qué
aceptó subir a un coche en el que inexplicablemente estaba
todo su historial militar el caso es que lo hizo.
Sus nuevos acompañantes, siempre según su versión, le
llevaron hasta San Amaro y allí, en el mismo sitio donde el
autobús urbano se da la vuelta y regresa al centro, pararon.
“Me enseñaron un kalashnikov plegable, un mortero y una
bolsa con un polvo raro [supuestamente dinamita] y me
dijeron que podría ganar mucho dinero si aceptaba ir a
España para cometer un atentado [con un mortero] contra
alguien que no me especificaron en Madrid”, explica Mohamed,
que rehusó con excusas vagas darles una respuesta
definitiva.
Los cuatro hombres, que decían ser dos argelinos, un
marroquí y un español [el afirma que dentro del vehículo vio
tres pasaportes que, por su color, le parecieron españoles],
le devolvieron al centro y una vez allí Mohamed decidió
contarlo todo. Cuanto antes. Tanta prisa tenía que paró a
una patrulla en La Marina y les soltó la historia.
Perplejos, como corroboran desde la Policía Local, los
agentes le llevaron a la Jefatura Superior de la Nacional,
donde repitió lo mismo. Fuentes policiales han explicado
que, al principio, tuvieron dudas razonables. Pocos días
antes un vehículo con las mismas características se había
saltado un control.
Los agentes le mostraron las fotografías de sus ocupantes
mezcladas con varias más sin relación alguna. Mohamed
asegura que identificó a uno de los que le habían hecho la
oferta, pero en realidad erró. “Trasladamos su denuncia a
Madrid y al juez, pero no se le ha dado mucha credibilidad”,
afirman fuentes cercanas a la investigación que saben que el
ex militar, cuya especialidad o destino en las Fuerzas
Armadas del país vecino dice no poder revelar, se lo ha
contado todo a todo el mundo: a la Local, a la Nacional, al
CNI, a las Fuerzas de Seguridad marroquíes, a los medios...
No obstante, los efectivos policiales que le recibieron en
Colón no quisieron perder del todo la pista del ex militar,
ahora pintor, que dice haber visto una bolsa llena de
billetes en el Golf negro, y uno de ellos le facilitó su
teléfono móvil personal para que le advirtiese de cualquier
novedad.
“El dinero no es problema y te podemos poner al día
siguiente en cualquier país de Europa”, le dijeron los
presuntos terroristas, en los que no vio ningún atisbo
externo de integrismo religioso. Sin barbas, bien vestidos,
elegantes... “Mafiosos”, dice, aunque recuerda que entre
ellos se llamaban hajj, el apelativo que merecen los
musulmanes que han ido en peregrinación a La Meca.
En realidad a Mohamed cuando le pararon en la Almadraba le
parecieron agentes secretos marroquíes de esos que siguen la
pista de los soldados que abandonan su Ejército hasta un año
después, indagando en si visitan mucho unas mezquitas u
otras, en si frecuentan malas compañías...
Pero no. El sábado pasado, recibió otra llamada en su
teléfono móvil de los mismos sujetos conminándole a
encontrarse en la única cafetería que existe en todo el
Paseo del Revellín. Imposible seguir esa pista para un
cualquiera: “Número privado”, responde cuando se le pregunta
por los dígitos de la llamada entrante.
Según su testimonio, nada más recuperar el contacto con los
supuestos terroristas telefoneó al agente que le atendió en
la Jefatura Superior, por donde está confirmado que pasó,
pero su enlace policial se encontraba de vacaciones.
El Estrecho, en moto acuática
Tampoco acierta a dar una versión plenamente convicente de
por qué volvió a asistir a la cita, pero cuando se encontró
con ellos el grupo, esta vez con sólo tres de ellos, había
decidido apretar el acelerador. “Me dijeron”, relata con
aparente tranquilidad, “que ellos cruzarían el Estrecho al
día siguiente y que yo [como residente en la provincia de
Tetuán puede entrar en Ceuta sin visado, pero no cruzar a la
península] debía hacerlo en una moto acuática en la que me
llevaría un argelino”.
Atrapado, Mohamed recurrió a su mujer y a su familia para
darles largas. Que si su esposa estaba sola, que si tenía
que arreglar muchas cosas antes de irse. “Me insistieron en
que el dinero no era problema, que se podía arreglar todo,
que no pasarían necesidades”, rememora sin dudar ni un
instante. “Les dije que si me habían estado buscando y
esperando tanto tiempo podían darme varios días más y
acabaron diciéndome que me llamarían esta semana o la
siguiente”, afirma.
Pero, aún siendo verdad todo lo que dice, lo cual sería
ponerse en el peor de los casos, ¿por qué lo cuenta? ¿Por
qué no ha optado por desaparecer del mapa, callarse, decir
que no, hacerse el tonto, el tuerto, el incapaz? “Estoy
seguro de que me buscan por mi experiencia militar”,
argumenta cuando se le interroga por su aparente arrojo,
aunque lo más que se le puede sacar al respecto es que era
“experto” en armamento, conocimientos que exhibe cuando
diserta sobre los diferentes tipos de fusiles Kalashnikov
existentes.
“Si se ha montado una película no entendemos para qué”,
asumen fuentes policiales al ser preguntadas sobre qué
interés podría mover al joven a inventarse algo así. “Sólo
quiero que se sepa la verdad”, asegura él mientras enlaza un
cigarrillo con otro y espera (¿teme?) otra llamada para
convertirle en un terrorista mercenario.
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