Me pregunto al ver esa multitud
que sale en procesión, o que se acerca a las procesiones,
que se afanan en multiplicarlas para contrarrestar a los que
quieren eliminarlas, que de todo hay en la viña del Señor,
si realmente siguen a Jesús en el camino de su pasión,
extendiendo la mirada a todos los que hoy sufren en el
mundo. Quizás haya que retornar a la autenticidad de lo que
representa procesionar las imágenes, para que despertemos
del letargo, de la dureza del corazón que muestran algunos
frente a tantos desconsuelos.
No me cuadra este espíritu mundano que me entra por los ojos
en cualquier esquina, insensible cien por cien, incapaz de
ayudar a sobrellevar la cruz a los que en la cruz viven, por
méritos propios o porque la misma sociedad se la ha
endosado, que no se gasta y se desgasta todas sus energías
en confraternizar clases sociales, jerarquías, etnias y
razas, religiones y políticas. Amando, en verdad, a ese
Jesús que procesiona, que también se sintió abandonado,
encontraremos el motivo y la fuerza para no huir de los
crucificados del mundo actual, sino para aceptarles y
tenderles una mano de consuelo.
Hasta el amor para que sea auténtico hay que vivirlo
intensamente, debe costarnos y debe producirnos afanes y
desvelos. Volver a la autenticidad de un Jesús que vive en
nosotros, en lo más profundo de cada ser humano, puede
ayudarnos a comprender mejor ese costado traspasado del
Redentor, fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de
Jesucristo y experimentar más a fondo su indescriptible
amor. La advertencia del Beato Angélico que “para pintar a
Cristo, hace falta vivir con Cristo”; tal vez, de igual
modo, para procesionar a Cristo haga falta vivir con Cristo.
Pienso que, si profundizamos en las pasiones que soporta el
mundo de hoy, se puede comprender, inclusive sin tener que
recurrir a la fe, que el Dios que asumió el rostro humano,
el Dios que se encarnó, que tiene el nombre de Jesucristo y
que sufrió por nosotros, ese Dios es necesario para todos,
para los semananteros y para los que no lo son, para el
mundo cofrade y para ese otro mundo que descansa en la playa
o montaña. Es la única respuesta a todos los desafíos de
este tiempo, frente al calvario cultural relativista que nos
ciñe cada vez más, alejándonos de ese Cristo que es
realmente aquél a quien espera el corazón humano.
|