Estupor, desorientación, incredulidad, perplejidad…, hastío
y decepción y no se cuantos más vocablos se nos han venido a
todos a la cabeza para definir una situación intolerable.
Intolerable porque todo el mundo sabe que es lo que pasa y
también todo el mundo sabe o por lo menos imagina, que la
cosa tiene que tener solución, pero nadie quiere dar el
primer paso.
Ya no sólo se trata de disuadir a cualquier ceutí de llevar
una vida normal, es decir, de hacer lo que hace todo el
mundo en cualquier parte de España: de coger el coche e irse
al pueblo de al lado a respirar relajadamente el fin de
semana o el puente, obligándonos a dejar las divisas en
Marruecos, al erigirse el vecino del sur en la única vía de
escape no prohibitiva. Se trata además y no sobre todo, pero
si además, de colocar a Ceuta a miles de kilómetros reales
de la península ibérica y de nuestros compatriotas, para
quienes llegar a Ceuta a pasar ese fin de semana relajante o
ese puente, es más caro que irse al Caribe. Y mientras tanto
podremos seguir yendo a ferias de turismo para promocionar
Ceuta, que aquí sólo vendrán aquellos a los que les paguemos
todo, hasta la intención de venir, turismo subvencionado, de
escaso valor.
Alguien tiene que hacer una profunda reflexión, para al
instante siguiente proponer grandes soluciones. Y decimos
alguien porque no se trata de identificar un único
responsable, que de tener que hacerlo diríamos claramente
que son las navieras, que viven de Ceuta y no se implican
nada con ella, aunque lo cierto es que no son los únicos que
muestran esta pauta de comportamiento, porque Ceuta tiene
mala suerte, como una amante malquerida a la que sólo se ama
para saquearla y después abandonarla.
Pero las distintas administraciones públicas, además de
“deleitarnos” con sus batallitas respecto de fiscalizaciones
sobre planes de empleo y viceversa, cosas que a nadie le
importan salvo a quien quiera seguir enchufando a almas
cautivas, como tampoco le interesa a nadie quién o a qué
huele la naftalina y, si apuramos, llegaremos a la
conclusión de que a la gente normal les importan un pito
Paco Antonio o Carracao, deberían esas administraciones
sentarse juntas para diseñar la forma definitiva de hacer
que Ceuta no sea un refugio inexpugnable, un desierto
indeseable y por el contrario fuese un destino deseado y una
playa abierta de verdad a todos, un lugar en el que sus
propios residentes se sintiesen privilegiados y nuestros
visitantes no tuviesen que sufrir una odisea financiera sólo
por pensar en visitarnos. O sea, además de un sitio bonito,
un sitio normal.
Tampoco deben los empresarios escaparse de recibir algún
reproche, incapaces como se han manifestado tradicionalmente
de hacer otra cosa distinta que la de pedir y pedir, como si
fuesen simples vecinos de Hadú o de Pedro Lamata y no
agentes económicos y principales beneficiarios o
perjudicatarios de una economía basada en el comercio y los
servicios, además de los funcionarios públicos.
Terminaremos estas breves reflexiones con una final: en este
mercado, por cuestiones morales, de justicia y de igualdad
de oportunidades, las administraciones públicas están
obligadas a intervenir. Si se siguen quedando impávidas,
habrán demostrado que no sirven para nada y, desde luego,
quien sea que arregle el problema definitivamente, obtendrá
el apoyo mayoritario del pueblo de Ceuta.
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