Hablar de capataces, costaleros y de todo aquello que rodea
a tan apasionante y atractivo mundo como es el del martillo
y la trabajadera, pero, no por ello, menos complejo,
variopinto, técnico y desconocido, sería, en tan pocas
líneas, prácticamente misión imposible y abocada al fracaso.
Por ello, y en atención al lector y a su entretenimiento y
comprensión, se ha optado por resumir y simplificar todo lo
posible la labor que nos ocupa, prescindiendo o reduciendo a
la mínima expresión, tecnicismos, fechas o datos que puedan
dar origen a la confusión o la polémica en el lector,
procurando y primando ante todo acercar el mundillo de todos
aquellos que han sacado, y lo siguen haciendo, los pasos de
nuestra Semana Santa tanto a los neófitos como a los que no
lo son tanto.
Es esta, pues, la modesta historia, brevemente contada, del
martillo y la trabajadera, desde los tiempos antiguos hasta
nuestros días, de los pasos de la Semana Santa de Sevilla.
Introducción
El Diccionario Cofrade, del reciente y tristemente fallecido
Juan Carrero Rodríguez, obra de inexcusable referencia para
todo lo relacionado con la Semana Santa, define al costalero
como persona que soporta sobre su cerviz las andas de
nuestras procesiones.
Llegando aún más lejos, aunque creo no muy acertadamente,
Antonio Burgos, en su Folklore de las Cofradías de Sevilla,
lo define como alma de la cuadrilla y de la Semana Santa.
Sin dejar de lado el vital protagonismo que tanto el capataz
como los costaleros tienen en la Semana Santa, no creo deba
llegarse a esos extremos de dependencia de la Semana Santa y
de las cofradías con respecto a ellos dado que, además de
ser tremendamente injusto para tantas personas, igualmente
imprescindibles para la Semana Santa, que con su trabajo,
antes, durante, y después de la Estación de Penitencia
logran que esto sea y siga siendo lo que es, con sus
virtudes y defectos, podría esa dependencia y mimo extremos
de las cofradías para con los capataces y los cofrades
llevarnos a situaciones no deseadas, pero que por desgracia
se están produciendo más de la cuenta, en las que los
capataces, e incluso la propia cofradía, se encuentran
atados de pies y manos ante cuadrillas dominadas por
supercostaleros que, pese a desconocer el oficio en la
mayoría de los casos, imperan en aquella e imponen su
criterio, otorgándose el papel de perdona cofradías o salva
capataces, logrando desuniones y tensiones a veces
irreparables.
Tampoco nos valdría, por excesivamente técnica y localista,
aquella que nos dice que costalero es aquel que porta los
pasos de procesiones de Semana Santa con un costal, ya que
son muchas las ciudades de España en las que los porteadores
de los pasos no utilizan tal utensilio.
Igualmente debemos desechar aquellas definiciones de
costalero como las que, al estilo del querido padre Cué, en
su libro Como llora Sevilla, hacen del costalero un
personaje lleno de dolor y sufrimiento, amargado y deshecho
por el insoportable esfuerzo de portar las andas bajo su
cerviz, que deja tras de sí, en las calles, regueros de
sudor y sangre, aprisionado por el costal a modo de yugo
insufrible entre la dura trabajadera que, en vez de madera,
lo es de espinos como la corona de Cristo y que no hace sino
exacerbar el insondable peso, porque, lo cierto es que el
costalero, fuera de cualquier duda, es una persona que
disfruta con su trabajo.
Como me dijo en una ocasión un viejo costalero: “A la
trabajadera, primero la odias; después, te acostumbras a
ella; al final, ¡la amas!”.
Y es que bajo un paso de Semana Santa el tiempo pasa tan
despacio que al final te ahoga, ¡pero no importa!
El capataz
En cuanto al capataz, y para no extendernos más de la
cuenta, entre otras porque su definición es menos complicada
y dada a divagaciones poéticas, podríamos decir que es
aquella persona encargada de formar, enseñar y mandar una
cuadrilla de costaleros con el fin de que porten, y paseen,
los pasos de una cofradía.
Los orígenes de capataces y costaleros son tan remotos y
oscuros como el de las propias cofradías. No podemos obviar,
además, que Jesucristo fue el primer costalero de nuestra
Era, ya que cargó con la propia Cruz a cuestas, y el soldado
romano que le precedía e indicaba el camino a seguir, el
primer capataz. En todas las épocas ha habido procesiones o
manifestaciones religiosas en las cuales unos, de formas
diversas, según los tiempos y costumbres, han cargado con el
peso, y otros, los han dirigido y guiado.
Asimismo, y para el tema que nos ocupa, es interesante
reseñar el poco o nulo testimonio escrito que de aquellas
épocas más o menos remotas tenemos, hecho este que nos lleva
irremisiblemente a valernos de publicaciones y datos
referentes a las hermandades de penitencia de Sevilla,
únicas, por desgracia, de las cuales se han realizado
numerosos y documentados estudios acerca de este entretenido
asunto de capataces y costaleros, todos, o al menos su
mayoría, aparecidos a partir de los años ochenta de la
última centuria del pasado siglo XX.
No obstante, y dado que, indiscutiblemente, y ahora ya por
fin reconocido de manera unánime por los cofrades y
cofradías ceutíes, que el estilo y maneras de portar los
pasos de la Semana Santa de Ceuta no es otro que el
sevillano, lo aportado en tales estudios acerca de la Semana
Santa de Sevilla puede servirnos, siquiera de manera
comparativa y como referencia, para la nuestra, entendido
esto siempre sin ánimo de polemizar ni crear esas
comparaciones tan odiosas que se dan entre una Semana Santa
y otra, puesto que ninguna es mejor o peor, simplemente pasa
que, manteniendo todas elementos básicos y comunes que a
nadie se le escapan, cada una, por unas u otras razones, ya
sean de índole histórica, de aumento o descenso de población
por enfermedades o epidemias, de tradición, el haber sufrido
o no reveses económicos más o menos graves por guerras,
desamortizaciones... han seguido en sus largas andaduras
caminos de mayor o menor pujanza y brillantez que unas sí
han sabido mantener y otras no.
El ayer
El origen de la gente de abajo y de quienes los mandan es
remoto y debe ser datado con el del propio inicio de las
cofradías y hermandades. Debemos recordar que, en un
principio, las procesiones de Semana Santa en España
consistían en un cortejo de personas más o menos organizado
en el cual se portaba únicamente una cruz, a modo de las que
en la actualidad denominamos parroquiales, y que se dirigían
a una iglesia determinada o a un monumento religioso
concreto a fin de dar culto público y externo tal y como
ordenaban las Reglas Fundacionales de la cofradía.
En tales procesiones, tal y como nos apuntan historiadores
de la talla de Bermejo y Carballo en su libro Glorias
Religiosas de Sevilla; el abad Alonso Sánchez Gordillo en
Religiosas Estaciones, que frecuenta la religiosidad
sevillana; Félix González de León en su Historia Crítica y
Descriptiva de las Cofradías de Penitencia, Sangre y Luz
fundadas en la ciudad de Sevilla; Diego Ortiz de Zúñiga en
los Anales Eclesiásticos y Seculares de Sevilla y Alonso
Morgado en su obra Historia de Sevilla, estas
manifestaciones públicas y externas de fe se limitaban a un
cortejo de personas que desfilaban tras un sacerdote que
portaba un crucifijo, que abría la procesión.
Algunos hermanos llevaban en sus manos lienzos, cuadros o
cartelas con motivos pasionistas, no conociéndose,
evidentemente, la figura ni del capataz ni del costalero,
puesto que no eran necesarios.
La evolución de tales procesiones hasta como las conocemos
en la actualidad es obvia por patente, pero no larga,
progresiva y compleja.
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