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OPINIÓN - JUEVES, 20 DE MARZO DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Costal nuestro de cada día (I)

Por Francisco Cerro Muro


Hablar de capataces, costaleros y de todo aquello que rodea a tan apasionante y atractivo mundo como es el del martillo y la trabajadera, pero, no por ello, menos complejo, variopinto, técnico y desconocido, sería, en tan pocas líneas, prácticamente misión imposible y abocada al fracaso. Por ello, y en atención al lector y a su entretenimiento y comprensión, se ha optado por resumir y simplificar todo lo posible la labor que nos ocupa, prescindiendo o reduciendo a la mínima expresión, tecnicismos, fechas o datos que puedan dar origen a la confusión o la polémica en el lector, procurando y primando ante todo acercar el mundillo de todos aquellos que han sacado, y lo siguen haciendo, los pasos de nuestra Semana Santa tanto a los neófitos como a los que no lo son tanto.

Es esta, pues, la modesta historia, brevemente contada, del martillo y la trabajadera, desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, de los pasos de la Semana Santa de Sevilla.

Introducción

El Diccionario Cofrade, del reciente y tristemente fallecido Juan Carrero Rodríguez, obra de inexcusable referencia para todo lo relacionado con la Semana Santa, define al costalero como persona que soporta sobre su cerviz las andas de nuestras procesiones.

Llegando aún más lejos, aunque creo no muy acertadamente, Antonio Burgos, en su Folklore de las Cofradías de Sevilla, lo define como alma de la cuadrilla y de la Semana Santa. Sin dejar de lado el vital protagonismo que tanto el capataz como los costaleros tienen en la Semana Santa, no creo deba llegarse a esos extremos de dependencia de la Semana Santa y de las cofradías con respecto a ellos dado que, además de ser tremendamente injusto para tantas personas, igualmente imprescindibles para la Semana Santa, que con su trabajo, antes, durante, y después de la Estación de Penitencia logran que esto sea y siga siendo lo que es, con sus virtudes y defectos, podría esa dependencia y mimo extremos de las cofradías para con los capataces y los cofrades llevarnos a situaciones no deseadas, pero que por desgracia se están produciendo más de la cuenta, en las que los capataces, e incluso la propia cofradía, se encuentran atados de pies y manos ante cuadrillas dominadas por supercostaleros que, pese a desconocer el oficio en la mayoría de los casos, imperan en aquella e imponen su criterio, otorgándose el papel de perdona cofradías o salva capataces, logrando desuniones y tensiones a veces irreparables.

Tampoco nos valdría, por excesivamente técnica y localista, aquella que nos dice que costalero es aquel que porta los pasos de procesiones de Semana Santa con un costal, ya que son muchas las ciudades de España en las que los porteadores de los pasos no utilizan tal utensilio.

Igualmente debemos desechar aquellas definiciones de costalero como las que, al estilo del querido padre Cué, en su libro Como llora Sevilla, hacen del costalero un personaje lleno de dolor y sufrimiento, amargado y deshecho por el insoportable esfuerzo de portar las andas bajo su cerviz, que deja tras de sí, en las calles, regueros de sudor y sangre, aprisionado por el costal a modo de yugo insufrible entre la dura trabajadera que, en vez de madera, lo es de espinos como la corona de Cristo y que no hace sino exacerbar el insondable peso, porque, lo cierto es que el costalero, fuera de cualquier duda, es una persona que disfruta con su trabajo.

Como me dijo en una ocasión un viejo costalero: “A la trabajadera, primero la odias; después, te acostumbras a ella; al final, ¡la amas!”.

Y es que bajo un paso de Semana Santa el tiempo pasa tan despacio que al final te ahoga, ¡pero no importa!

El capataz

En cuanto al capataz, y para no extendernos más de la cuenta, entre otras porque su definición es menos complicada y dada a divagaciones poéticas, podríamos decir que es aquella persona encargada de formar, enseñar y mandar una cuadrilla de costaleros con el fin de que porten, y paseen, los pasos de una cofradía.

Los orígenes de capataces y costaleros son tan remotos y oscuros como el de las propias cofradías. No podemos obviar, además, que Jesucristo fue el primer costalero de nuestra Era, ya que cargó con la propia Cruz a cuestas, y el soldado romano que le precedía e indicaba el camino a seguir, el primer capataz. En todas las épocas ha habido procesiones o manifestaciones religiosas en las cuales unos, de formas diversas, según los tiempos y costumbres, han cargado con el peso, y otros, los han dirigido y guiado.

Asimismo, y para el tema que nos ocupa, es interesante reseñar el poco o nulo testimonio escrito que de aquellas épocas más o menos remotas tenemos, hecho este que nos lleva irremisiblemente a valernos de publicaciones y datos referentes a las hermandades de penitencia de Sevilla, únicas, por desgracia, de las cuales se han realizado numerosos y documentados estudios acerca de este entretenido asunto de capataces y costaleros, todos, o al menos su mayoría, aparecidos a partir de los años ochenta de la última centuria del pasado siglo XX.

No obstante, y dado que, indiscutiblemente, y ahora ya por fin reconocido de manera unánime por los cofrades y cofradías ceutíes, que el estilo y maneras de portar los pasos de la Semana Santa de Ceuta no es otro que el sevillano, lo aportado en tales estudios acerca de la Semana Santa de Sevilla puede servirnos, siquiera de manera comparativa y como referencia, para la nuestra, entendido esto siempre sin ánimo de polemizar ni crear esas comparaciones tan odiosas que se dan entre una Semana Santa y otra, puesto que ninguna es mejor o peor, simplemente pasa que, manteniendo todas elementos básicos y comunes que a nadie se le escapan, cada una, por unas u otras razones, ya sean de índole histórica, de aumento o descenso de población por enfermedades o epidemias, de tradición, el haber sufrido o no reveses económicos más o menos graves por guerras, desamortizaciones... han seguido en sus largas andaduras caminos de mayor o menor pujanza y brillantez que unas sí han sabido mantener y otras no.

El ayer

El origen de la gente de abajo y de quienes los mandan es remoto y debe ser datado con el del propio inicio de las cofradías y hermandades. Debemos recordar que, en un principio, las procesiones de Semana Santa en España consistían en un cortejo de personas más o menos organizado en el cual se portaba únicamente una cruz, a modo de las que en la actualidad denominamos parroquiales, y que se dirigían a una iglesia determinada o a un monumento religioso concreto a fin de dar culto público y externo tal y como ordenaban las Reglas Fundacionales de la cofradía.

En tales procesiones, tal y como nos apuntan historiadores de la talla de Bermejo y Carballo en su libro Glorias Religiosas de Sevilla; el abad Alonso Sánchez Gordillo en Religiosas Estaciones, que frecuenta la religiosidad sevillana; Félix González de León en su Historia Crítica y Descriptiva de las Cofradías de Penitencia, Sangre y Luz fundadas en la ciudad de Sevilla; Diego Ortiz de Zúñiga en los Anales Eclesiásticos y Seculares de Sevilla y Alonso Morgado en su obra Historia de Sevilla, estas manifestaciones públicas y externas de fe se limitaban a un cortejo de personas que desfilaban tras un sacerdote que portaba un crucifijo, que abría la procesión.

Algunos hermanos llevaban en sus manos lienzos, cuadros o cartelas con motivos pasionistas, no conociéndose, evidentemente, la figura ni del capataz ni del costalero, puesto que no eran necesarios.

La evolución de tales procesiones hasta como las conocemos en la actualidad es obvia por patente, pero no larga, progresiva y compleja.
 

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